El tema principal de la película es la memoria”. Las palabras del realizador español (Bilbao, 1963) Pablo Berger pueden resultar extrañas para todo aquel que siga a pie juntillas el extendido prejuicio de que el cine de animación es un simple divertimento para infantes. ¿Puede acaso una película protagonizada por un perro y su compañero robot reflexionar sobre la amistad, el amor, la pérdida, la memoria y varias cosas más? Puede, efectivamente. Y ese es el caso de Mi amigo robot (Robot Dreams es su título original, como la novela gráfica en la cual se basa), el primer largometraje animado –a mano alzada, a la vieja usanza– de Berger, que debutó el año pasado en el Festival de Cannes y tendrá su estreno en salas de cine de la Argentina este jueves 29, unos días antes de la ceremonia de entrega de los premios Oscar, donde está nominada en el rubro correspondiente. La competencia será reñida, ya que además de estar acompañada en la sección por blockbusters de Hollywood como Spider-Man: a través del Spider-Verso y Elemento, el film favorito hasta el momento para llevarse la estatuilla continúa siendo el último opus del sensei Hayao Miyasaki, El niño y la garza.

Como la obra, publicada en 2007, de la escritora y dibujante estadounidense Sara Varon en la cual se basa, Mi amigo robot es la fábula de un perrito (su nombre es, simplemente, Dog) algo solitario en una Nueva York que atraviesa los años '80. Una noche, mientras deja pasar el rato ante los rayos catódicos, tal vez algo celoso de los arrumacos que se prodiga una pareja de vecinos, bombardeado por las incesantes publicidades de la TV, decide adquirir el último grito de la moda en materia de robots de compañía, el Amica 2000. Una vez armado y puesto en marcha, Robot se convierte en su inseparable compañero durante los días y noches por venir, aunque una salida a las playas de Coney Island sobre el final de la temporada veraniega devienen en inevitable separación.

La distancia será dura para ambos, y la mirada adulta habilita rápidamente la posibilidad de que ese vínculo de amistad sea un poco más complejo en términos sentimentales. ¿Volverán Perro y Robot a encontrarse, o el destino les tendrá deparado el recuerdo melancólico de algo bello y fugaz que no pudo continuar? Algo es cierto: cada vez que la pegadiza melodía de “September”, el clásico de Earth, Wind & Fire, suene en alguna radio o pasacassette, la remembranza tristona de ese baile sobre patines, en una inolvidable tarde soleada en el Central Park, volverá a recorrer sus venas, ya sean de material biológico o sintético.

En comunicación exclusiva con Página/12 desde Madrid, donde está de regreso luego de pasar dos semanas de hiperactividad en Los Ángeles, Berger opina que “es importante ese primer viaje antes de los Oscar". "Es lo que llaman el nominees luncheon, el almuerzo de los nominados, que es como un ensayo de la entrega. Allí conoces a algunos de tus ídolos y entiendes cómo funciona el sistema, así cuando llegas a la gala no estás encandilado por las estrellas. Y además, bueno, es parte de la campaña; haces muchas presentaciones, coloquios y entrevistas”. Recordando el origen del proyecto, el director de Torremolinos 73, Blancanieves y Abracadabra afirma que no pensó en hacer una película apenas terminó de leer la novela gráfica por primera vez: “Leí Robot Dreams en 2010, pero fue recién en 2018, después de haber hecho Blancanieves y Abracadabra, que la idea realmente comenzó a tomar forma. Nunca había soñado con hacer una película de animación, pero cuando empecé a pensar en cuál sería mi cuarta película –un día normal, tomando un café– volví a releer la historieta. Al hacerlo, al llegar al final, me conmovió de tal manera que me salieron lágrimas. Nunca había tenido semejante conmoción leyendo una novela gráfica. Fue en ese momento que pensé ‘aquí hay algo’. Y ese algo lo tuve que analizar, y descubrí que era muy profundo. Al leerla por segunda vez recordé a un montón de seres queridos que ya no están conmigo. Esa fue la razón para hacer esta película: Mi amigo robot habla de la memoria, y es un homenaje a esas personas que ya no están. Si había sentido todo eso al leerla, pensé que los espectadores podían sentir lo mismo cuando vieran la película”.

Sin diálogos pero con una pista de sonido rica y compleja, además de un estilo visual engañosamente sencillo, bien alejado de la homogeneización de la animación 3D presente en el mainstream global, Mi amigo robot surgió de común acuerdo entre Berger y Varon, y las circunstancias que llevaron a que las cosas se pusieran en marcha ostentan las marcas del deseo personal. “Podría decirse que el comienzo de la relación con Sara fue consecuencia de una de esas cosas del destino”, recuerda el realizador. “Durante el mismo período en el que había comenzado a pensar en una posible adaptación de Robot Dreams recibí un email del Festival Internacional de Cine de Chicago para ser parte del jurado. Acepté la misión e hice una parada en Nueva York, utilizando todas mis artes de seducción para convencer a Sara de que yo era la persona adecuada para llevar al cine su novela gráfica. Funcionó y realmente nos llevamos estupendamente. Ha sido una relación increíble. Nos dio carta blanca y si bien ella no participó de las decisiones creativas, sí fue informada de todos los procesos. Sara nos visitó en España y recorrió los estudios, aunque vio por primera vez la película terminada cuando tuvo su estreno en el Festival de Toronto. Su reacción fue muy positiva, al punto de que los dos sentimos que habíamos contado la misma historia, pero de maneras muy diferentes”.

