Ese día habíamos ido a la isla. Llevamos la conservadora, tipo bolso, que nos habíamos comprado. No querías dejarla sola ni un segundo porque tenías miedo de que la roben. Eras excesivamente responsable. Todo lo contrario a mí. Cuidabas demasiado las cosas. Llegamos a un parador hippie. Vos tenías puestos unos lentes de sol. Estabas hermosa. Buscamos una sombra. Tendimos sobre el suelo la manta que habías llevado. Apoyamos todas las cosas encima para que no se ensuciaran con arena y tierra. Después fui al agua, vos te quedaste ahí cuidando las pertenencias, sobre todo la conservadora. Hacía mucho calor y el agua estaba espectacular, con la particularidad de la isla que tiene fondo de barro. Salí del río y fui a nuestro lugar, me senté así como estaba todo mojado sobre la manta y se escuchó un “crack” fuerte. Vos gritaste, “¡No!”. Me había sentado sobre tus lentes. Recuerdo que los agarré, los miré con detenimiento como si fuera un óptico, e intenté arreglarlos, una estupidez. Vos me decías que era un tarado, que no podía ser siempre tan bruto. Yo intentaba relajar la situación, decía que seguro tenían arreglo, que no nos volviéramos locos. No tenía un puto mango partido al medio así que no podía prometerte que si no tenían reparación te iba regalar unos. Los lentes te los habías comprado hacía apenas unos meses, eran redonditos, de plastico, con el marco gris y detalles negros. Antes se te habían roto unos que vos amabas, que los habías conseguido en un freeshop cuando fuiste a Río de Janeiro con tu familia, esos eran bien redondos y grandes, de marca Mango, el marco era de un turquesa fuerte, todavía no te recuperabas de la perdida y yo te rompí los nuevos.
Frente a nosotros había una carpa. Cuando estábamos en plena discusión salió un hippie de la carpa y con toda la buena onda del mundo nos dijo, “buen día”. Nosotros teníamos una cara de orto impresionante y ni le contestamos.
Pasó un rato y después te olvidaste un poco de los lentes. La pasamos genial. Después de eso estuvimos todo el día en el río. La conservadora a la vista. Comimos unos sándwiches que habíamos llevado para hacer allá, también frutas.
Hace poco un familiar me contó que estás saliendo con alguien. Yo no lo sabía. No puedo ver tus cosas en las redes sociales. Al principio me enojé mucho con mis amigos, ninguno tuvo la atención de contarme. Después mi familiar me mostró una foto que subiste con tu nueva pareja, se los veía bien. Estaban en la isla. Lo conozco, se dedica a lo mismo que yo. Vos estabas hermosa y contenta.
¿A quién le escribo? A alguien que ya no está, a alguien que ya no está en mi vida. A un recuerdo. Kafka llegó a escribirle a Felice hasta tres cartas en el mismo día. Natalia Ginzburg despliega el recurso de la carta en su narrativa, por ejemplo en “Querido Miguel” sus personajes se comunican de esa manera todo el tiempo.
¿Quién escribe cartas hoy en día?
Una vez te había escrito una carta cuando estábamos juntos, esta es la mejor parte:
“Es difícil escribir sobre amor sin caer en palabras trilladas. Y si no te escribí antes es porque no quería empezar por ejemplo así: me levanto todos los días pensado en vos, y seguir con: tu risa es lo más lindo que hay. Expresiones que son ciertas, claro, pero que forman parte de ese río de dulce de leche que escriben los enamorados.
Sin embargo, ¿a quién quiero engañar? yo también soy así. Con el atrevimiento de preferir que mis palabras sean más bien como el helado de dulce de leche split ―porque sé que es tu preferido― o de dulce de leche Baby que se diluye mejor.”
Un amigo, cuando le comenté que vos estabas saliendo con alguien, me dijo que ya sabía. Eso me dio bronca. Y después me dijo esto: “es más lindo que vos, es lo que quieren todas las chicas”. Estuve a punto de meterle una piña a mi amigo. Pero a quién quiero engañar, tiene razón. Es más lindo que yo y seguro más responsable, más cuidadoso con las cosas. Seguro no te rompería los lentes de sol de esa manera.
P.D.: Hay cosas que empiezo a olvidar. Por ejemplo, la verdad es que no recuerdo exactamente si los lentes de sol que te rompí eran los turquesas o los otros que te compraste después.