Las historias de terror, los thrillers, los parques de diversiones y los trenes fantasma tienen en común que nos permiten asomarnos a lo morboso, la fascinación por lo perverso y la adrenalina del peligro que acecha, desde una experiencia controlada y previsible. Nos muestran un reflejo de lo que nosotrxs -creemos que- nunca seríamos. Y eso nos tranquiliza y reasegura que estamos en el lugar correcto. Pero, ¿qué tan lejos estamos de esos espejos?
“La Mesías”, la última serie de Javier Ambrossi y Javier Calvo, se hace esta pregunta. En su más reciente y ambiciosa producción, “Los Javis”, la dupla creativa detrás de proyectos que se encaminan a ser de culto, como “Paquita Salas” y “Veneno”, exploran los resortes que llevan a las personas a ser parte de sectas, cultos mesiánicos y los caminos de los buscadores de fe para encontrar bálsamos en un mundo roto.
La historia, contada en siete capítulos que tienen la estructura de una película, sigue la vida de Enric e Inés, dos sobrevivientes de un culto ultracatólico donde su madre los tenía encerrados, junto con sus seis hermanas menores, en una casa en medio del bosque. La madre, Montserrat Puig Baró, protagonizada por una terrorífica Lola Dueñas en su versión más crítica, cree que es una enviada de Dios para “salvar al mundo”, haciendo que sus hijas canten y bailen canciones cristianas, que sistematiza y graba en distintos videoclips de una banda que hace llamar “Stella Maris”. (Cualquier casualidad con la biografía de las Flos Mariae, el grupo viral de pop católico de las hermanas Bellido Durán, no es pura coincidencia).
Las niñas, que no tienen contacto con el exterior, se crían entre juegos, disfraces, ropa donada, juguetes rotos y canciones católicas. Pero también entre el terror psicológico de una madre abusiva y un padre seguidor del Opus Dei, (un escalofriante Albert Pla), que vigilan cada uno de sus movimientos, convenciéndolas de que son pecadoras que deben redimirse a través de sus videoclips de pop cristiano; que el exterior está lleno de peligros, es malo y que nadie las amará más de lo que lo hacen su familia y Dios. (Punto para Los Javis, que no escribieron ningún guión para las chicas y todas sus conversaciones son producto de improvisaciones hilarantes en medio de un escenario de ventanas tapiadas, paredes descascaradas, altares y colchones con humedad).
Enric e Inés, que son hijos mayores de una Montserrat que los tuvo de adolescente y que vivieron “en el exterior” (una vida infantil expuesta a otros abusos y traumas), son testigos de este plan de crueldad y, eventualmente, logran huir. 10 años más tarde, descubren de forma casual que las Stella Maris se hicieron virales en internet y, en ese punto, empiezan su búsqueda por rescatarlas y “liberarlas para que tengan una “vida normal”. Pero, ¿qué tiene para ofrecerles el mundo más allá de las murallas de su “castillo de pureza”?
Aunque “La Mesías” está ambientada en los 80’s, los 90’s y el 2010, y sigue los devenires de una familia rota, es una serie para el 2024. Es una historia que explora el lado más brutal, incestuoso, decadente, frágil y poco convencional de la maternidad. Con guiños Almodovarianos por la complejidad de los vínculos maternos (la aparición de Cecilia Roth es el gesto más evidente), es difícil no pensar en esta serie sin remitirse a otras mamás terroríficas del cine, como la de Psicosis.
Pero, sobre todo, es una serie de sectas y, cómo dice su título, sobre mesianismos. En un mundo donde las estructuras que conocíamos ya no ofrecen seguridad, donde lo que dábamos por sentado no nos calma con respuestas y el frenesí de los tiempos del consumo y la alienación de las redes sociales nos empujan a contextos de incertidumbre y atomización, la búsqueda de esas certezas se vuelve cada vez más urgente. Las religiones tradicionales, como siempre, operan como esos dispositivos de salvación y control social. Sobre todo, a la hora de convocar a aquellas personas que quedaron al margen del sistema, donde encuentran un espacio de pertenencia e identidad. Pero también podemos hacer esa misma lectura de los neofascismos, que funcionan con sus propias lógicas sectarias, estructurando un nosotros, (los de bien) frente a otro, (el nido de ratas y la degradación), que hay que trascender a través del dolor.
Los Javis plantean la ambigüedad de las luces y las sombras de las sectas, la búsqueda de fe, los caminos de la iluminación y sus distintas expresiones y matices. Sin estigmatizar y complejizando a los personajes a través de sus propias experiencias, plantea preguntas inquietantes que nos sitúan en espejos incómodos, donde nos reflejamos en cada una de las historias. En ese sentido, es interesante el paralelismo que plantea con el mito de la Caverna de Platón y la fantasía apaciguante de sus sombras proyectadas, frente a una realidad enceguededora y dolorosa pero, ¿cuál es esa realidad? ¿Para quién? ¿De qué lado estamos?
Como el cuento de “La noche boca arriba”, una cárcel también puede ser una casa luminosa, el encierro puede ser una rave al aire libre, la televisión puede oprimir en una caja pero también ser vías escapismo. El acercamiento que plantean con la historia de Alicia en el País de las Maravillas, donde la protagonista Alicia/ el protagonista Enric se hacen preguntas en torno a su identidad en una búsqueda que linda entre el sueño y la pesadilla, es otra de las joyitas que nos proponen Los Javis. Además de secuencias espectaculares que incluyen viajes de keta y ayahuasca. Juegos de espejos entre los capítulos y las estaciones del año como el compás del relato.
Como dice la canción de Hozier, una de las perlas de su selección musical (además de las canciones de pop Electronic Dance Music cristiano de las Stella Maris): “Llévame a la iglesia. Adoraré como un perro en el santuario de tus mentiras. Te contaré mis pecados para que afiles tu cuchillo. Ofréceme mi muerte inmortal. Buen Dios, déjame darte mi vida”. Dirían las Puig Baró: “Nunca te perderás siguiendo a esta estrella: es un GPS gratis. Sigue a la estrella, llama a María. ¡Stella Maris!”