Sólo la obligación constitucional de abrir el período de sesiones ordinarias del Congreso justificó el viernes lo que en esencia no fue un discurso, sino un hilo de tuits conocidos hasta el hartazgo.
Eso incluye dos cosas. Primero: la falsa novedad del pomposo “Pacto de Mayo”, que no es otra cosa que la extorsión de girar plata a las provincias a cambio de resucitar el aprobado a la Ley Ómnibus. O me das lo que necesito o gobierno por decreto. Y si no puedo, que es lo que me parece que sucederá porque no confío ni en ustedes ni en la política, veré cómo sigo. Si sigo.
Y segundo, determinante, fue la ausencia absoluta de toda mención y anuncio sobre ingresos devastados de una mayoría de la población, a la que se refirió en las dos oraciones en que le pidió “paciencia” sin una sola palabra acerca de cómo atravesar la guerra implementada.
Hubo brillante puesta en escena de la transmisión televisiva, de factura técnica notable y mostrando únicamente rostros del oficialismo e ignotas barras de aplaudidores desaforados (vamos a entendernos: esas barras estuvieron en todas las ceremonias de este tipo, con todos los gobiernos, pero sí es la primera vez que exhiben sólo eso). Se dio imagen de consenso unánime y disimuló, para quienes jamás escuchan y apenas oyen, la horrorosa lectura de los tuits. Milei gracias si pudo salirse del papel en la frase con que cerró un brevísimo contacto con la prensa a la salida del recinto: “Conan es cordobés”. Y en el transcurso de los tuits, cuando levantó la mirada perversa en el tramo más repugnante: “Si se hubieran hecho las cosas como un país mediocre, la cifra de muertes por Covid debería haber sido 30 mil muertos… de verdad”.
Por el resto, la solitaria novedad, en el estricto sentido del término, es el anuncio del cierre de Télam (vean una muy buena nota de Irina Sternik sobre el rol de la agencia). El bestial Manuel Adorni convocó a saludar a Télam “porque se va”, en un posteo de medianoche. Ese es el símbolo de la vocación dialoguista de estos bárbaros, habiendo de por medio no una planilla sino centenares de trabajadores. Hay que festejarlo, escribió el vocero.
En todo caso, de los diez puntos de la extorsión del Pacto de Mayo hay dos destaques que también oficializan lo ya sabido.
El 6 habla de la entrega de recursos naturales, y el 8 atiende a una reforma previsional que pueda reintroducir las AFJP.
La pregunta vigorizada es cuáles son las condiciones posibles —posibles, no poéticas— para que comience a producirse, al menos, algún tipo de acuerdo para frenar el espanto de un Gobierno inédito. Será muy complicado porque, entre otros motivos nada menores, el peronismo carece de jefatura por fuera de indicadores sueltos. Pero por algún lado hay que empezar.
Está en juego la demolición nacional, que antes de ser un concepto ampuloso es exactamente lo que ocurre a través de cualquiera de las vías analizables en el cotidiano de las grandes mayorías.
Es comprensible y notable a la vez que el concentrado mediático tradicional, e incluso lo que de él rebota en las redes, advierta “tan sólo” del saqueo al bolsillo popular y de la clase media. Hablamos de la prensa opositora en general, con sus excepciones, porque en la oficialista literalmente no existen tarifazos de servicios públicos, ni salarios desplomados, ni la suba descomunal en el costo de los medicamentos, ni casi nada de nada que no sean operetas competitivas para seguir inundando “la zona con mierda”.
La recesión galopante se manifiesta ya en decenas de miles de suspensiones, recortes de sueldos, fábricas paradas y tímidas advertencias empresariales al respecto. Acindar, la multi siderúrgica más grande del mundo que anunció el parate de su actividad por 30 días, en todas sus plantas, no es más que una punta de iceberg.
Ahora bien: aquello de cuáles son las mejores condiciones para que empiece a despuntar una resistencia menos dispersa, por ahora atada a luchas y manifestaciones sectoriales e individuales, tiene el problema de discernir a qué nos referimos cuando mentamos reacción y construcción.
Lo ligado a la gobernabilidad, siendo que pocos apuestan de veras a la capacidad psíquico-ejecutiva de Milei para sostenerse en su cargo, requiere de un enorme acuerdo de los bloques partidarios, en su conjunto, para impulsar el juicio político al Presidente.
