“Todos los días llegan mensajes. 'Padre, no tengo garrafa. No tengo nada. ¿Tiene algo? ¿Un fideo?' Y siempre falta o comida, o garrafa, o una birome para la escuela de los chicos. La gente come salteado, y éso ya no es una metáfora. Hay familias donde comen una vez al día, y no todos los de la familia: los adultos no comen.”
Así recibe el padre Paco Olveira a Buenos Aires/12 en la Fundación Isla Maciel, cuyo nuevo paisaje está desierto.
El comedor de la fundación es un lugar amplio que supo ser desde el año 1928 hasta 1987 el Club Social y Deportivo La Pandilla, con bar para jugar a las cartas o a los dados, tomando Amargo Obrero, cancha de bochas para pasar las tardes y hasta un potrerito decente para jugar al fútbol. Hasta este diciembre era un lugar donde llegaron a comer mil doscientos vecinos organizados por la fundación que preside el Padre Paco.
En la cocina
Una de las dos cocineras que quedaron habla con pena mientras corta cuatro papas, pero su mirada no denota tristeza sino enojo: “Hay que estirar lo poco que hay. La gente te pregunta en la calle cuándo va a haber comida. En el barrio había diez comedores, pero cerraron y esa gente viene para acá. Este gobierno nos quiere muertos. Ahora viene gente de 3 de Febrero, hasta de Renunciamiento vienen, pero ahora cerramos porque nada llega, no llega mercadería”.
La segunda cocinera invita a ver y muestra: “Aquí está, media olla chica. Las otras están vacías. Estamos cocinando 6 kilos de harina, antes hacíamos un montón, no alcanzaban los hornos grandes, ahora un horno y gracias, ahora media olla, y antes las ollas no daban abasto, ahora están vacías, y esto vacío. Todo esta vacío”. Y mira la mesa larga y sola. Y mira a su compañera cortar las pocas papas que deberán estirarse. Y hace silencio.
Las mujeres se preocupan distinto. Las mujeres que saben el hambre en los ojos de sus hijos tienen --como nadie-- derecho a la furia. “Y esto recién comienza. El pan a dos mil ochocientos. ¿Cómo hacen los que tienen chicos? La garrafa a catorce mil pesos. Lo que se hace acá es para el hogar infantil, que es lo poco que mantenemos a como se puede. Veo a los que vienen a la reja. Sabemos que ahí comienza un peregrinaje por comida dando lástima ¿Cuánto creen que va a durar esto así? El Presidente dice que es un hombre que reza, pero alguien que reza no puede ser tan malo”. Y sus ojos encuentran a los del Padre Paco, duros y también furiosos. Y este silencio apenas es rozado por el cuchillo en las papas.
La bronca de no poder
“Yo sigo con mucha bronca. No lo puedo evitar porque dijimos que esto pasaría. Lo avisamos tanto... Y acá estamos. Desde diciembre sin comida para la gente.” El cura carga sus tintas con datos y razones: ”Se cayó el Plan Alimentar Comunidad, que tenía dos modalidades, secos y menú completo con frescos. Hoy nos deben eso desde diciembre. Mirá, en Navidad el gobierno no nos dio nada. Igual entregamos por hábito un pollo y algo de ensalada por familia. Hubo gente que en Navidad tomó mate cocido y pan y se guardó el pollo para Año Nuevo. Entregamos casi quinientos pollos. Eso te mata, porque no son números, son seres humanos a los que sin el Estado no los podemos ayudar. Nosotros no tenemos cómo generar recursos. Cáritas ayuda, los otros curas también, pero no damos abasto”.
La fundación Isla Maciel no sólo da de comer. Tienen casas de abrigo, la casa de los niños, y esa tarea no puede parar y “anoche nos enteramos de que se termina el plan Potenciar Trabajo, pero la mayoría de las mujeres que cocinan en estos comedores cobra su sueldo del Potenciar Trabajo y cocina en comedores comunitarios. Ahora no sabemos cómo va a ser, porque éstos primero cierran la canilla y después van viendo”. Y entonces se enoja mucho más. “La persona que cocina tiene que tener un ingreso porque tiene que poder comer y comprar papel higiénico. Ahora no tenemos casi comida y ni para eso tendremos cocineras, porque nosotros no estamos en capacidad de pagar sueldos. Hasta acá todo fue una cadena virtuosa. Esto va a explotar porque no tienen ni idea.”
