Es difícil entender si Elon Musk es Hank Skorpio, Willy Wonka o el vendedor de monorriel de Los Simpson. Parece tan capaz como chanta. Está empecinado en ser el nuevo Henry Ford, en construir el futuro y venderlo. Siempre está anunciando una tecnología “revolucionaria”. Quiere arreglar el tránsito, el calentamiento global y colonizar Marte. Mañana, o de ser posible hoy mismo.

Musk promete todo el tiempo achicar la brecha entre realidad y ciencia ficción. Tesla es su marca insignia: la primera fábrica de autos eléctricos, que lanzará este año al mercado su tercer modelo, bautizado oportunamente “Model 3”, con el que espera conquistar al público masivo. Y pese a producir sólo 80 mil unidades al año, la compañía vale 60 mil millones de dólares, superando la cotización de Ford, General Motors y BMW.

El Model 3 ya tiene 400 mil unidades prevendidas. Sólo para suplir la demanda de baterías de su cadena de producción, está construyendo la planta de baterías más grande del planeta: Gigafactory, que espera terminar en 2020. Sola, esa planta tendría más capacidad que todas las fábricas de baterías del mundo que existen juntas. Todo en el universo Musk es gigante.

Y para la conquista espacial, cuenta con Spacex, que empezó como subcontratista de la NASA para vuelos suborbitales y abastecimiento a la estación espacial internacional. En marzo, por primera vez, logró que su cohete reutilizable, el Falcon 9, hiciera su segundo viaje. La filosofía de Musk es abaratar los costos de los vuelos espaciales para que sean tan comunes como los viajes en avión. Pero Spacex también es la punta de lanza de su proyecto más controvertido: la colonización de Marte.

Por último, Hyperloop. Una idea que generó mucho ruido cuando salió y luego se extinguió en el mar de la información. Lanzar cápsulas-vehículo por tubos de vacío como medio de transporte, a velocidades de entre 200 y 960 kilómetros por hora. Musk confirmó este año que recibió aval de palabra del gobierno estadounidense para que su compañía The Boring Company cave un túnel entre Nueva York y Washington.

Así, el futuro de la Humanidad parece estar, de nuevo, en manos de un excéntrico millonario. Sólo que en este caso Musk es el reverso de Ford: primero vende el futuro y luego lo construye.