Eso tiene un estado embrionario del que se habla en cuanto mentidero se quiera, porque todos comprenden que mediante la provocación permanente, el aislamiento en un liderazgo de secta y la imposibilidad de exhibir un solo resultado popular a favor en tiempos de paciencia cada vez más cortos (lo cual es de época y global, no de Milei ni de su gobierno) no habría —se subraya el potencial— chances de que esto dure.
Lo dicen desde el Fondo Monetario y Wall Street hasta algunos de los miembros del “ala política” del mileísmo, que vienen a ser algunos de sus ministros y los macristas que ya no saben para dónde disparar aunque, tras el viernes, parecen haberse alineado algo más que ideológicamente. Quedan incluidos algunos gobernadores como el de Chubut, al que tanto apurado casi cheguevarizó por su rebeldía provisional.
En eso denominado por nuestra derecha como “los países normales”, donde, en efecto, frente a graves o serias circunstancias de gobernabilidad termina habiendo acuerdos de sostén para el sistema, el riesgo de que Milei acelere tendría sin duda un freno parlamentario. Pero acá, sin perjuicio del atisbo que significó rechazar la ley ómnibus, el gorilismo y sus egos son tan ignorantes y devastadores como para obturar toda posibilidad de entente.
De hecho, a la salida de la pandemia, la derecha tenía servida en bandeja la opción de Larreta. Macri lo laceró porque su perversidad de patrón de estancia exclusivo y vengativo no tolera más alternativa que él al comando; y después hizo lo propio con Bullrich, sin perjuicio de que era una candidata impresentable salvo para el núcleo durísimo del antiperonismo. Pero faltaba, encima, que tuvieron la oportunidad de un moderado amigable como Massa, con la certeza del peronismo respaldándolo, para propender a un modelo “de centro” sin mayores sobresaltos. Tampoco. En lo ideológico son tan brutos como para haberse jugado a la aventura de un desquiciado que favorece sus negocios, a costo eventual de una mecha cortísima.
Entonces, pensar o especular con una “salida” parlamentaria frente al peligro de caos requeriría de generosidad desde los sectores de derecha menos trogloditas. ¿Disponen de esa voluntad?
Objetivamente, Cristina abrió la mano en su carta. En rigor, volvió a abrirla. Acepta discutir de reformas laborales, del esquema sanitario, incluso de “la seguridad”. Pero resulta, para reiterar, que lo despertado por su figura —sólo a favor y en contra encendidos— impide todo debate. Más aún, CFK subió la apuesta agregando la invitación a un pacto de convivencia, acordado en el Congreso en serio gobernadores mediante, que estipule formas de ingresos coparticipables y restitución de fondos provinciales mínimamente a resguardo de la masacre de Milei.
Se sabe por todos lados que, excepción hecha de los frikis mediáticos y de las redes, más los ignotos que conforman la minoría del Congreso asquerosamente llamada libertaria, el “centro-derecha” normalito adheriría a salvar papas de las llamas mileístas. Pero, por ahora, no quedar pegados al peronismo o a referentes kirchneristas, en una votación, les deviene más fuerte. Prefieren el riesgo de un estallido a que los incendien bufones execrables de la prensa oficial, y algún grueso de sus votantes.
Debería haber, muy temprano o apenas un poquito más tarde, una sensibilidad social básica, de parte de los representantes parlamentarios y ciertos nombres de peso, que sosiegue este diluvio.
Es la calle quien tiene que empujar un acuerdo en lo que hoy no existe, que es una oposición —no sólo la peronista de estructura sindical— capaz de llegar a un núcleo de coincidencias básicas para evitar situaciones sin retorno. ¿Lo quiere esa calle, o esa entelequia llamada “pueblo”?
Quede claro que la que no quiere es la derecha corporativa, el Pro, los radicales pusilánimes, su ruta.
No es el peronismo quien convoca a dejar tierra arrasada para que Argentina se convierta en un paraíso de exclusión social y represión.
Mientras Milei y su secta dominan la agenda y el escenario completamente, el peronismo y los sectores progres son políticamente impotentes, quién lo duda, porque no aciertan en ejecutar acciones de futuro.
Pero no son unos sádicos.