Algunas cifras
En este comedor llegaron a comer mil doscientos vecinos por día durante el gobierno de Mauricio Macri. Durante la gestión de Alberto Fernández la cifra bajó hasta trescientos cincuenta. Desde diciembre volvió a crecer “y ahora hay que decirles que no hay comida", dice Paco. "Hay hasta familias que no tienen con qué cocinar porque no tienen ni comida ni garrafa, así que recorren para conseguir alimentos. No sabemos cuánto se va poder sostener esto."
Y sigue Paco: "Apenas estamos asegurando la comida para la casa de abrigo, la casa del niño y un centro educativo. No sabemos cuánto lo vamos a poder sostener. Son ochenta raciones y dependemos de algunos donantes solidarios. Algunos donan siempre, otros cuando pueden. Tenemos donantes particulares. Vienen de la solidaridad. Gente que cree en formas de hacer sociedad, comunidad”.
“No nos avisaron el fin del convenio", dice. "Queríamos conversar con el Ministerio de Capital Humano para renovar el convenio, pero nada, un día no mandaron la comida y listo. Este gobierno, este Estado, odia y descree de las organizaciones sociales. Ahora bien, para ellos nosotros somos una organización social, y lo dicen en términos insultantes y peyorativos. Pero para ellos está bien dar alimentos. Por eso se juntaron con los evangélicos de extrema derecha y les dieron un montón de millones a ACIERA para que repartan. Pero no quieren nada que tenga que ver con organizaciones barriales que crean conciencia. Por eso las saltean. El Programa Alimentar Comunidad te daba una tarjeta para que compraras, en regla y como corresponde, los alimentos frescos para completar la comida. Ahora esta gente dijo que lo va a hacer y no lo hicieron y nadie sabe adónde fueron esos millones, y encima la ministra salió un día y solo dijo que haga fila el pobre que les va a dar comida de a uno. Eso ya es una barbaridad, y para colmo nunca más apareció”.
Nos jodieron a todos
Ahora el silencio agitado mira la sala enorme y vacía, tanto que hasta la respiración hace eco entre las sillas amontonadas y listas para nadie. Los vasos y los platos apilados y huérfanos de todo, como quienes se acercan a la reja y reciben la respuesta fatal: no hay comida. Pero el cura no se rinde. ”Yo frente al dolor intento dar una respuesta, pero cuando alguien pide algo que no podemos dar y no podemos responderle, no pierdo ocasión de decirle 'la verdad, disculpame. Yo no sé quiénes fueron los que votaron a Milei, dijimos que esto iba a pasar y lamentablemente lo estamos pasando y no tengo cómo responder'. Voy buscar dar respuesta, claro que sí, pero tengo mucha bronca. Entiendo todas las explicaciones, pero nosotros advertimos con mucha claridad lo que iba a venir y bueno, hubo mucha gente que lo votó e hizo que no sólo se jodieran ellos mismos sino que nos jodieron la vida a todos.”
Ya no queda más por decir sin repetir lo mismo cada vez en voz más alta tratando desesperadamente de que se entienda mientras la mirada recorre el salón. Allí fueron a dar las cosas que se pudieron rescatar del incendio de la semana pasada en el otro comedor, también en Isla Maciel.
Aquí solo quedan tres pianos, cinco heladeras vacías, unas imágenes del Gauchito Gil y de la Virgen María que conviven en armonía junto con un Cristo y el escudo del Club Social y Deportivo La Pandilla con su blasón de cuatro bastones rojos. Una pizarra de cuentas tan incompleta como ahora innecesaria, una pelota de básquet trabada entre dos carteles y dos cocineras en una mesa larguísima.
Y un montón de ollas apiladas. Vacías.