Un epígrafe “anuncia” la complejidad de una puesta en perspectiva. “Hay una tensión en el barroco, un plutonismo, fuego originario que rompe los fragmentos y los unifica”, plantea el cubano José Lezama Lima (1910-1976) en La expresión americana. La cita condensa la propuesta de Valentín Díaz en Tensión y materia. El método del barroco en Walter Benjamin, editado en la colección mundus de la editorial 17grises. El riguroso ensayo de Díaz, doctor en Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), redefine la relación que Benjamin estableció con el Barroco a través de la relectura de Origen del Trauerspiel alemán, obra escrita entre 1923 y 1925 y publicada en 1928, un trabajo que el filósofo, ensayista y escritor alemán presentó como tesis de habilitación en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Frankfurt y que fue rechazada por esa institución universitaria.
Aristas de lo arcaico
Benjamin nunca fue oscuro, como lo afirma Díaz en la introducción de un libro que escribió con la certeza de la actualidad del escritor alemán. Volver a leer su libro barroco implica postular una nueva filología de la obra de Benjamin que exponga “todas las aristas de lo arcaico” de cualquier fenómeno nuevo en función de los deseos, las necesidades y las preguntas “fatalmente” contemporáneas. “Leer es por definición releer y oír cómo suena hoy un tema que ya se conoce”, advierte el docente de la cátedra de Literatura del Siglo XX de la UBA y de la Maestría en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, donde es investigador del PELCC-Instituto de Investigaciones en Arte y Cultura “Dr. Norberto Griffa”. El autor del libro quema desde la primera página toda bandera barroca y fundamenta el motivo de esta decisión. Lo peor que hizo el siglo XX estético con el Barroco fue transformarlo en una contraseña vacía que licúa la potencia de un concepto que conserva la promesa vacilante de invención de otra modernidad.
El Barroco para Benjamin era una noción que, a causa de su origen oscuro, servía para reiniciar la historia del arte como pregunta perpetua por su propia legibilidad. Por eso la apuesta formal de Díaz supone pensar dos grandes zonas de problemas, entre las que menciona la posteridad que el escritor alemán construyó para su concepto; no hay un Barroco previo totalmente conformado, sino un manojo de vacilaciones epistemológicas de la ciencia del arte, que Benjamin reunió y utilizó para empezar de nuevo. La otra zona tiene que ver con que el Barroco no fue para él un modo de aislarse, sino una manera de reinventar grandes temas de discusión con grandes nombres de la época, como el poeta y traductor alemán Stefan George, el historiador alemán Aby Warburg, el sociólogo alemán Max Weber, el filósofo y jurista alemán Carl Schmitt, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche y el filósofo marxista húngaro Georg Luckács. Díaz, que publicó entre otros libros una edición anotada de El barroco y el neobarroco de Severo Sarduy (2011) y el volumen colectivo Episodios críticos de la modernidad latinoamericana (2017), observa que leer a Benjamin desde el Barroco significa asumir plenamente los efectos de un movimiento que él hizo y que permaneció silenciado. “El Barroco, a partir de Benjamin, es un modo de leer”, subraya el autor de Tensión y materia.
La escritura, el lugar de Benjamin
Díaz repasa una serie de “torsiones teóricas” de Benjamin. En la primera, funda a través del Barroco una ciencia nueva, “la ciencia del origen”, que coincide con una ciencia de la salvación. Hacer del Barroco el origen de la modernidad implica convertirlo en un origen de lo moderno porque rastrea en esa experiencia estético-histórica una clave de lectura de las grandes discusiones y procesos: secularización, escatología, legibilidad, arte moderno, humanidad, técnica, estado de excepción y crisis. “Benjamin elabora una idea inédita de secularización en la que la experiencia del presente y la supervivencia de lo teológico son reinventados”, explica el Doctor en Letras e investigador en temas de estética y teoría literaria y aclara que la de Benjamin es otra idea de la historia, otra idea del tiempo y sobre todo otra idea de la experiencia y el conocimiento.
La cuarta torsión teórica consiste en transformar el Barroco, como materia sobre la que crece la ciencia del origen, en un método cuya herramienta fundamental es la alegoría. La quinta, trata de hacer del Barroco un materialismo de la tensión. Díaz destaca que se equivocan quienes proponen una oposición entre el Benjamin vanguardista y el barroco. “No hay un Benjamin moderno y un Benjamin arcaico”, argumenta el autor, porque lo que el escritor alemán descubre en el Barroco es algo que estaba buscando desde siempre: una experiencia del presente arcaico-moderna. También puntualiza una cuestión elemental sobre el aspecto de la colocación; Benjamin nunca supo dónde colocarse ante los otros, aunque siempre supo dónde estaba: en la escritura.
Voces tenues en la oscuridad
Uno de los momentos más intensos de Tensión y materia se alcanza en el contrapunto entre el filósofo italiano Giorgio Agamben y el filósofo francés Georges Didi-Huberman, quienes se disputan la herencia benjaminiana. Díaz recuerda que Didi-Huberman dedica un libro completo, Supervivencia de las luciérnagas (2009), a una pregunta por los orígenes y el sentido de un método, pero señala que sería un error pensarlo como un texto contra Agamben, aunque en sus páginas despliega objeciones y severas críticas. Agamben forzosamente necesita pensar la historia en términos de “destrucción” y luego “redención por trascendencia” y la palabra que Didi-Huberman opone, como expresa Díaz en esta zona del libro, es “supervivencia”. En la visión de la relación entre experiencia e historia que se deriva de la supervivencia, el lugar del pensamiento no es operar “recuperaciones” sino definir modos de aparición y volverse históricamente sensible para percibir lo que todavía vive de una experiencia, según manifiesta el doctor en Letras e investigador. Gran parte de la tarea asumida por Didi-Huberman se juega en la preservación de esa persistencia hasta las últimas consecuencias, “hasta incluso ser el único que aún ve en medio de la oscuridad, como cuando en la playa, o en la plaza, en verano, los niños hacen durar el juego, y aún ven la pelota y aún se ven entre ellos y, sin saberlo, evitan con ello la melancolía del fin del día y si alguien viniese, y se asomase a su juego, sólo podría oír voces tenues en la oscuridad”.
Hay libros profundos que se inscriben en la estela de Benjamin y Lezama Lima, aquella que promueve la idea de que lo difícil es estimulante. Los textos desafiantes del pasado continúan suscitando nuestra potencia de conocimiento.