El desierto ha sido una obsesión de las clases gobernantes. Con sus matices, sin duda, también con esos juegos de sutilezas y complejidades, el Facundo no dejaba de expresar antipatía por ese océano de tierra que se abría desde el centro una vez que dábamos la espalda al río y se estremecía de la monotonía de esa pampa. Más acá, Ezequiel Martínez Estrada también practicó esa obsesión, haciendo de esa tierra la verdad definitiva de todas las cosas, en otras palabras, la muerte. Barbarie, muerte y monotonía son los distintivos de un horizonte que supo cautivar la temeridad de viajeros. El desierto es una geografía que ofició de dispositivo de la vacancia en los discursos del orden en Argentina.

En ese escenario se despliega la trama de un relato extraordinario y estremecedor, Los dueños de la tierra de David Viñas, publicado en 1958. La novela comienza con esos personajes que se han hecho dueños y se creen dueños de la tierra, a sangre y fusil. Los Braun, los Menéndez, los Braun Menéndez, los Menéndez Behety. La escena es la de una cacería, deporte que suele ser práctica habitual de las clases acomodadas, por ello no resulta extraño ni llamativo seguir los pensamientos de este tal Brun (el personaje de Viñas en la novela) que en el desierto patagónico se encontraba a la espera mientras sus hombres cazaban del otro lado de una cañada. "Sus", ese determinante posesivo y "cazar" ese verbo transitivo, hacen de esa escena la cartografía del desierto de las clases poderosas.

Los personajes discuten el mejor modo de llevar a cabo la cacería y en este momento el lector se percata del otro polo que configura la transitividad del verbo:

"No, no...", le había dicho como si le fatigara discutir sobre la mejor manera de cazar indios. "No estoy de acuerdo con usted"

-¿No? -Gorbea se había sonreído blandamente-. "¿Por qué?"

-Porque es mucho mejor hacer un rodeo.

-¿Como si fueran guanacos?

-Como si fueran guanacos o cualquier cosa -había asegurado Brun-. Lo importante es amontonarlos".

Se cazan indios, como si fueran guanacos. Indios, guanacos, cualquier cosa. Barbarie, muerte, monotonía. El Far South criollo, como lo llamó Osvaldo Bayer en su extraordinaria investigación sobre la apropiación extranjera de la Patagonia y la matanza de obreros. Los dueños de la tierra se apropian de los hombres como lo hacen con las cosas, pero para ello es necesario que esos hombres dejen de serlo, que sean constituidos en cosas, de indios a guanacos.

Hace unos días, la ministra de seguridad volvió a reinstalar el relato de la monotonía y los guanacos, aquella de Sarmiento, Martínez Estrada, Viñas. En una entrevista televisiva dijo: “Porque tiene una planicie, yacimiento de plata y después tiene, digamos, desde la costa hasta la montaña, tiene todo tipo de minerales y no vive nadie. En serio, hay nada más que un millón de guanacos”. El desierto, los guanacos, la planicie, la nada, la inmovilidad y la invisibilidad de las casi seiscientas mil personas que habitan Chubut.

Su discurso se explica coyunturalmente por las descarnadas disputas al interior de la entente gobernante. Sin embargo, traduce aquella vieja obsesión de las clases gobernantes dueñas del país, no ver más que desiertos a ser ocupados en su afán voraz de rapiña. Como supo decir Halperín, una obsesión por ofrecer una Nación en eso que aparecía como un vacío, un desierto, lo inhabitado.

Hace unos años se publicó un maravilloso texto que completa, discute, abre una tangente a esa interpretación de la construcción de una Nación para el desierto. Su mismo título lo expresa, Un desierto para la nación de Fermín Rodríguez, en un clima que nos permite pensar que el vacío, no es vacío sin más, sino una construcción discursiva sobre la que se monta el armado de la estrategia de poder. Rodríguez dirá que el desierto es un artefacto discursivo que se repone en tanto "... táctica discursiva que sirve para entrar y orientarse en el territorio del enemigo". Por ello, esa Nación que debía ocupar el vacío del desierto no hubiese sido posible si previamente no se construía ese desierto que debía ser ocupado.

Un desierto que no es otra cosa que decir espacio sin historia, geografía sin cultura, planicie sin espesores, meseta sin pliegues. Si sólo hay guanacos, se necesitan sólo cazadores, armas, Winchester. El comienzo de Los dueños de la tierra de David Viñas es la perfecta replica de las palabras de la ministra de seguridad. Por más aclaraciones que realice y acusaciones de sacarla de contexto que haga, la pregunta urgente y necesaria frente al discurso del desierto es: ¿Callan algo que saben o, por el contrario, no pueden nombrar lo que para ellos no existe? Si el desierto es la soledad o la muerte, lo es porque los conquistadores y las clases dominantes no reconocen al indio y la vida que contiene como habitantes de esas tierras. En el desierto no vive nadie, casi unos seiscientos mil nadies que se les da el nombre de guanacos, precisamente una especie autóctona y que Bullrich desprecia en favor de las ovejas que vendrían a ser los europeos del norte que fueron el anhelo del poblamiento del XIX.

Cuando los nadies se dignan a aparecer, cuando dejan de ser guanacos, el nombre que se les da se obtiene de los anaqueles de la cuestión social o de la cuestión penal, se los desaparece en tanto sujetos políticos. En caso de que ese nadie sea el gobernador de la provincia, aun siendo parte de la entente gobernante, el ejercicio de ninguneo pasa por el nombre de lo que para el presidente Milei es señal de desprestigio: el uso del término “mogólico” para insultar, el uso de la imagen de síndrome de Down para desprestigiar.

No es hoy un mercado para el Estado argentino sin más, como tampoco lo fue ayer una Nación para el desierto. Se requirió construir esa otredad sobre la que se pretendió avanzar, destruir sus estructuras propias, debilitar sus culturas arraigadas, estigmatizar sus habitantes para poder eliminarlos. Si el liberalismo del XIX tuvo que construir un singular desierto para que avanzara el Estado, pareciera que el neoliberalismo twittero que nos rodea pretende hacer del Estado un desierto para el mercado global. 

*UNR – CONICET