Mi amigo robot 8 puntos
Robot Dreams, España/Francia, 2023
Dirección: Pablo Berger
Guion: Pablo Berger, basado en la novela gráfica Robot Dreams de la estadounidense Sara Varon
Duración: 102 minutos
Intérpretes: Iván Labanda, Rafa Calvo, Albert Trifol Segarra, Graciela Molina, Esther Solans, José García Tos, José Luis Mediavilla.
Estreno: Disponible en salas.
La aparición de Mi amigo robot en la categoría de Mejor Película de Animación es una de las grandes (y gratas) sorpresas dentro de la lista de nominadas a los Oscar, cuya ceremonia de entrega se realizará este 10 de marzo. Junto a El niño y la garza, último trabajo del maestro del animé Hayao Miyazaki, se cuelan en una terna que, con excepciones, hasta no hace tanto era dominada por trabajos estadounidenses. En especial provenientes de grandes estudios como Disney/Pixar, Sony/Columbia, Dreamworks/Illumination/Universal y, más recientemente, también Netflix. El mérito del logro se agiganta al comprobar que en la carrera le ganó a verdaderos caballos del comisario como Super Mario Bros, segunda película más taquillera de 2023 detrás de Barbie, o la secuela de Pollitos en fuga, del prestigioso estudio británico Aardman.
De origen hispano francés, dirigida y escrita por el cineasta vasco Pablo Berger, Mi amigo robot es la adaptación de una novela gráfica de la estadounidense Sara Varon. Un libro sin diálogos que narra a partir de las imágenes, consigna que el director traslada a la pantalla sin concesiones. Es decir que se trata de una película silente, terreno en el que Berger ya acreditaba experiencia, en tanto su segundo largo, Blancanieves (2012), fue realizado utilizando los recursos del cine presonoro. A diferencia de aquella -una adaptación cercana al gótico del popular cuento de hadas, fotografiada de forma expresionista y ambientada en el mundo de las corridas de toros en la década de 1920-, Mi amigo robot carece de todo espíritu trágico.
No es que su argumento no contenga entre sus premisas básicas elementos que permitieran rumbear el relato hacia ese destino, como se verá. Se trata de la historia de un perro que vive solo en la Nueva York de los años ‘80 y para remediarlo se compra un robot de compañía, que no tarda en volverse su mejor amigo. Juntos juegan a los videojuegos (en la primera consola de la historia, la Magnavox Oddysey, conocida por acá como Telematch), patinan en el Central Park, ven películas (El mago de Oz) y van a la playa. Ahí, después de un día perfecto de diversión y descanso junto al mar, el robot se queda sin batería y ante la imposibilidad de arrastrarlo de regreso, el perro decide dejarlo y volver al día siguiente a resolver el problema.
Ese evento separa a los protagonistas, haciendo que los caminos divergentes de sus experiencias individuales también partan la película en dos. Recurriendo al montaje paralelo, el relato le permite al espectador seguir de forma alternada lo que ocurre con ambos personajes. Mientras uno se entrega a una espera continua que lo hará protagonista involuntario de situaciones que se desarrollan en torno a él, el otro buscará de forma activa volver a evitar esa soledad que regresa, ineludible.
Mi amigo robot es una historia sobre el valor de la amistad, el lugar que esta ocupa en la vida de la gente y su carácter sanador. Dicho eso, también es posible realizar otras lecturas válidas, como entender la relación entre el perro y el robot desde lo paternal. O, incluso, como la sublimación de una historia de amor gay por la vía del bromance, combinación entre las palabras romance y “bro” (apócope de brother, hermano, forma de llamar a los amigos en Estados Unidos) con el que se identifica al subgénero de la comedia que tiene en su núcleo el vínculo intenso entre dos hombres. Con un estilo de animación tradicional en 2D y un diseño exquisito, la película de Berger también es un viaje en el tiempo. No solo a un lugar y una época determinados (Nueva York, circa 1982), sino también a una forma de entender, de hacer y de narrar desde el cine.