Lectoras, ores, y otros, de mis válvulas gástricas: creo que no es necesario aclarar, pero por las dudas lo hago, que el actual primer Autoritario adjudicatario del voto zombi y el odio hegemónico epocal (palabra que detesto), conocido también como el Rey León, no goza de mi mayor ni de mi menor simpatía.
Bien sabrán ustedos y ustedes que se me hace difícil valorar a la persona que, ungida de una excelentísima investidura, procede a: destruir el mismísimo Estado del cual fue elegido jefe; ejercer como mandante cuando fue elegido como mandatario; gobernar para las fuerzas celestiales cuando fue el pueblo argentino quien lo llevó al sillón en el que aposenta sus graciosas aposentaderas; y que de nuestra Carta Magna solo respeta aquel sector del preámbulo que dice “asegurar los beneficios de la libertad para nosotros” (el original tenía una coma después de "libertad", pero se dice que uno de los clones caninos del gabinete se la ingirió), y aquel pequeñísimo párrafo que dice “ordenamos, decretamos y establecemos”. El resto... ¡afuera!
No puedo dejar de sentir cierto menosprecio, cierto desdén, hacia aquel que, ungido de la responsabilidad de guiar los destinos de 50 millones de argentinos por cuatro años, decide hacerlo a través de “retuits de necesidad y urgencia”, o sea, replicando dislates delirantes de ignorantes tenaces y ninguneades autopercibides pensantes. Solo por dar un ejemplo, hace pocos días, en un solo retuit ofendió al pueblo de Chubut, a sus autoridades tan electas como él mismo, a su gobernador en persona, a las personas que padecen el síndrome de Down y a sus familiares, amigos y conocidos, y, me animo a decirlo, a los argentinos y argentinas “de bien”, o sea aquellos y aquellas sensibles a la existencia de otro semejante.
Este menosprecio –hacia su figura, no hacia la investidura que ostenta– se hace extensivo a todos y todas aquellas que, a sabiendas o a ignorandas, facilitaron o fogonearon el acceso a esta coyuntura.
Dicho esto, procederé a reconocer (nobleza obliga, y plebeyitud también) cierta particular característica de nuestro faraón sin pirámide: su increíble capacidad de desarrollar –a una velocidad equivalente a la sumatoria de Flash, Súperman, Aquiles (el de los pies ligeros), Unsain Bolt y Fangio– conflictos y enemistades, que raudamente son desplazados por otros conflictos y enemistades creados a tal efecto.
Esta semana, por ejemplo, un sedicente tuitero echó a correr la posibilidad de una dolarización inminente, que enfureció a empresarios, productores, la clase media empobrecida y el campo nacional y popular en su totalidad, pero era un mero bluff, un globo de ensayo, para que no tuviéramos en la mente el discurso del viernes en que el presidente probablemente decretase el cierre de los medios de comunicación en manos del Estado.
La noticia del cierre de los medios, que indignó a gran parte de la prensa, lectores, políticos y argentinos y argentinas en general, en verdad buscaba tapar el impacto de la eliminación del lenguaje “llamado inclusivo”, las políticas de género y el uso de la “x”, la “e”, la arroba y sobre todo la “K", noticia que, a su vez, pretendía esconder las declaraciones de desprecio a su propia condición de exhincha xeneize e insultar a “la mitad más uno” manifestando que hincharía por los millonarios (como siempre, bah). En algún momento le habrán dicho que no era conveniente enemistarse con la número 12, pero él dio a entender que en verdad era una mera triquiñuela para tapar el escándalo que habían provocado sus manifestaciones contra Lali Espósito, que enojaron a muches, que, sin ser fans o ni siquiera simpatizar con la actriz y cantante, sintieron con justa razón que el presidente no debía usar su poder para perseguirla. Sin embargo, él explicó que lo hacía para aplacar el enojo que provocaría su discurso del 1º de marzo a la noche entre los judíos ortodoxos, el cual sería pronunciado “ya entrado el Shabat”, lo que les impediría verlo, por tratarse del día sagrado, del día del descanso, y (esto corre por mi cuenta) de un día para cosas superiores a… esto.
Pero... hete aquí que dar el discurso un viernes por la noche era para tapar el enojo de los musulmanes cuando anunció que llevaría la Embajada argentina de Israel a Jerusalén, lo cual a su vez fue dicho para ocultar la furia de los feligreses católicos ante sus palabras hacia el Papa Francisco (al que había acusado de ser un enviado del "Maligno"). Pero lo del Papa en verdad era para ocultar la desregulación de las obras sociales, que era para ocultar el cierre del Inadi, que era para tapar el enojo de los gobernadores por la desfinanciación a las provincias, que era para tapar el quite del aporte a los docentes, que era para ocultar la vuelta del impuesto a las Ganancias, que era para tapar….¡la dolarización!
Y así, mientas ustedes daban la vuelta por este círculo, él devaluaba, echaba gente, inflaba los precios como nunca, licuaba los salarios y los ahorros, derogaba las pocas leyes que quedaban en pie, quitaba derechos, izquierdos y ambidextros, y regalaba las riquezas del país al mejor postor… sin que nadie dijera nada, enganchados todos y todas en alguno de los eslabones antes nombrados.
Sé que el querido y extrañado Tato Bores, de la mano del también querido Santiago Varela, lo hubiera explicado mucho mejor (de hecho, ya lo hicieron en los noventa). Pero bueno, Tato está en nuestra memoria, y ahora es nuestro turno de contar, quizás infructuosamente pero sin pausa, esta discepoliana y charligarciesca realidad.
Sugiero acompañar esta columna con el video-estreno de Rudy-Sanz ”Los fantasmas de Menem”, parodia argentinizada del clásico de Serrat “Los fantasmas del Roxy”, interpretada en esta ocasión por los “dos pájaros furtivos”: