“¿Por qué quieren ser maestras?”, le preguntó un profesor de Educación Física del Normal Nº7 a sus alumnas. “Porque me encantan los chicos” fue una de las respuestas que más se repitieron, hasta que una estudiante levantó la mano: “La verdad que a mí no me gustan”. Las miradas se voltearon, extrañas, hacia Sabrina, que iniciaba su carrera como educadora muy pocos años después del 2001. Para esa joven que venía de familia de docentes, esta profesión no era una cuestión de mera cercanía con las niñeces, significaba la posibilidad de generar una transformación social significativa, formar a esas infancias hijas de la crisis en una mirada crítica sobre el mundo que construían e incorporaban al mismo tiempo. “Sé que es una idea discutida, pero hasta el día de hoy lo sostengo: la escuela puede ser una herramienta de ascenso social. Tiene que volver a tener esa función en la sociedad. El conocimiento es poder, facilita oportunidades”, opina en diálogo con Las12.
Sabrina Flax trabajó 15 años como maestra en escuelas públicas y privadas de la Ciudad de Buenos Aires. En el medio, se recibió de antropóloga en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. También fue formadora de docentes. En agosto del año pasado, fue madre de dos gemelas y desde entonces se dedica a la crianza de sus tres hijes y a la producción de contenidos, materiales y secuencias didácticas para docentes que publica en su cuenta de Instagram @sasaciruela. Es autora del newsletter “Maestra ciruela” del medio Gloria y Loor. “Hay algo de ‘ciruleaje’ que tenemos todas las maestras: nos gusta el guardapolvo blanco, las tizas, los útiles de librerías. Me gusta reivindicar esa figura para hablar de una identidad docente”, dice.
La semana pasada circuló con fuerza un fragmento de la actriz Eliana Guercio en Telefé donde decía que las maestras son casi como una madre para los niños, que no tienen que hacer paro y que podrían elegir otra profesión porque saben que está mal paga. ¿Qué pensás cuando escuchás estos dichos?
--Tiene que ver con la Triple M del matriarcado: madre, mujer, maestra. Al fin y al cabo, lo que sostiene la sociedad. En la escuela, la docente, en la casa, la madre, en la calle y en las urnas, las mujeres dando pelea. Hay algo importante depositado en esa tríada, que al mismo tiempo está atravesada por mandatos patriarcales. Las estadísticas lo confirman: la mayoría de las docentes del nivel inicial y primario son mujeres (9 de cada 10). La docencia en la escuela primaria nació como una labor femenina en sus orígenes, vinculada a tareas de cuidado o a la amorosidad que no se esperan de un hombre, incluso hoy en el siglo XXI. Más allá de que, obviamente, existen otras masculinidades y las hacemos visibles en la escuela. La Educación Sexual Integral cumple un papel importante en ese sentido. También, para desarmar mitos como este: que la mujer maestra es como la segunda madre. Hay una frase típica de los niños y niñas: “ma, digo, seño”. Ahí se ponen en juegos mandatos que existen desde que nació la escuela, y por eso son tan difíciles de desarraigar, ya están instalados como hábitos en nuestros cuerpos.
Es complejo porque en nombre de esa ternura se legitiman cada vez peores condiciones de trabajo para les docentes, pero al mismo tiempo me pregunto si no hay algo de esa afectividad que sería bueno reivindicar, más en estos tiempos de tanta crueldad.
--Es que las maestras somos referentes frente a las infancias en las escuelas y somos la cara visible del Estado frente a las familias, ya sea un Estado presente o un Estado ausente. Se espera mucho de la maestra. Por empezar, que solo sea maestra, que no haya nada bajo el guardapolvo, como si la docente estuviese despojada de humanidad. Pareciera que tenés que dejar de lado toda tu vida cuando estás al frente del grupo y del pizarrón, generar alguna especie de paréntesis. Pero, bueno, tiene que ver con esta referencia indiscutida, y si bien hay aspectos problemáticos a la hora de hablar de “amor”, el lazo entre docentes y estudiantes puede ser revolucionario. Hay que cuidarlo más que nunca para imaginar otro futuro, para pensar qué tipo de estudiantes queremos que salgan de nuestra escuela, para que esa construcción del conocimiento sea posible.
En algún punto eso es lo que hace a la docencia muy distinta a otros trabajos, porque en pocas disciplinas sucede que una persona se expone completamente con la voz, el cuerpo y el estado de ánimo al servicio de dos procesos muy complejos como pueden ser la enseñanza y el aprendizaje y frente a tantas personas. Sobre todo en la etapa del capitalismo actual con los cambios que las plataformas introdujeron en el mercado laboral. En ese sentido, la escuela es una tecnología anacrónica.
--Es que sí, a veces la gente se olvida que las maestras somos seres humanos, nos pasan cosas, se nos mueren familiares, menstruamos, dormimos mal y nos peleamos con los novios y las novias. A mí me gusta expresar lo que me pasa y he tenido situaciones que me desbordaron, donde lloré delante de grupos y las conducciones me han llamado la atención, cuando yo podía explicarle a los niños y niñas desde la sinceridad que estaba atravesando un momento triste sin por eso perder mi autoridad. Lo que pasa es que hay muchas miradas y cuestionamientos depositados en nosotras: si tenemos o no marido, si fumamos, si tenemos hijos. Hasta nosotras los internalizamos. Una vez me crucé a una estudiante egresada en la calle, mientras yo fumaba, y me sentí descubierta por esta cosa de “maestra ciruela”.
¿Y qué pensás en torno a la idea de una presunta “vocación docente”?
