El presidente Vladimir Putin afronta los últimos diez días de campaña para las elecciones presidenciales rusas con mucha calma. La invasión de Ucrania y la consecución de parte de los objetivos del Kremlin en la guerra, con la creación de un muro de contención contra la expansión europea hacia el este, han reafirmado su poder absoluto. Ahora, espera renovarlo para los próximos seis años en unos comicios a los que acude sin potenciales rivales y con el apoyo aplastante de una sociedad harta de ser demonizada por Occidente.
Las elecciones presidenciales que Rusia celebrará entre el 15 y el 17 de marzo se han convertido en un plebiscito para sentenciar la perpetuación de Putin al frente del país y prolongar la guerra de Ucrania. La invasión de este país no solo no ha debilitado a Rusia, sino que ahora Putin cuenta con una cuña afilada en el flanco oriental de Europa, capaz de desestabilizarla durante muchos años y dificultar la integración completa de Ucrania en el club europeo.
El Centro Levada, un grupo de análisis independiente, ha indicado que en estos momentos el índice de aprobación de la labor de Putin al frente de Rusia llega al 86%. Parece así poco probable una segunda vuelta en estas elecciones que se alargarán del 15 al 17 de marzo, por primera vez con tres días de voto. La votación adelantada para los habitantes de áreas alejadas, tripulantes de barcos y algunas unidades militares empezó el pasado 25 de febrero y se extenderá hasta el 14 de marzo.
La demonización occidental, clave del respaldo a Putin
La guerra de Ucrania y la confrontación con Occidente son los mayores activos de Putin hacia su reelección. El apoyo de Estados Unidos y Europa a un conflicto que no puede ganar Ucrania, en lugar de intentar derrotar a Putin en su propia casa, con el apoyo financiero a sus numerosos enemigos internos, ha tenido como efecto el cierre de filas de la población rusa con el autoritario presidente.
Hasta la muerte del disidente Alexéi Navalni en extrañas circunstancias en una prisión del Ártico, posiblemente asesinado por el régimen o a consecuencia de su durísimo encarcelamiento, ha sido utilizada por Occidente. Ni Bruselas ni Washington buscaban en Navalni un futuro contrincante de Putin. Más bien querían un mártir que certificara a Rusia como un enemigo a destruir y no como un país a reconstruir democráticamente tras la eventual caída del autócrata.
La prolongación de Putin en el poder ha sido en parte fruto del cerco occidental a Rusia desde la caída de la URSS y la reacción de su población ante ese desprecio. Putin ha estado al frente de Rusia desde el año 2000, con un pequeño paréntesis entre 2008 y 2012, cuando fue sustituido en la Presidencia por Dmitri Medvedev, su hombre de paja en el Kremlin durante esos años en los que manejó el país desde su puesto de primer ministro.
Nadie había llevado durante tanto tiempo las riendas de Rusia desde Stalin, que tiranizó la Unión Soviética desde 1924 a 1953. Putin lo superará si llega a terminar el nuevo ciclo de gobierno que se abre con estas elecciones y las próximas. La enmienda constitucional de 2008 amplió los mandatos de los presidentes rusos de cuatro a seis años. Putin firmó una ley en 2021, refrendada por un plebiscito, que le permite presentarse en estos comicios y los próximos. Es decir, que podría gobernar Rusia hasta 2036.
Elecciones sin rivales
El jefe de Estado ruso acude a las elecciones sin rival alguno. El único candidato opositor fuerte que tenía, Borís Nadezhdin, fue defenestrado de la carrera electoral a principios del mes pasado, después de que la Comisión Electoral Central indicara que no tenía firmas suficientes para respaldar su postulación. Este lunes, el Tribunal Supremo de Rusia confirmó el fallo de esa Comisión contra el candidato pacifista.
Otra de las candidaturas críticas con la guerra de Ucrania, la encabezada por Yekaterina Duntsova, también fue reprobada por la Comisión Electoral alegando errores en el registro de su campaña. Esto ocurría en diciembre y Duntsova entonces pasó a respaldar a Nadezhdin. Cualquiera de los dos habría obtenido seguramente el apoyo de los simpatizantes de Navalni.
Entre los candidatos que sí compiten figuran el líder comunista, Nikolái Jaritonov; el vicepresidente de la Duma o Cámara Baja del Parlamento ruso, Vladislav Davankov, y el político ultranacionalista Leonid Slutski, del Partido Liberal Democrático. Todos ellos son favorables a Putin y su estrategia en Ucrania.
La victoria de Putin el 17 de marzo marcará un hito en la represión a manos del sistema implantado por el actual jefe de Estado desde que se convirtió en presidente ruso en marzo de 2020. Esa represión se recrudeció en sus últimos seis años de gobierno, con 116.000 personas enjuiciadas, el mayor número de disidentes procesados desde tiempos de Stalin, según el centro de investigación Proekt.
