Ya todo el mundo está al tanto de la fascinación del presidente Javier Milei por las redes sociales, en especial X, catalogada como la cloaca del mundo virtual, un espacio en donde la saña y la discriminación son moneda corriente. No solo en X habita la violencia: hace poco los CEOS de Facebook, Instagram, TikTok, Snapchat y Discord fueron acusados de promover el grooming y responsabilizados por causar daños en menores de edad.
En esa arena de pendencia permanente que son las redes, sus consumidores pierden los filtros que el cara a cara podría frenar y arrojan como granadas todo tipo de comentarios y expresiones. El anonimato resguarda a los más cobardes. Es el caso del usuario que refugiado en un alias creó, en estos días, una publicación que modificaba la fisonomía del gobernador de Chubut para mostrarlo como una persona con síndrome de Down. Como espectadores, quienes utilizamos redes estamos en la tribuna y queda en cada une la opción de salir a festejar este tipo de gestos patéticos con un dedo arriba. No vamos a ser tan ingenuxs de quitarle impacto a un “like”. Sobre todo, si es un like presidencial.
Hace mucho me hago esta pregunta: ¿hasta cuándo vamos a permitir que en las redes se habiliten estas violencias? La posibilidad de dejar a criterio de cada une la opción de salir del sistema, de no consumir, no me alcanza. No tengo en claro si deberíamos legislar la web, pero ¿no les parece muy poco ético que un presidente de la nación desde el lugar más alto de poder político, perpetúe y valide mensajes discriminatorios y violentos? ¿Cuántas cosas más estamxs dispuestxs a perdonarle? Como ciudadano a pie, Milei siempre fue un agresivo, pero sus comentarios tenían otra repercusión. En el actual rol, ¿cree que el título le puede otorgar el superpoder de decir lo que se le canta? O quizá haya que pensar esto a la inversa: ¿no sospecha siquiera que bajo la investidura presidencial sus acciones y comentarios merecen alguna meditación previa sobre posibles alcances y consecuencias? ¿Alcanza con haber sido elegido por el pueblo? ¿Eso le da derecho para meterse con las minorías o con todo lo que no coincida con su pensamiento?
El tema del gobernador de Chubut me toca muy de cerca. En mi familia había dos personas con síndrome de Down: mi querido tío Juan y mi primito Hernán. Los dos murieron hace muchos años y me es imposible nombrarlos sin que los ojos se me llenen de lágrimas. Mi tío Juan era hermano de mi mamá, el más chico de los cinco. Cuando era chica, yo no sabía que mi tío era diferente, para mí era un ser especial que andaba con mi abuela para todos lados. Como alguna vez les conté, mi mamá murió muy joven y mi abuela con mi tío Juan me venían a buscar a casa seguido, porque extrañaban a mi mamá. Me encantaba que vinieran porque eran los únicos que me hablaban de ella. En casa, después de su muerte, no se la mencionó más, quizás por el dolor que le causaba a mi papá o tal vez fuera porque nos querían evitar el mal momento.
Mi abuela y mi tío me contaban que mi vieja me amaba con locura, que éramos lo más importante en su vida y que era igual a ella. Juan era todo un personaje: hablaba hasta por los codos, era muy curioso y tenía una enorme habilidad con las manos. Hacía todo tipo de adornos, colgantes o lo que le pidieras, con alambre de estaño. Fabricaba unas bicicletas que eran hermosas, llenas de detalles. Él vendía todo y con lo que ganaba se compraba tabaco. Fumaba cigarrillos armados. Siempre andaba con una maquinita armando sus cigarrillos. A medida que fui creciendo, supe que mi tío tenía síndrome de Down. La mirada de la gente muchas veces era cruel, quizás por desconocimiento. Los pibes se burlaban de él, pero a Juan no le importaba. Era alguien excepcional, con un corazón de oro. El tío más cariñoso, amable, gentil, educado y bueno que tuve.
Mi primito Hernán era diferente. Él fue el hijo de mi tía Reina, hermana de mi papá. Mi tía le hace honor al hermoso nombre que le tocó: ella es una reina de la vida. Con mis primos ya grandes, se separó del marido, se enamoró del vecino y se pintó de colores con él. Un día les voy a contar esta historia con lujo de detalles (supera a cualquier culebrón turco, mexicano o de Alberto Migré). Mi tía Reina se fue a vivir con Pedro, su nuevo marido. Era lindo verlos juntos porque los dos venían de historias que no habían funcionado y causaban la impresión de ser cada uno la media naranja del otro por cómo se complementaban (sí, estoy siendo extremadamente cursi). Al poco tiempo de convivir, mi tía quedó embarazada y fue una sorpresa para toda la familia porque ella tenía hijos muy grandes, nietos incluso. Jamás imaginamos que volvería a ser madre, pero el destino así lo quiso. A los nueve meses llegó mi primo Hernán en un parto complicadísimo que casi le cuesta la vida. Hernán nació con síndrome de Down y muchas complicaciones. Tan grave era su estado, que el médico les dijo que no creía que pudiera sobrevivir. Esta noticia fue un mazazo en la cabeza. El llanto de mi tía pidiendo por su hijo fue la cosa más desgarradora que viví en mi vida.
Cuando el azar, el destino o el universo toca a la puerta de alguien con semejante desafío, cada persona lo vive de manera muy diferente. El otro día escuché en una entrevista a la periodista Astrid Pikielny, mamá de un joven con síndrome de Down, que decía que, al inicio, había sentido que una parte de ella moría y después renacía. Con mi tía Reina fue diferente: Hernán, su hijo, fue el amor de su vida desde el momento en que pudo tenerlo en brazos. Reina era una mujer que vino del campo, que atravesó por infinidad de situaciones difíciles en la vida. Esta era su revancha: este hogar que había formado con Pedro y Hernán eran su paraíso. A mi primito le dieron horas de vida y vivió hasta los 13 años. ¿Ocurrió un milagro? Sí, el milagro fue de Reina: el amor con el que lo crió fue lo que hizo que Hernán se aferrara a la vida como un titán. Hernán nunca pudo decirle mamá porque no hablaba, ni caminaba. Lo operaron dos veces del corazón y los médicos le decían a mi tía que su hijo era un caso excepcional y que no lo podían creer. Yo muchas veces sostuve que el amor puede salvar el mundo y creo que así será. El vínculo entre Reina y Hernán fue el más hermoso y puro que alguna vez presencié.
Hernán no hablaba, pero mi tía Reina lo conocía como nadie. Ellos tenían su propio idioma y era admirable ver cómo ella entendía todo lo que él quería o le pedía. Y cuando ella le cantaba canciones en guaraní, él enloquecía. Tenía unos ojos muy expresivos y brillaban cuando su mamá hacía estas cosas. Así fueron sus hermosos años de vida. Mi tía Reina le bailaba, lo mimaba, lo llenaba de besos hasta que un día, ni todo ese amor pudo vencer a su biología y a los 13 años, murió.
Hoy quise recordar a mi tío Juan y a mi primo Hernán porque con esa burla de Milei, siento que algo se rompió, que se cruzó una línea. "¿Cuánto odio puede haber en una persona que con sorna tuitea riéndose de alguien con síndrome de Down?", respondió el gobernador de Chubut. ¿Cuánto resentimiento puede haberse generado en estos últimos años en nuestro querido país? Seguro un montón, pero creo que hay más amor. No podemos seguir mirando para otro lado. ¡Es hora de decir basta!