-¿Cuáles fueron las mayores dificultades y desafíos a la hora de adaptar la historia del medio gráfico a uno audiovisual?

-El mayor desafío, más allá de la adaptación en sí misma, fue de otra índole: montar el estudio de animación y producir la película. Esa fue la gran dificultad. Se trata de dibujos animados, y hoy en día hay muy pocos artistas y animadores en el terreno del dibujo a mano, en la animación tradicional. Además, hubo un momento en el cual la producción iba a estar a cargo del estudio de animación irlandés Cartoon Saloon, los responsables de películas como Wolfwalkers y The Breadwinner, pero cuando estábamos a punto de comenzar, llegó la pandemia y ya no pudimos seguir adelante con ellos. De pronto teníamos la financiación, un productor y un director, pero ningún estudio de animación. Así que tuvimos que crearlo desde cero en Madrid y en Pamplona, y traer animadores en plena pandemia. Esa fue la mayor dificultad. Pensé que la evolución –del cine con actores de carne y hueso a un film de animación– iba a ser mucho más compleja, pero la verdad es que fue un proceso natural. Tal vez porque en todas mis películas previas ya había pasado un año dibujando el storyboard, así que de alguna manera estaba familiarizado con todo eso. Además, los directores no tenemos por qué saber de todo. No es necesario ser animador, director de fotografía ni actor. Lo importante es tener un criterio, una visión. Yo era nuevo en el mundo de la animación, pero me rodeé de un equipo muy experimentado que me ayudó a superar ese reto.

-La relación entre los protagonistas puede ser vista como una amistad profunda o bien como algo más, aunque eso dependerá de la edad y/o madurez de quien observa.

-Es una película abierta a los espectadores de cualquier edad y, a pesar de que está hecha desde un punto de vista adulto, está pensada para abrazar al niño. Pero tratándolo como un adulto, con respeto, no mirándolo desde arriba. Y a pesar de que también es una película cinéfila, puede disfrutarla el espectador de fin de semana, el que va al multiplex. De alguna manera, Mi amigo robot es atípica para el público infantil, y creo que serán más los padres y los abuelos los que elijan ir a verla con sus hijos y nietos. Como padre, la cantidad de películas infumables que me he tragado porque mi hija o mi hijo me llevaron al cine a partir de esas campañas publicitarias masivas, como si fuera un local de fast food. Esta es una película independiente, pequeña, y habrá padres y abuelos que tal vez lean esta entrevista y piensen "bueno, tiene buena pinta". Los niños pueden verla y disfrutarla, pero el punto de vista siempre será diferente al de un adulto. También es verdad que el concepto de género en esta película está abierto a todas las interpretaciones. El robot puede ser masculino o femenino, lo mismo Dog. Las emociones y los sentimientos no tienen género, y me gusta la idea de que en una película como esta, donde los personajes están dibujados, como si fueran iconos, el espectador pueda hacer sustituciones e identificarse con aquellos personajes que le interesen.

-¿La elección de “September” como leit motiv musical tiene una razón de ser más allá de gustos personales?

-En una película como esta, que no tiene diálogos, la música es la voz de los protagonistas. Una manera de llevar las emociones un poco más allá. “September” ya estaba en el primer borrador del guion. La historia se desarrolla durante un año, de septiembre a septiembre, y había que encontrar una canción que acompañara ese concepto. Tenía además que ser una canción funky, que los personajes pudieran bailar en Central Park mientras usaban los patines, y que además iba a aparecer otras veces a lo largo de la película. Si te fijas en la letra de la canción, comienza con “Do you remember, the 21st night of September?”. “Do you remember”, es decir, "¿te acuerdas?" El tema principal de la película es la memoria. Sin duda eso fue fundamental. Aprovecho para destacar la labor de Alfonso de Vilallonga, que compuso la banda sonora original de la película, y con quien ya había trabajado en Blancanieves y Abracadabra. Aquí ha compuesto una música basada en los ritmos del jazz con un cuarteto, que es absolutamente original y llena de emoción.

-Mi amigo robot no tiene diálogos, pero el diseño sonoro es realmente un personaje más. ¿Cómo fue ese proceso creativo?

-No es una película muda, desde luego, pero es un film sin diálogos. Me gusta pensar que, en ese sentido, se acerca al universo de Jacques Tati. El mundo sonoro de Nueva York está muy presente y esa cuestión era muy importante. Es una ciudad muy ruidosa, llena de sonidos que la distinguen de otras ciudades del mundo, y en una película como esta, que es de época, tuvimos que hacer una investigación sonora: cómo sonaban las alarmas de los coches a mediados de los ´80, los autos de policía, las sirenas de los bomberos. Era importante que la experiencia fuera inmersiva, no sólo visual sino sonoramente. Me gustaría que la película se viera como un viaje en el tiempo y en el espacio, a una Nueva York que ya no existe. Una Nueva York que conocí, porque viví allí unos diez años. En ese sentido, Mi amigo robot es también una carta de amor a la ciudad.