Una campaña marcada por la guerra
La guerra y la defensa de una Ucrania erigida como un muro ante Occidente han marcado esta última contienda electoral. A pesar de los reveses militares sufridos por el Ejército ruso en el primer año de invasión de Ucrania, las cosas cambiaron durante el segundo año de conflicto, con un reforzamiento de las posiciones y territorios arrebatados a Kiev.
Ni las sanciones occidentales ni la ayuda armamentística estadounidense y europea han impedido que Rusia resistiera el embate de la contraofensiva ucraniana lanzada el verano pasado. Al contrario, el Ejército ruso, reorganizado sobre el caos inicial, le dio la vuelta a la situación y tomó la iniciativa desde Zaporiyia hasta la región de Donetsk.
La toma de la emblemática ciudad de Bakhmut, en mayo de 2023, fue seguida por la caída de Avdivka el pasado mes de febrero, dos golpes demoledores para la moral y la estrategia ucraniana en Donetsk. La toma de Avdivka, tras meses de combates, ha abierto una brecha en las defensas ucranianas aprovechada por el Ejército ruso para intentar progresar hacia el oeste, tal y como demuestra la retirada de las fuerzas de Kiev de Sieverne, Steopve y Lastochkine en los últimos días.
Además, Rusia ha intensificado sus golpes en las infraestructuras civiles y militares de Ucrania, así como en sus principales ciudades, como ocurrió este fin de semana en la portuaria Odesa, donde un ataque con drones dejó una docena de civiles muertos. Esta acción llevó al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a reiterar su petición de más munición y armas a Occidente.
Los misiles Taurus se vuelven contra Alemania
Entre los recursos armamentísticos solicitados están los misiles alemanes de largo alcance Taurus, que Zelenski reclama desde hace meses, pero que Berlín duda en entregar por temor a las represalias rusas ante una poderosa arma con un alcance de hasta 500 kilómetros. Los Taurus son el centro de una polémica que ha hecho tambalearse al Ministerio de Defensa alemán, después que Moscú filtrara la semana pasada el video de una conversación entre cuatro altos mandos germanos valorando la posible entrega a Ucrania de esos misiles.
En la grabación, difundida por el canal RT, muy cercano al Kremlin, el jefe de la Fuerza Aérea alemana, Ingo Gerhartz, y el general de brigada Frank Gräfe se preguntaban si esos misiles podrían alcanzar el "puente", en referencia casi con seguridad al viaducto de Kerch, una infraestructura crítica rusa que une la península de Crimea anexionada en 2014 con la Rusia continental.
Rusia no tardó en aprovechar este logro de su inteligencia y el descuido de la alemana para acusar a Occidente de una directa implicación en la guerra. El Kremlin ha convocado al embajador alemán en Moscú para pedirle explicaciones. El ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, acusó este domingo a Putin de intentar "desestabilizar Alemania" y "socavar la unidad" del país. De momento, el canciller alemán, Olaf Scholz, ha descartado enviar los Taurus a Ucrania y que este sistema de armamento quede solo bajo el control de los militares ucranianos. El uso de estos dispositivos contra la Federación Rusa podría ser considerado como una declaración de guerra por Moscú, capital que quedaría dentro del alcance de esos misiles.
Como el Kremlin también ha considerado un casus belli la posible entrada de tropas europeas en Ucrania, ya fuera para controlar sistemas de armas como los Taurus, en tareas de "apoyo" o para participar directamente en combate junto a un ejército, el ucraniano, que está resintiéndose no solo de la falta de munición, sino también de hombres. Así lo propuso el presidente francés, Emmanuel Macron, aunque su sugerencia solo tuvo el apoyo de los países bálticos. No obstante, esta propuesta da una idea del nerviosismo de los europeos ante el curso de la guerra, lo que podría llevarlos a dar pasos de muy alto riesgo.
Turquía reclama negociaciones entre Kiev y Moscú
Por eso no son de extrañar las llamadas a la negociación que acaba de lanzar Turquía, miembro de la OTAN, que ha ayudado con armas a Kiev y condenado la invasión rusa, pero que no ha roto lazos con Moscú y tampoco ha apoyado las sanciones occidentales. El Gobierno de Ankara intermedió en las conversaciones de paz abiertas al principio de la guerra y frustradas por EEUU y el Reino Unido. Estos países vieron la contienda como una oportunidad para desgastar a Rusia y apostaron por no parar la conflagración.
El ministro turco de Asuntos Exteriores, Hakan Fidan, se reunió el pasado viernes con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, y este domingo fue contundente: "Las dos partes han alcanzado ya los límites de lo que pueden conseguir con esta guerra". Según Fidan, "ha llegado el momento de comenzar la negociación de un alto el fuego".