Cuando las ficciones decimonónicas clásicas abordaron el tema de la doble identidad o de las identidades múltiples frecuentemente apelaron a la figura del monstruo: una criatura horrorosa a los ojos de la sociedad era el alter ego del Dr. Víctor Frankenstein; el drogado Mr. Hyde era el lado oscuro del honorable Dr. Jekyll; el retrato envejecido del desván ocultaba la sexualidad desatada, los vicios y las perversiones del eternamente joven y bello Dorian Gray…
Quien se presenta como Diego (Diego Detona) al comienzo de Elda y los monstruos, es -como todos los humanos- muchas identidades en un mismo cuerpo. Es Diego, un joven tímido e inseguro en la ciudad entrerriana de Concordia, un andrógino de largos pelos dorados que suele llorar por los desengaños amorosos, un muchacho vulnerable que se debate entre transicionar o no… Y, cuando se suelta el cabello, se viste de reina, se pone tacones y se maquilla, deviene Elda, una seductora y segura cantante del universo del glam rock, que ilumina con lentejuelas las noches litoraleñas y que, como Orfeo, parece tener el don de encantar a varones y mujeres, dioses y fieras. Entonces, a contrapelo de la literatura citada, la metamorfosis de Diego a Elda está lejos de convertirla en monstruo abominable. Más bien, como se afirma desde el título, los monstruos son los otros (las de aquellos que rechazan o condenan el paradigma no binario) o, quizás, simplemente sean la encarnación e interiorización de los miedos y las represiones que se imponen desde afuera.
El director y guionista Nicolás Herzog -Orquesta roja (2009), Vuelo nocturno (2016), La sombra del gallo (2020)- apela a diversos géneros estéticos y cinematográficos -la ficción, la autoficción, el documental, la docuficción, el musical, entre otros-, para narrar una historia transgénero y que desafía los roles de géneros. Pero lo que en principio parece un retrato de Diego Detona/Elda, deviene en una película mucho mayor. No solamente una reflexión sobre las múltiples posibilidades eróticas de ser, vivir y amar, sino también de pensar el mundo, el destino, la vida y la muerte más allá de ese paradigma aburrida y represivamente binario ordenado por las sociedades machirulas, heteronormativas y capitalistas.
Hay dos escenas claves que ejemplifican lógicas que escapan de las simples dualidades con las que suele pensarse las existencias. En una de ellas, Diego /Elda va a una entrevista radial en donde el conductor le pregunta cómo quiere que le llamen. “Hoy, Elda”, contesta para reafirmar/se que las identidades no son fijas sino fluctuantes, contingentes, mutantes y se construyen y deconstruyen cada día mientras se transita la vida. En otra escena, Elda/Diego está en la iglesia con una amiga y ambos reflexionan que quizás el destino no esté prefijado o no, sino que sea una mezcla de “moira” y azar.
En este sentido, no parece casual que la película apele y constituya un homenaje a la estética y a la figura de Federico Moura. El cantante de “Virus” constituye la encarnación local del eterno joven, bello y hermafrodita que tan pronto le cantaba a “mágicas adolescentes sin edad”, a taxi boys de piel morena, sensual y perfumada o a eventuales “levantes” concupiscentes en el colectivo o en el probador de ropas. A su vez, desde “Encuentro en el río” -canción que abre y cierra la película- un Moura mortalmente enfermo desafía la idea occidental de la muerte al plantear que, tras la finitud del cuerpo, hay posibilidades de encontrarse en el río musical (figura tan cara a Heráclito, filósofo que señala que uno no es el mismo al entrar y al salir de un río). Sin dudas, Moura fue profético con respecto a sí mismo: las generaciones siguen encontrando a Federico a través de su música inmortal.
Y, como si fuera poco, Herzog ha creado un verdadero canto a la amistad y a las posibilidades de amor por fuera de la monogamia. La constante búsqueda de Diego/Elda por encontrarse a sí mismo/a, la/o llevan a una larga caminata por el bosque, una procesión junto a cuatro amigxs entrañables en busca del altar de La Muda, una trans asesinada devenida en santa popular. En ese viaje iniciático, Elda/Diego no solo descubre que la amistad también es familia y puede ser más poderosa que lo que se suele llamar amor, sino también que las identidades se construyen con lxs otrxs y en relación con la naturaleza.
En ese tramo, Herzog/ Diego/Elda y sus amigxs legan la visión aggiornada, trash, queer, no binaria, pansexual, litoraleña y popular de Cuenta conmigo (Reiner, 1986). Alejada de las pretensiones y de las respuestas unívocas, plena de encanto y festividad, con la fuerza de poderosas imágenes poéticas y voluptuosas de singular belleza, Elda y los monstruos es una contundente respuesta artística y política para este tiempo de infamia.
Elda y los monstruos (Argentina, 2023) de Nicolás Herzog. Con Diego Detona, Natalia Curcho, Calypso Summer, Anul Oribe y Fran Facunda estrenó ayer en cine.