--Lo que otros llaman vocación yo lo interpreto como compromiso y responsabilidad con tu trabajo. Vocación remite a una cuestión de mártir, “el llamado de Dios”, como una cosa del destino donde hay poca poca decisión. En cambio, si pensamos en compromiso y dedicación hacia lo que una hace, nos ponemos en el lugar de trabajadores de la educación y entonces ahí sí podemos hablar de que tenemos derechos como trabajadoras, que debemos tener un salario digno acorde a nuestra tarea, avanzar en mayores discusiones. Hay compañeras muy valiosas que aseguran que lo hacen por vocación y porque aman su trabajo. Yo también lo amo, es el mejor del mundo, pero quiero que me paguen porque es fuerza de trabajo.
¿Cómo elaborar una narrativa que recupere esa valorización del trabajo pero que al mismo tiempo construya puentes con otros actores por fuera de los sindicatos y les docentes? Pienso en las familias o en ciertos sectores de la ciudadanía más alejados de estas discusiones.
--El error es reducir estas discusiones a aspectos netamente salariales. Hay problemas vinculados a las condiciones de enseñanza y aprendizaje que deberían ser el centro de las políticas estatales y eso no sucede. Por ejemplo, no puede haber ratas en un espacio donde un niño o niña está aprendiendo y tiene que tener toda su atención ahí. Que el espacio de trabajo sea agradable no es menor, que las ventanas no cierren, que no anden las estufas y pasemos frío en invierno, que no funcione el ventilador con 40 grados de calor. Todas cosas que son una realidad cotidiana en la Ciudad de Buenos Aires, el distrito del que puedo hablar porque es donde siempre trabajé. Por otro lado, hay una cantidad desmedida de trabajo administrativo, totalmente innecesario, y eso hace que la tarea pedagógica se corra, que tengamos que estar dándole cualquier cuentito a los y las estudiantes para que hagan algo mientras nosotros tenemos que pelearnos con plataformas que no funcionan. Lo escucho en docentes de todos los niveles, es una gran queja. Tenemos que discutir eso en lugar de debatir cuestiones didácticas.
¿Qué te preocupa del rol de la escuela en este contexto social, cultural y político desde la asunción de Milei?
--Muchas cosas. Principalmente, la idea de democracia. La escuela siempre tuvo como base fundamental enseñar a ejercer la democracia y los derechos, formar ciudadanos críticos y responsables. Eso es muy difícil en un momento en el que la democracia está puesta en duda, no sólo en relación al ejercicio del voto, sino en su conjunto. Por ejemplo, cuando la idea de libertad está tan bastardeada, cuando hay un presidente que todo el tiempo fomenta la persecución de la discrepancia. Paralelamente, me preocupa mucho el discurso reaccionario. Lo que observo es lo siguiente: la discusión en torno al aborto legal, seguro y gratuito fue un punto de inflexión en las escuelas. Al mismo tiempo, hubo una consolidación de la Educación Sexual Integral, aunque falte muchísimo en su aplicación. A partir de la pandemia, hubo un discurso reaccionario frente a esas acciones, más vinculado a la violencia y al machismo, al desprestigio del otro. Me parece que estos discursos están calando hondo en la escuela primaria y secundaria. En resumen, tengo miedo de que nuestras pibas pierdan derechos.
De alguna manera eso también pone en evidencia los límites de la escuela, porque más allá de todos sus problemas y errores, si hay algo que caracteriza la institución escolar en términos históricos y materialistas es la realización diaria de espacios de convivencia democrática. No me refiero solo a una discursividad o moral, sino a la organización cotidiana de rituales escolares y a prácticas concretas a partir de ciertas normas. Twitter puede ser una guerra, pero en la escuela seguimos trabajando que los conflictos no se resuelven con piñas en el recreo o hay que alzar la mano para pedir la palabra en clase. Si una derecha extrema y violenta que pregona todo lo contrario ganó con un 56 por ciento de los votos, efectivamente hay transformaciones en torno a cómo organizamos nuestra vida en sociedad que desbordan a la escuela. La pregunta entonces es: ¿qué hacemos?
--La escuela tiene que seguir trabajando en cómo nos vinculamos con otras personas de manera respetuosa y saludable, cómo ejercemos la democracia, avanzar en la implementación de la Educación Sexual Integral, la lectura crítica de la prensa, que es uno de los contenidos de las áreas de prácticas del lenguaje y muchas veces queda relegado. Y, por otro lado, reconstruir el vínculo con las familias, que quedó muy desarmado después de la pandemia, enmarcado en una lógica de antagonismo. Uno de los ejes fundamentales tiene que ser volver a hacer visible el Estado frente a las familias, tejer esos puentes que vos decías para pensar de forma colectiva cómo sacar adelante a sus hijos. Eso es lo fundamental, ¿no? Trabajamos para que los y las estudiantes aprendan a leer y escribir, tengan conocimientos generales de ciencias sociales y naturales, matemáticas. No hay algo escondido por detrás, como muchas veces se piensa, que estamos adoctrinando, pero hay mucho miedo. Hay que invitar a las familias a que sean parte de esta construcción de conocimiento.
A pesar de todo, decías que este es el mejor trabajo del mundo. ¿Por qué?
--Es invaluable el momento en que vos ves que a un pibe o piba le cae la ficha sobre algo, que las neuronas hicieron una conexión que vos esperabas. Es muy difícil de traducir, les sucede algo en los ojos. Parece mágico, pero hay un trabajo pedagógico detrás que es brillante. Y ahí decís: “okey, era esto, lo lograste”.