En el discurso presidencial apareció la promesa o postulación o deseo de un pacto, que se quiere fundacional, para sentar las bases de la libertad. La fecha no carece de mitologías, nada menos que el 25 de mayo. Una vez más, se trata de tomar algo para revertirlo como un guante, porque si el 25 de mayo fue el grito independentista contra la subordinación colonial, ahora se pretende conmemorarlo con la declarada sumisión al nuevo orden económico global. En nombre de la libertad, mayores opresiones.
Todo en ese argumento es regresión, aunque se presente discursivamente con las galas del progreso. Promete, pero lo que está por delante no es más que un desierto en el que deja de ser relevante la preservación de la reproducción de la vida. 25 de mayo entonces, no para reconocer un linaje, sino para borrar un esfuerzo colectivo al que llamamos nación. Al que generaciones sucesivas han nombrado nación argentina. Ojalá esa nación vuelva a gritar que a sus pies se ha rendido un león (vencido).
La palabra puesta en juego es pacto. Un nuevo contrato social, reclamaba Cristina Fernández de Kirchner. Ahora es Javier Milei el que llama al pacto. Luego de su primera derrota parlamentaria, con la Ley ómnibus, convoca a un pacto para volver a tratarla. Lo que el gobierno pondría en juego para lograr adhesión se nombra “alivio fiscal”, que en moneda lingüística contante y sonante es extorsión. Muchos gobernadores provinciales respirarán aliviados: no querían confrontar pero tampoco ver sus arcas vacías por la desmesura del aserrador financiero. Se los veía sonrientes, pensando en que podrán acompañar el desmantelamiento del orden anterior que también ellos querrían ver finalizado.
El gobierno puso en escena una supuesta victoria, para hacer olvidar que recurre a la idea de pacto porque fue derrotado. A esa derrota efectivamente existente, la veló con un triunfo producido el 1° de marzo como artilugio comunicacional: los alrededores del Congreso fueron sitiados por fuerzas policiales, la movilización opositora impedida, el recinto poblado de penosos aplaudidores, las cámaras reducidas a enfocar los gestos y festejos oficialistas, como si pudiera borrarse todo el resto de las fuerzas parlamentarias. Esas escenas consuelan y alegran a sus propios votantes, funcionan de chantaje para toda la clase política, desconciertan y apenan a una gran parte de la población que deja de estar representada, enteramente, en sus posiciones, argumentos y sentidos. Son victoriosos en su propia puesta en escena y desde ese podio, fabricado con esmero, hablan de pacto. Invocan las fuerzas del cielo, cuando las que cuentan son las de la producción de una realidad virtual, mediática, imaginaria. Quizás le llaman cielo a esa abstracción, lisita, de la realidad.
No hay que olvidar que en el tratamiento parlamentario del proyecto de ley no tenían los números suficientes para aprobarla y que por eso ponen en juego la idea de acuerdo. No hay que menospreciar que ahora pretender intercambiar el apoyo a la ley Bases por alivio fiscal, porque no alcanzó con la mera diatriba ideológica y publicitaria de sus máquinas trolleantes y periodísticas. Pero tampoco habría que olvidar la pregunta por las reales condiciones de vida de las mayorías. El discurso presidencial es un festival de números abstractos y de palabras rutilantes que se convierten en eslogans, como la de superávit. Mientras el sistema educativo está en vilo, pacientes oncológicos ven suspendidos los tratamientos, trabajadorxs temen por la continuidad de sus puestos en fábricas, comercios y oficinas. Suponen que gobernar es diseñar lo que se quiere, en magno programa, sin conciliar con las efectivas dinámicas sociales. Por eso, el discurso no se privó de acudir a imágenes como las de acelerar en lugar de frenar, o reminiscencias de una inmolación en nombre del plan que se quiere sostener.
El discurso no trajo nada nuevo, salvo la promesa de convocar una cita pactista un 25 de mayo. Que queda lejos. Queda lejos en un contexto inflacionario. Por ejemplo, ninguna universidad nacional estaría funcionando en esa fecha. ¿Qué pacto imaginarán los gobernadores y legisladorxs en un país sin universidades? Suena menos un acuerdo fundacional que un llamado a un entuerto, vamos y vamos, así ustedes sobreviven. Pero no hay gobiernos que puedan sobrevivir si las sociedades se arruinan, si las personas se empobrecen, si las familias carecen de porvenir real más allá de las declamaciones gritonas. Porque cada día, la experiencia estará demostrando que por más que nadie hable con la “e” los precios siguen en alza y que el problema no somos las feministas sino la falta de regulación estatal de las prepagas.
El lugar de la cita para el pacto invocado es Córdoba. Quizás para remachar la inversión de sentido, allí donde hubo una gran movilización obrera y estudiantil llamada cordobazo, poner las bases de la destrucción de los derechos populares. Claro que no fue lo que dijo, porque la excusa para la localización fue el nacimiento, allí, de Conan. Las fuerzas del cielo tienen, sin dudas, cara de perro.