"Lo que más me dice la gente es que ven el pañuelo en la puerta de las casas como una mano amiga, un lugar donde pueden recurrir si pasa algo. Es lo que más me dicen, que les da tranquilidad el símbolo. Somos un colectivo", afirma Marcela Sanmartino Carranza, que vive en La Plata y lleva adelante el proyecto "30 mil pañuelos por la memoria", una red autogestiva, independiente y sin fines de lucro que realiza placas con el tradicional pañuelo blanco hechas en mosaiquismo para colocar en los frentes de las casas, entendiendo el mundo como un gran mural. A seis años de su creación, llevan entregados más de 25.000 pañuelos, que se lucen orgullosos en las puertas de las casas del país y del mundo, llueva o truene, ocupando el espacio público aunque incomoden.
"El proyecto empieza desde defender los derechos y hacer hincapié en la memoria de lo que fueron todos esos años. Uno no defiende solo la idea de la tortura, de secuestro y desaparición, sino que también que fueron épocas de hambre, épocas de la gente sin laburo. Un atropello de todos los derechos", afirma Marcela, sobrina de Cecilia y Adriana Carranza, dos mujeres desaparecidas que fueron secuestradas en mayo de 1976, a sus 18 años.
Fue en el 2018 cuando Marcela y sus compañeras de mosaico sintieron impotencia frente al retiro de los baldosones con los pañuelos blancos de la Plaza de Mayo en 2018, los que durante décadas señalizaron la ronda de las madres y abuelas. Empezaron siendo 40 personas: hoy, son casi 140.
"Nosotras pensamos que íbamos a poner pañuelos acá en La Plata, a los familiares que conocemos y eso", recuerda Marcela. Pero seis años después, son más de 25.000 los pañuelos que han repartido, no solamente en La Plata ni en el país: también en Italia, Estados Unidos, Guatemala, España, Chile, Brasil y Colombia.
Hay de colores, cuadraditos, todos blancos, redondeados y hasta triangulares: los azulejos de este proyecto autogestivo están elaborados de manera artesanal bajo la técnica del mosaiquismo. El mapa, que puede consultarse en redes sociales, se arma con el registro de la colocación del pañuelo que envía cada uno de los solicitantes. Quienes realizan el pañuelo solamente cobran los gastos de los materiales. "El que no puede poner un centavo nos avisa antes. Y el que puede menos pone menos, seguro que después cae alguien que pudo, así nos hemos manejado desde el comienzo y funciona", afirma.
El primer pañuelo se colocó en la Biblioteca Popular Del otro lado del árbol. Paula Kriscautzky fue la encargada de realizarlo. "Nos recuerdo sentadas en las sillas de colores de la biblioteca cuando Marce me dijo 'tengo ganas de que cada casa tenga un pañuelo que nos refresque la memoria, que el pañuelo de las madres y abuelas sea faro para todos'. Obvio que sentí emoción y admiración por ésto que se empezaba a gestar en ese mismo instante", recuerda.
El 22 de marzo de ese año colocaron el primer azulejo y para el 25 marzo ya habían comenzado a armar un sitio en Facebook para difundir y poder llegar más allá de los amigos y conocidos. Porque se trata, en definitiva, de un proyecto no solo para los convencidos, sino también para los no convencidos, los no informados. "La gente que adquiere un pañuelo ya sabe lo que pasó. La idea es que eso se haga visible. Por eso es que es un proyecto donde las dos partes son importantes, los que hacemos los pañuelos y los que al retirarlos se comprometen a pegarlo en el frente de sus casas", afirma Marcela.
"Yo creo que los pañuelos interpelan pero también despiertan curiosidad en los más chicos, que preguntan. Claro que incomodan en algunos casos, pero eso vuelve un desafío mayor a éste proyecto enorme que sigue sembrando amor por sobre todas las cosas", agrega Paula.
El material no es casualidad. Los pañuelos están diseñados para enfrentar condiciones adversas, no solo naturales, como lluvia, humedad, o el simple paso del tiempo, sino también humanas, como la violencia, los ataques, las vandalizaciones. Otra muestra, diferente, del paso del tiempo. Como pasó hace unos dos meses en el centro cultural El Zócalo de La Plata, que realiza actividades culturales en su barrio. El pañuelo que tenían en su puerta recibió un balde de pintura roja. Eso hace que muchas personas elijan no colocar el pañuelo en su puerta.
"Mirá, yo creo que mucha gente tiene miedo. Y creo que mucha gente el compromiso llega solo a su punto. Y también a veces los gana la fiaca. Otra gente lo tiene en la biblioteca, adentro. A veces está bueno también, gente que da conferencias desde su casa. La idea siempre es que se difunda, sea de la manera que sea. En todos casos es bienvenido", afirma Marcela.
Pero en su mayoría, llevar el pañuelo genera más confianza que odio. Amalia Cozzi es de Quilmes, docente, jubilada y está en el proyecto desde sus inicios en 2018. Es hija de una Madre de Plaza de Mayo que falleció un año antes del proyecto. Los mosaicos le permitieron homenajear a su madre y conectarse con otras como ella.
"Yo lo veo como si fuera un código, de que en esa casa o institución la memoria está cuidada, está guardada. Así descubrí yo que a dos cuadras de mi barrio vivía una madre en Plaza de Mayo, que me golpeó la puerta porque quería saber por qué eso estaba ahí", afirma.
"Acá en la zona hemos hecho dos y tres veces pañuelos en clubes sociales porque los rompen, los pintan y los volvemos a hacer. Los volvemos a hacer y los volvemos a poner y bueno, incomodan, incomodan a todos aquellos que lo ven desde el lugar del odio, del resentimiento y que cambian, cambiando el relato, cambian roles. Pero nosotros lo seguimos haciendo", afirma Amalia.
La misma fuerza que guió a las Madres y a todos los que lucharon por un mundo más democrático es aquella que guía a seguir dando la pelea por la memoria. "El proyecto existe porque ellas existieron. Si no, yo no hubiera tenido ese motor y no tendría hoy la fuerza para seguir a veces cuando estoy cansada", afirma Marcela sobre sus tías.
En tiempos donde el presidente es capaz de abrir las sesiones del Congreso bromeando sobre la cifra de 30.000 desaparecidos, se torna una tarea titánica sostener estos espacios y proyectos de memoria. Pero en cambio, al preguntarle por el futuro, Marcela no duda en responder. "No sé si va a ser para siempre, pero mientras podamos vamos a seguir. Y fundamentalmente mientras siga el negacionismo. Creo que como habitantes del país nos relajamos un poquito, y en este momento no es duplicar, es multiplicar para no dar cabida. Como cuando empezamos", afirma, y concluye invitando a cualquiera que tenga o quiera tener un compromiso con la memoria a sumarse.