Entré porque siempre me gustó el perfume que hay en la puerta de ese templo, no porque tuviera fe. Cada vez que pasaba por ahí y veía a todos bien vestidos y perfumados cantando, con los brazos hacia el cielo como si Dios realmente existiera, me daban ganas de entrar. Muchas veces me invitaron los que están en la puerta, venga a conocer a Dios, venga a recibir sus milagros. Las promesas eran tan grandes que no me quedaba más que desconfiar.
Y está el tema del diezmo. Estoy en contra de que te saquen plata para Dios. Si Dios tiene todo no necesita nada, y menos plata. Vivo a dos cuadras y conozco al Pastor, a la Pastora y a muchos de los que trabajan ahí, pero me dio vergüenza preguntar: che, ¿es verdad lo del diezmo?, ¿si no lo das te lo embargan como la cuota alimentaria? ¿Si cobrás la asignación tenés que aportar el diez igual? Como es muy chocante, me dio cosa y nunca pregunté.
Pero ese sábado a la tarde salí con Mati en el cochecito para hacerlo dormir, di un par de vueltas y era la hora de la misa, o no sé cómo lo llaman ellos.
-Hermana: pase por favor, Dios la está esperando -me dijo la Pastora.
-No lo creo -le dije. Me salió del alma.
-Seguro la espera, Dios la ama y si hoy no es el día, la sabrá esperar, pero cuando esté lista entre a conocerlo. Él se va a enamorar de usted, porque es su criatura amada. Y usted se va a enamorar de él, su Padre todopoderoso- Me agarró las dos manos, cerró los ojos y después me saludó- Vaya, que Dios la lleve de la mano. Cuando quiera las puertas estarán abiertas.
Es cierto lo de las puertas. Siempre hay alguna abierta.
Me estaba yendo cuando empezaron a cantar una canción que yo conozco desde que era chica. Mi mamá la ponía los domingos a la mañana, mientras amasaba fideos o ñoquis; subía el volumen a tope y, a veces, hasta cantaba.
El poder, de tu amor, me sumerge a las alturas y me corta la respiración, cantaban a coro, más que cantar gritaban, exhalaban, cientos de personas a nuestro lado. Desnudo al aire libre estaba mi corazón, hablando solito, con SU corazón. Cada palabra los emocionaba más y más, cerraban los ojos, alzaban las manos. Yo te juro, no miento, que tu amor tiene ese poder.
Lloré. Lloré de emoción recordando a mi mamá cantar esa canción que nunca estuvo dirigida a Dios. Decir que te amo hasta la luna, eso no bastará, a menos que haya otra luna en la eternidad, cantan ahora, como lo hacía ella en esa cocina que daba al patio al que nunca pudimos ponerle mosaicos. La ví en medio de toda esa gente, bien vestida y perfumada, nosotras de la mano y papá atrás, acariciándole el hombro. Todas, las cinco estábamos como ellos, bien vestidas y con perfume Mujercitas. Cantábamos que el poder de su amor nos elevaba al cielo como en un globo, y que es bueno, un gran Padre, que nos ama y nos lo da todo.
Pobre mamá, todavía esperando que vuelva su Dios en chancletas y, por fin, haga el piso del patio, termine el baño que nunca terminó y alguna vez nos lleve a la Escuela.
Siguieron cantando. A esa altura me había sentado en un costado, con el cochecito al lado. Mati se despertó y aplaudía. Estaba muy contento. Me llamaron por teléfono mamá y mi hermana Laura durante ese rato. No las atendí. Tenía un mensaje de Fede, mi marido, también. Me quedé como una hora más ahí, perdida entre todos esos que realmente eran “fieles”.
-El Señor sabe todo, porque todo está en su plan. Todo es un plan divino. ¡Ni un solo cabello caerá sin que él lo sepa, hermanos! ¡Qué maravilla! Qué paz saber que todo es perfecto y que ÉL nos ama y planeó una vida hermosa para nosotros- La Pastora acompañaba cada palabra con gestos, movimientos, miradas. Quería convencer
A pesar del calor agobiante de este febrero infinito, me sentí muy bien en el templo esa tarde. Hubiera querido quedarme todo el día. Toda la semana, hasta que me convencieran de que era cierto lo que gritaba la Pastora. Que hay un plan que me llevó hasta ahí, que hay un plan perfecto para mí, para Federico, para Mati y para el bebé que tengo en la panza y no me animé a contarle a nadie, todavía.
Salí con mi hijo y mandé un audio al grupo FAMILIA: “mami, chicas: ¿Quién cantaba la canción que decía “El poder, de tu amor, me sumerge a las alturas y me corta la respiración?” Es de Montaner, contestó inmediatamente mamá. En el audio siguiente la cantó casi completa, todavía se la acuerda de memoria.