El espejo del baño es grande, tanto que hay por lo menos cuatro chicas juntas arreglándose el pelo o el maquillaje. No conozco a ninguna, pero una de ellas acaba de detectarme en mi rincón apoyada en la pared. Y me habla mirándome en el espejo. No me pasa nada malo, le digo. Estoy bien. Bueno, asiente ella y se arregla primero el pelo y luego, mirando de reojo a las otras tres, se quita un momento el pañuelo del cuello. La moda es llevar un pañuelo a modo de collar bien apretado, ancho y corto. Se le llama pañuelo gatito; me gusta el nombre. Esta chica se quita un momento el gatito y las otras tres abren la boca bien grande: es cierto, el moratón que tiene en el cuello es tremendo, oscuro. El que te hizo es es un bruto. Un bruto. Ella parpadea enigmática y se vuelve a poner el pañuelito. No te voy a decir quién.
Luego me mira y me guiña un ojo.
El baño es un lugar en permanente cambio. Un grupo de amigas entra y hablan todas muy rápidamente y en voz baja, parece que conspiran y preparan una estrategia que en poco rato van a poner en práctica. Una dice no se qué del paquete y las otras se ríen a carcajadas. A veces me gustaría, cuando en el colegio nos llevan a ver los partidos de vóley, formar parte del equipo, reírme con el grupo. Sólo por ese momento en que todas se reúnen y pasándose los brazos por los hombros crean un iglú humano. Una de las integrantes dice algo al centro, las otras responden a la consigna, y todas al final gritan un emocionante ¡Ra Ra Ráaaaa!!
Pero soy mala en el vóley, por lo menos a Margarita la pusieron de reemplazo algún día. Tiene un poco más de estilo, le sale un poco mejor. A mí me dieron la garrafa de agua y de eso me encargo, de darles agua a las del equipo. El vóley es un deporte difícil, hay que tener los dedos bien entrenados para conseguir ese rebote en la pelota. Y más difícil es el saque. Tuve muchos intentos de sacar, dándole desde abajo con el puño, o de un cachetazo palma abierta en lo alto. Pero a continuación viene el uuuuhhhhhhh !!! y la pelota ni pasó la red.
El tiempo pasa y no salgo de este baño. Pero me entretengo, como en un escenario de escenas fugaces y pasajeras. Ya se han ido las amigas pañuelo gatito y han entrado otras chicas. Una de ellas es muy alta, de melena hasta la cintura. Es imponente y parece que maneja el grupo que la escucha con atención: es un hijo de puta y ya va a ver, dice altiva, mirando a algo por encima. Las otras asienten y la más alta dice “vamos” y todas la siguen al salón.
Cuando entra la amiga de mi hermana, la más grande, finjo estar muy concentrada en mi reloj pulsera. No sé cuánto tiempo le puede llevar una persona mirar la hora, pero es todo lo que se me ocurre. Cuando se me acerca, noto aún más que tiene el pelo como esponja de limpiar. Tu hermana, me dice, está bailando con Abel. Asiento, pero no sé quién es Abel. La amiga se mete en uno de los compartimentos para hacer pis y cuando sale me dice dos cosas: una, que que hago aquí todavía. La otra, cuando se va : le dije hoy a tu hermana, se lo dije hoy, que yo iba a bailar con Abel, fue Abel el que me invitó. Y ayer por teléfono se lo dije también.
Asiento y me pregunto por cómo será el tal Abel. Las llamadas de teléfono de mi hermana son muy largas. Suele sentarse y hablar mucho, mucho tiempo. Se ríe, grita, hace chistes y comentarios. Es verdad que le oí mencionar a un tal Abel, pero también hay veces que hablaba de un tal José Luis. Y antes de otro que se llama Víctor. Siempre es importante lo que dijo Víctor -ay lo que dijo- y luego sigue con que no, no lo dijo así, o no, no dijo eso. A mí me dijo que... Así que me parece que cuando salga por fin a ese salón en donde todos bailan con todos me va a dar un poco lo mismo quién es quién. Aunque me pregunto en dónde estarán esos cretinos que me siguieron hasta aquí. A lo mejor no tienen otra cosa que hacer que esperarme delante de la puerta del baño.
Estoy cruzada de brazos, apoyada en un rincón, ya contesté unas cinco veces a cinco chicas diferentes que no me pasa nada, que me siento bien. A mí me vino, dice otra, por eso te pregunto. ¿Te vino?, dice la de al lado. Sí, me vino justo ahora. Qué cagada. Otra me mira y opina que a mí seguro que no me vino, no todavía. Me falta.
Todo esto a veces lo hablan moviéndose de un lado al otro, donde a la que le vino está haciendo equilibrio encima del inodoro -por el amor de Dios, nunca te sientes en el inodoro, todo se hace de pie, dice mi madre, que invoca al amor de Dios con bastante asiduidad-. Y la chica habla a los gritos con la puerta abierta. Pero aunque puedo e intento mantenerme en mi lugar, sé que ya me estoy hartando de este baño, del ruido de cuando tiran la cadena, de las que entran y salen, de las pestañas que se cargan de rimmel. Es una noche húmeda, lo sé porque todas las que se hicieron la toca ahora se alisan el pelo que, de todos modos, se les sube como una espuma rara.
Lo primero que hizo mi hermana esta mañana fue preguntar por teléfono a las amigas si había mucha humedad. Mi pelo -porque yo también me hice eso, me aprisioné la cabeza-, parece un repasador de la cocina. La humedad de esta ciudad, Rosario, es un asco, pero otras se miran la melena -como aquella alta que ha entrado presidiendo la comitiva- y está perfecta, intacta. Qué suerte, ojalá mi pelo fuera así dice una de ellas. Ojalá viviéramos en Mar del Plata, dice otra de las amigas. El tiempo es seco. ¿Cómo va a ser seco si está junto al mar? Sí, es seco, afirma tajante, es aire seco de mar.
El mar, me digo, tiene que ser algo grande el mar. Y el aire que sopla en esa ciudad, Mar del Plata -o Mardel o Marpla dicen unas- seguro es seco y cortante, pero también limpio. Mar del Plata, dice esta amiga que lo sabe todo, es distinta. La gente se habla, las chicas y los chicos se encuentran tranquilamente por la calle. No dan vueltas, no se espían como en esta ciudad careta que es Rosario. Esta ciudad, repite, y -puntualiza bajando el brazo, el dedo índice y pulgar tocándose en la punta-, es careta, son todos unos falsos.
Una del grupo va afuera, vuelve y avisa y entonces todas se van.
Algún día voy a ir a Mardel, pero ahora tengo que animarme a salir de una vez al salón. Detrás de ellas. Tal vez la banda del hijo del carnicero ya no está. O se olvidaron de mí. No puedo estar toda la noche en este baño que, además, está cada vez más sucio. Alguna que otra sale y arrastra con los zapatos pedazos de papel higiénico, todo esta un poco húmedo y a ver si me voy a enfermar.
Inexplicablemente, reaparece la misma amazona alta, de melena perfecta, y detrás su grupo. Están nerviosas, hablan en voz baja, planean algo y la que antes ha afirmado que esta ciudad es careta se dirige a mí de repente y con brusquedad: ¿qué mirás? Me encojo de hombros. A ver si soy amiga del degenerado de Abel. ¿No serás la hermana? No, digo bien alto, yo estoy en contra de Abel. Perfecto, ¡entonces vamos! Y salgo con ellas en procesión con andar firme y resuelto. Vamos a acabar con Abel.