En El mensajero del amor (sobre novela de Leslie Hartley, con guion de Harold Pinter), el director Joseph Losey retrata a un personaje de identidad desconocida (Michel Redgrave), que rememora los hechos sucedidos durante una lejana estancia veraniega, cuando era niño, en la casa familiar de un amigo. En ese ámbito de clase alta, en medio de una campiña inglesa, Leo se enamora de la hermana de su amigo (Julie Christie). Y ella, un tanto a sabiendas de esta fascinación, le pide que oficie de mensajero con su amante (Alan Bates). Entre los dos va y viene el niño, corriendo con las cartas, una metáfora vaivén de su clase media (entre el ocio privilegiado de ella y un granjero de extracción humilde), mientras descubre también su primer desengaño amoroso. La banda sonora, de Michel Legrand, combina momentos risueños con otros de tinte trágico, desmesurados y acordes con la vivencia del niño. El director Joseph Losey -una de las víctimas del macartismo- ha sido un director exquisito.
En Secretos de un escándalo, Todd Haynes (Far from Heaven, I’m not There, Carol) pone en escena un pleito parecido, pero da un paso más. Se atreve a pulsar la tecla de la incorrección y hace que el vínculo entre niño y adulta sea posible. Lo aborda como hecho consumado, con ecos cercanos a lo realmente sucedido en la vida de Mary Kay Letourneau; de todos modos, esto es algo que la película nunca explicita. Haynes propone un juego espejado: Julianne Moore es Gracie, la mujer del escándalo; y Natalie Portman es Elizabeth, la actriz de Hollywood que la interpretará en su próxima película. ¿Y por qué hablar del film de Losey? Por una o dos cuestiones. En primer término, porque la banda sonora de Marcelo Zarvos apropia e interviene la partitura original de Legrand. Por otro lado, porque el gesto no es gratuito (Haynes es uno de los pocos cineastas cinéfilos) y remite a aquella puesta en escena: si Gracie/Elizabeth son un efecto doblez; ¿qué otra cosa es el recuerdo de ese adulto sobre su niñez, en la película de Losey?
Gracie protagonizó un escándalo: tuvo relaciones sexuales con un menor de edad en su trabajo, se embarazó y se casó con él. Recortes de prensa, testimonios de seres (más o menos) queridos, circularán durante la investigación de Elizabeth. De acuerdo con cierta tesitura, que señala sobre la necesidad de “meterse” en la vida del personaje a interpretar, Elizabeth mimetiza los rasgos y las vivencias de Gracie. La vampiriza. Una se vivifica, la otra se debilita; como en “El retrato oval” de Poe. De manera previsible, el vértice estará en Joe (Charles Melton), ese niño ahora adulto; de edad cercana a su propio hijo, pero de edad similar a la actriz, cada vez más parecida a su esposa. La alteración temporal parece cierta, como si oficiara una reiteración, un flashback, o un loop. ¿Qué pasa por la cabeza de Joe, adulto prematuro? ¿Qué pasa por la de Elizabeth? ¿Actúa o no su relación con él, con los demás? Elizabeth es la mercancía de las películas de Hollywood. Es la víctima de sus papeles. Es la rehén de las redes sociales. Es la asunción de una vanidad y es la preocupación por permanecer en el firmamento. Elizabeth se entrega a su tarea y desplaza límites. Su trabajo está por encima de todo. Es impiadosa, pero también víctima de su telaraña. ¿Y Gracie?
Hay un detalle bárbaro, que el film introduce no bien comenzar. La casa y el jardín de Gracie resplandecen durante una fiesta, mientras el espectador “acomoda” la relación entre los personajes; por ejemplo: ¿quién es este pibe (Joe) que abre la heladera y toma otra cerveza?, ¿es el hijo de quien lo reprende (Gracie)? Elizabeth llega, se saludan. Y trae consigo una caja, como de encomienda, que encontró en el ingreso. Contiene excremento. Es algo habitual, explica Gracie. La actriz que resplandece, trae involuntariamente mierda entre sus manos. Pero Gracie está acostumbrada. Ella es la mujer de la que todos hablan, a quien todos miran con disimulo. Haynes no necesita explicitar tales cuestiones, las sugiere. La presencia de Gracie en cualquier lugar, se percibe rodeada de esta maldición. En el restaurante, cuando encuentra accidentalmente a su familia anterior (ex marido e hijos), hay un desajuste, se nota. Todo lo que la rodea es así. Y Haynes lo registra de una manera casi habitual, desde una cotidianeidad fisurada. Sea por las diferencias o similitudes de edad, cada una de las piezas parecen estar en el lugar equivocado del tablero. El efecto es magnífico en su alteración casi imperceptible: todos tienen buenos modos, réplicas amables o reproches usuales; pero algo no funciona. Y a ese dolor, Gracie lo lleva consigo.
Tampoco detalla Haynes por qué Gracie decide ceder su historia a Hollywood. Parece que para que la película “ayude en algo”, según Elizabeth, la actriz. Gracie se deja vampirizar a sabiendas; es decir, ¿qué alternativa le queda? Persiste con los modos y las costumbres que la rodean, por eso el casamiento, la vida en familia, como maneras de redimir el pecado. Pero son actos que no alcanzan: en la puerta de su casa dejan mierda. ¿Cómo continuar, sin dinero? Un enjambre hambriento la espera en la forma de una película.
Hay un comentario más y mordaz en la escena última, que funciona como una coda, en donde la confusión entre realidad y ficción se acentúa, cuando Elizabeth finalmente filme su película. ¿Cuándo actúa?, ¿cuándo no? Pero también, ¿cuándo actúa y cuándo no Gracie? Sea en un set de rodaje, sea en un restaurante, ¿cuáles son los modos sociales y personales que imperan? ¿Qué es, entonces, el cine? ¿Un acto reflejo, una recreación? Cuando la imagen se dice imagen, como lo hacen las películas de Todd Haynes, reaparece un dilema ético, por estético; así como hacía Joseph Losey. No se trata de un efecto retórico, de habilidad metalingüística, sino de asumir el pleito. En este sentido, quien mira la película, no sale indemne.
Secretos de un escándalo 8
(May December)
EE.UU., 2023
Dirección: Todd Haynes.
Guion: Sammy Burch, Alex Mechanik.
Música: Marcelo Zarvos.
Fotografía: Christopher Blauvelt.
Montaje: Affonso Gonçalves.
Intérpretes: Julianne Moore, Natalie Portman, Chris Tenzis, Charles Melton, Andrea Frankle, Gabriel Chung.
Duración: 117 minutos.
Distribuidora: Diamond Films.