Rodrigo sabía, cuando cambió de casa y de Constitución pasó a San Telmo, que la grilla de chongos en Grindr se expandiría deliciosamente y hacia todas las coordenadas. Los vecinos siempre son los vecinos, en ese barrio o en cualquier otro, así que la verdad de la novedad, lo que él buscaba, aparecía scroll a scroll en perfiles de paseantes y turistas, que en ese barrio proliferan.
Aquel jueves (todavía no era tarde) le entró un mensaje de Mariano. Mientras calentaba la salsa recién salida de un frasco italiano, y con el último disco de Katy Perry sonando, Rodrigo le arrimó unos besos al casi medio porro que había quedado esperando en el cenicero desde la anterior noche e intercambiaron algunas fotos. El pibe era del barrio, del otro lado de la autopista, versátil más pasivo, a pocas cuadras. Voy, venís, no, esperá, en diez, bancá, ahí salí, metele, donde dijimos.
En un plato hondo habían quedado un par de fideos pegoteados; al lado, una copa de champagne, helada y vacía. Llaves, celu, forros, chalina, encendedor. “Déja vu”, suplicaba Katy en los auriculares (Rodrigo se había llevado puesto el disco). Cuando estuvo cerca de la esquina convenida, ajustó la mirada y creyó ver al tal Mariano, aunque en la penumbra la adivinación trabaja mejor que cualquier otro sentido. Era él, claro, pero a lo mejor no. Al de la foto se parecía, sí, pero no tanto, ahora que lo tenía a seis o siete pasos largos. Hola, buenas, sí, todo bien, ¿qué onda? ¿arrancamos?.
“No sé si es el de las fotos pero me lo cogería igual, así de caliente estoy”, pensaba Rodri, y quizás Mariano pensara lo mismo de él, cómo saberlo, o más bien, a quién le podía importar. Se tanteaban. “Al final en casa está mi amiga con gente, ¿vamos a la tuya?”, preguntó Mariano mientras caminaban cuando de pronto Rodrigo, en la luz del cruce, lo observó mejor y como respuesta le dijo: “Che… esperá. Vos no medís 1,83 y de hecho no te parecés a la persona de las fotos que me mandaste”. Y entonces, con Grindr abierto en su teléfono, le mostró lo que para él era la evidencia de una patraña. Un verso.
Sorpresa. El de las fotos enviadas a Rodrigo era el mismo de las fotos enviadas a Mariano, es decir que ninguno de los dos era el que el otro esperaba encontrar y sin embargo, se decían mutuamente, se gustaban y bien podrían haberse encamado de no ser por la trama así de sospechosa. La noche estaba rara. No podían invitarse ni dejarse invitar: eran más extraños que antes de conocerse.
A los pocos pasos se despidieron con beso en mejilla, temor y sonriendo. Antes de terminar de cruzar la avenida, Rodrigo lo había bloqueado.