Luego de conocido el resultado fiscal de enero, el gobierno celebró el cumplimiento del objetivo ”innegociable”, en palabras del presidente, del déficit cero. Aunque, llamativamente, ahora no incluye en dicho guarismo al Banco Central, como lo hacía durante la campaña y al asumir, a pesar de que este también gasta pesos. Sólo a modo de ejemplo, durante el mismo período destinó aproximadamente 2,6 billones de pesos a pagar intereses de sus Letras y Notas emitidas en Moneda Nacional, más que compensando los 518 mil millones de pesos del superávit financiero.
Entonces, como el propio Gobierno debería reconocer si utilizara la misma metodología que hasta hace pocas semanas, no hay tal superávit y, lo que es más importante, eso es “normal”. El déficit importa pero por sus efectos sobre la economía.
Para comprender por qué el déficit es el resultado esperable para el sector público, y por qué eso no es un problema en sí mismo, se requiere examinar el funcionamiento de las monedas modernas. Los Estados imponen obligaciones impositivas pagables sólo en su unidad de cuenta. Al menos por ahora, el estado argentino no es, en este sentido, una excepción. El resto de la economía debe conseguir pesos para poder pagar impuestos; para ello, ofrece bienes y servicios a cambio de pesos. Luego, el estado gasta pesos para adquirir lo que necesita. Sólo entonces, el resto de la economía puede pagar los impuestos.
Lógicamente, el Estado debe gastar antes de recaudar, es decir, antes de que el resto de la economía pueda pagar sus impuestos: piense el lector, ¿cómo podría pagar sus impuestos si aún no tiene pesos con los que hacerlo? De aquí que los impuestos no financian el gasto, en el sentido de que no lo hacen posible.
De hecho, en un hipotético primer período de la economía (algo necesariamente arbitrario, por otra parte), un superávit público no sería ni siquiera posible; en los períodos posteriores, los superávits estarían limitados por los déficits acumulados previamente. En cualquier caso, el déficit del sector público será igual al superávit del resto de la economía. Quienes suelen preocuparse por la sostenibilidad del déficit público, parecen olvidar que reducirlo equivale a achicar el superávit del resto de la economía.
Del mismo modo en que el Estado no puede recaudar sin haber gastado, tampoco puede pedir prestado o endeudarse. El Estado puede ofrecer bonos que paguen interés pero esto no constituye una operación de financiamiento, sino que sólo sirve para alcanzar un objetivo de tasa de interés.
Más allá de las limitaciones autoimpuestas (leyes, reglas, etc.), el Estado argentino no se puede quedar sin pesos: siempre puede acreditar cuentas bancarias. No obstante, que pueda hacerlo no implica que el gasto no pueda ser excesivo. Lo que sí se sigue de este entendimiento es que no tiene ningún sentido festejar un superávit o entristecerse por un déficit, o viceversa.
El déficit/superávit público no es bueno ni malo en sí mismo, sino que debe ser funcional a los objetivos de política económica. En pocas palabras, el resultado fiscal no es más que un mero residuo contable; el desempeño de la política económica debe evaluarse por el cumplimiento de los objetivos.
Por supuesto, los objetivos se definen políticamente pero es preciso mover el eje de la discusión: dejar de centrarse en un residuo contable -el resultado fiscal- y analizar los resultados de la política económica en términos de empleo, estabilidad de precios, etc.
*Licenciado en Economía Universidad Nacional de Moreno