Suele decirse con consenso general que los textos del escritor y filósofo Macedonio Fernández son tan crípticos e inasibles como lúdicos, espontáneos e irónicos. Poesías suyas ciertamente lo son, tanto como sus atrevidos enfoques filosóficos, y hasta psicológicos… todo lo que su errática pluma tocaba, en suma. Y entonces musicalizarlo -o pensarlo con sonidos, dicho mejor- es cosa de estar a la altura de ello. De ser algo críptico, algo inasible, espontánea y algo lúdica, como la música que se le ocurre a veces a Guillo Espel. Ese “algo” matiza el hecho de que, -dada su historia- el compositor y guitarrista que de cara, pose y pelo parece un rockero inglés de los setenta suele componer también músicas asibles, comprensibles, para solistas, orquestas y ensambles de acá y allá.
De todas formas, este no es el caso que aplica al objeto de la entrevista. El caso es el primero. El de Espel creando músicas para vestir a Macedonio. Y si a ello se le suman las lecturas de la escritora y periodista Silvia Hopenhayn, y la percusión de Oscar Albrieu Roca, lo que da es una singularísima puesta literario-musical que tal trío (Espel + Hopenhayn + Albrieu Roca) ofrecerá los restantes cuatro sábados del mes a las 18, en Pista Urbana (Chacabuco 874), bajo un nombre de tintes macedónicos: El sol y un fósforo.
“Los motivos que dieron origen a esta idea están provistos de una potencia y una convicción que va en dos direcciones esenciales. Por un lado, la obra y figura de Macedonio, una singularidad bestial y como tal, la forma que ha atravesado nuestras vidas su lectura y su imaginario. Por el otro, el cariño, la amistad y mutua admiración que nos tenemos Silvia, Oscar y yo, para trabajar juntos”, introduce Espel, cerrando filas con sus socios.
Fue justamente Hopenhayn quien, tras trabar vínculo artístico con Espel y Roca en ocasión de la puesta de la ópera Elecciones Primarias en el Teatro Cervantes, propuso abordar al poeta, a través de algo que llaman "irreverente intromisión". “Es lo que hacemos sobre la obra de Macedonio, con la palabra de Silvia, su subjetividad y emoción sobre los trazos y personajes del poeta, y la ensoñación musical resultante en Oscar y yo, que somos atravesados por el universo macedoniano”, describe el músico. “Y el resultado es fantástico, porque es un lugar casi de ficción, donde se disuelven los bordes de realidad entre la palabra de Macedonio y nuestras rupturas habladas y musicalizadas... somos tan victimarios como víctimas al adentrarnos en sus escritos y visiones. La pregunta es ¿Intervenimos nosotros a Macedonio o él es quien nos interpela?”.
Pregunta que tendrá su respuesta –o no- durante los casi sesenta minutos que dura la puesta teatral, musical y crepuscular. “Macedonio fue un artista monumental en la cultura argentina. A tal punto que produjo una cesura vital, un antes y un después en el pensamiento de Jorge Luis Borges. Y desde allí en toda la literatura argentina.”
-Críptico y esquivo Macedonio, por cierto. ¿Fue complejo o flexible de sonorizar?
-Es verdad que Macedonio es críptico y esquivo, pero tampoco está desprovisto del humor y la ironía, su cúmulo de aristas es inmenso. En cuanto a lo de "sonorizarlo", él nos invita a jugar, a participar de sus fantasmas. Es una fantasía totalmente irrespetuosa, e imagino que estaría encantado con este encuentro… traería su guitarra, hablaría, dejaría cientos de sus papelitos, escritos en tiempo real, la forma en la que su obra fue teniendo forma. Una forma nunca acabada, nunca interrumpida, algo así como un mucho más flexible y despojado Hojas de hierba de Walt Whitman, o una serie de cuartetos de Bartók, que vaya a saber si no hubieran sido muchos más que seis.
-¿Te remite a algún momento de tu extenso trayecto este trabajo?
-Hacer esto es fantástico, porque no tiene que ver con lo que hago cotidianamente. Con mi cuarteto hago música predominantemente instrumental, escrita para ensambles y orquestas de la Argentina y del mundo. Entonces, estar en un espacio tan íntimo, por una hora, donde en varios pasajes Oscar y yo tocamos cosas que no hemos escrito sino que surgen allí, y todo esto se atraviesa por la palabra como centro de la puesta, es algo súper fresco para mí. Por lo demás, he trabajado con poetas en los 90, y escribí en colaboración algunas canciones. El sol y un fósforo es un espectáculo cuyo tronco es la palabra, y deriva de la palabra escrita, así que todo aquello que hice en este orden está en mí sobrevolando fantasmalmente en cada función.
-¿Por qué eligieron “El sol y un fosforo” como título?
-Cuadernos de todo y nada es el libro póstumo de Macedonio, y es lo que irónicamente él subtituló Primera novela buena, ya que su libro anterior, publicado en vida, era Última novela mala. Todo el escrito y las palabras de SIlvia en esta obra deriva de este libro -Cuadernos...- que originalmente se iba a llamar El sol y un fósforo, pero que se publicó de este modo. Es un guiño que hacemos a lo velado. Una complicidad con un momento de deseo de Macedonio.
-¿Qué opinión te merece el estado de la cultura desde que asumió el nuevo gobierno?
-Me produce mucha tristeza que se generalice en nuestra sociedad que la cultura es básicamente la realización de eventos públicos, sean estos masivos o no. Ahora parecieran discutirse por "no esenciales" como si lo único que aportaran fuera recreación o esparcimiento, y antes, en gobiernos anteriores (desde que tengo memoria) el péndulo se inclinaba para sostener que esa supuesta recreación o esparcimiento debía ser esencial y un derecho adquirido. Me parecen posturas miopes, reduccionistas y en el mejor de los casos ignorantes. La cultura es la constitución de la identidad, es la idea misma llevada al extremo. No hay sociedad posible que se defina a sí misma, o que crezca, sin estas convicciones. No "se está" haciendo cultura, en un determinado momento. Se "es" cultura. Y en un imaginario muy lírico e ingenuo con el que convivo, a veces tengo la esperanza de, algún día, llegar a percibirlo.