Los tres goles de Edinson Cavani a Belgrano de Córdoba hicieron vibrar a La Bombonera boquense como en sus noches más grandes. El impactante raid goleador del delantero uruguayo se produjo en apenas dieciséis minutos, entre los 17 y los 33 de la segunda etapa. Y volvió a demostrar lo imprevisible del fútbol, aquello que lo hace único y apasionante. Un jugador que parecía negado para el gol y que llevaba cuatro meses sin convertir desaprovechando situaciones más que propicias, se destapó de repente. Y como un rey Midas de las redes, transformó en oro (goles) todas las pelotas que tocó.
Cavani recibió ovaciones durante toda la tarde del domingo. Fue el más aplaudido cuando los titulares de Boca salieron a hacer el calentamiento previo al partido. Y el más aclamado cuando su nombre fue anunciado por los altoparlantes. Cuando a cinco minutos del final, el técnico Diego Martínez lo sacó de la cancha pasó lo que tenía que pasar: saltaron por el aire todos los decibeles de la emoción y los cuatro costados del viejo estadio de la Ribera se rompieron las manos y las gargantas despidiendo el regreso del gran goleador oriental.
Llamó la atención que en tiempos de mayúscula histeria e impaciencia, los hinchas de Boca no hayan sido crueles con la racha negativa que afectaba a Cavani. Si algo tiene que hacer un delantero boquense son goles y él no lo estaba haciendo. Pero nunca se entregó. Dejó todo en la cancha. Con un compromiso, un temperamento, una predisposición a la lucha y un respeto por el escudo xeneize que la gente supo reconocer. Cavani nunca jugó por portación de apellido ni antepuso su historia de cuatro Mundiales disputados con la Selección uruguaya. A los 37 años, corrió y se brindó como si tuviera veinte y todo para demostrar. Hizo bien la hinchada en reconocérselo.
Además, sus goles vinieron cuando jugó en los últimos treinta metros de la cancha y no lo hicieron bajar tanto a buscar la pelota. A su edad, ya no tiene resto para ir tan atrás y llegar bien armado al área. Pero Jorge Almirón el año pasado y Diego Martínez en algunos partidos de este creyeron que podía arrancar casi como doble cinco, corriendo gente en la mitad de la cancha y tapando la salida del volante central adversario. De esa manera, lo agotaron rápido y lo alejaron de donde mejor rinde. En el segundo tiempo ante Belgrano, Cavani hizo recorridos más cortos, lo respaldaron con Luca Langoni, Kevin Zenón y Cristian Medina viniendo desde atrás y lo habilitaron como Lautaro Blanco lo habilitó en el segundo gol. Entonces fue el delantero que acaso nunca había podido ser y que Boca todavía está esperando.
No hubo magia ni milagro en la tripleta de Cavani. Simplemente fue la consecuencia de haberlo puesto a jugar como y donde debía hacerlo. El resto lo hizo su jerarquía que todavía se asoma aunque esté recorriendo el tramo final de su brillante carrera. Y posibilita noches de fuerte contenido emocional como la que se vivió el domingo en la vibrante Bombonera boquense.