Si hay un abanico de temas difíciles de abordar desde la ficción son los asuntos de la física cuántica. O las bifurcaciones temporales que ofrece el mítico ejemplo del gato de Schrödinger. Desde los descubrimientos de Albert Einstein, ecuaciones, experimentos, teorías y formulaciones que concentran el devenir de la física en el siglo XX han sido tema de debate en conferencias científicas, han asumido un lugar en el mundo de las artes visuales en su representación en las corrientes abstractas, y en el cine se han convertido en materia de biopics de científicos, tal como confirma el reciente éxito de Oppenheimer, a menudo más concentradas en dilemas morales que en experiencias sensorio-sensibles en las que el cine, o la televisión, puede hacer la diferencia. Constellation, serie recién estrenada en Apple TV, incursiona en ese universo desde el relato espacial y el estudio minucioso de la percepción temporal alienada por un trauma psicológico, pero al mismo tiempo recoge un modelo de concepción dramática que hoy se encuentra en crisis. ¿Cuántas veces nos preguntamos qué es real en un mundo definido por infinitas virtualidades? Son esas sensaciones de desconcierto e ingravidez la que tienen lugar en el corazón de este oscuro cuento de terror que transcurre en el espacio exterior, y en las profundidades de un abismo interior.
Creada por Peter Harness (Wallander, McMafia, Doctor Who), Constellation comienza durante una noche invernal camino a un refugio en el límite con el Ártico. Quien dirige el viaje, entre la nieve profusa y la paranoia por un posible seguimiento policial, es Jo Ericsson (Noomi Rapace), astronauta sueca de la Estación Espacial Internacional. Junto a ella su hija Alice, de ocho años, intenta comprender la urgencia de la escapatoria y el verdadero destino de la travesía. Una vez llegadas a una cabaña en el bosque, Jo registra el lugar para cerciorarse de que no hay posibles amenazas. Mientras esconde un curioso dispositivo en un armario desvencijado, un grito lejano llama su atención. "¡Mamá! ¡Mamá!" se escucha entre el silbido del viento y el insistente movimiento de la vegetación. Jo se interna en el bosque buscando la proveniencia del llamado, mientras su hija duerme en el interior de la cabaña. ¿Quién la llama bajo la silueta de un inquietante doble de Alice? ¿Algo ha ocurrido que aún no puede comprender o es apenas una alteración de su percepción de lo real en la Tierra?
El relato viaja seis semanas atrás cuando Jo se prepara para una misión en la Estación Espacial junto a un grupo de colegas de distintos países. Además de las tareas habituales de la expedición, el comandante Paul Lancaster (William Catlett) es el encargado de monitorear un experimento de la NASA bajo las órdenes del ex astronauta Henry Caldera (Jonathan Banks), a la espera en la base terrestre. En el instante en que el dispositivo se pone en funcionamiento, un objeto impacta contra la estación, daña parte de las instalaciones y ocasiona la muerte del comandante. Jo no solo debe guiar a la tripulación de regreso y reparar la célula para su propia extracción, en horas que se hacen escasas para resistir la escasez de oxígeno, sino recuperar el experimento de Caldera y comprender qué ha originado la colisión. ¿Fue el cadáver de una cosmonauta soviética flotando en el espacio el que causó la catástrofe o su percepción comienza a engañarla? Regresar a la Tierra es el primera paso de una nueva comprensión de lo real, entrelazada con las intrigas del equipo de investigación y los misterios del espacio exterior.
En los primeros minutos, la serie parece decidida a concebirse como un cuento de horror en el que el misterio se aloja en la propia mente de Jo, condicionada por el intento de salvación y la verdad tras lo ocurrido. Las escenas en el Ártico del comienzo, el uso de la nocturnidad y el bosque, y las voces que reverberan como un llamado del más allá, evocan al cine de terror y su poética, signado por la exuberancia de los movimientos de cámara, el contraluz en la iluminación, la concepción del doble como enclave del extrañamiento. El tránsito al pasado conduce al mundo más claro del thriller espacial, con ecos del cine de Stanley Kubrick desde la mítica 2001, odisea en el espacio (1968) hasta la más reciente Gravedad (2013) de Alfonso Cuarón. Una estación cerrada, un impacto furioso, una carrera desesperada para la salvación. Jo debe conectar innumerables baterías bajo el ritmo acelerado de un cronómetro, reponer parámetros de despegue, retomar la comunicación a ciegas con la base, mientras la muerte y el misterio la envuelven sin remedio. Harness consigue aquí un contrapunto interesante entre la experiencia de Jo en el espacio y la de su hija Alice en la Tierra, consumida por la duda sobre el destino de su madre. Un hilo que las une y las ata definitivamente.
Pero la serie consigue algo más en su camino posterior, y lo hace expandiendo la experiencia de disociación temporal desde Jo hacia todo el relato, que incluye al propio Henry Caldera y su obsesión con el experimento que da sentido a su pasado como astronauta, y también a la propia Alice, cuya comunión con su madre se torna invasiva e inquietante. Junto a Caldera aparece un personaje clave: Irene Lysenko, líder de la Estación Espacial en tierra y principal interesada en desestimar la versión de una colisión con el cadáver de una antigua astronauta de la Unión Soviética. Interpretada por la extraordinaria Barbara Sukowa, Irene condensa un liderazgo en disputa con Caldera, con quien al mismo tiempo comparten un viejo amorío y una clara conciencia del tiempo que se acaba. Exponentes de la vieja carrera espacial y depositarios de una grandeza casi extinguida en las mezquinas disputas del presente, sus escenas son filmadas al ritmo de un reloj atado al pasado y ávido de un esquivo futuro.
Capa sobre capa de misterio, Constellation pendula entre la claustrofobia interior y las angustias por un mundo que parece desajustado. Las cosas ya no están en el lugar que estaban, ni los colores parecen los habituales. Ese proceso de enajenación se combina con el constante desplazamiento de la mirada entre personajes que anhelan el espacio por su armonía constante y el ámbito terrestre por sus olores distintivos. Ericsson y Caldera encarnan esa dicotomía, la exigua consciencia de su insignificancia y la dolorosa convicción de su prescindencia. Lo que para ella resulta del viaje es menos la angustia por la supervivencia que el descubrimiento de un horror que le aguarda a la vuelta. Y para el viejo astronauta del Apolo 18, emblema de una generación en la que la carrera por la conquista del espacio era el termómetro de la grandeza de la humanidad, la concreción del experimento cuántico es la confirmación de que esa realidad que busca se ha ido para siempre. Dos formas del horror habitando en los confines del espacio interior.