Entre festejos de Noche de Brujas, veremos estrenado un nuevo capítulo de la célebre saga de films de terror El juego del miedo (Saw, en inglés), iniciada en 2004 y conocida por ser una de las cintas fundacionales de lo que suele llamarse “torture porn”, un subgénero dentro del cine de terror que agrupa a las historias de (adivinaron) gente que tortura y gente que es torturada. Históricamente, y en inversa proporcionalidad a lo original de las entregas -porque la primera fue buenísima pero en la segunda ya estábamos en problemas, y vamos por la octava-, las campañas de marketing aledañas a los sucesivos estrenos fueron siempre atravesadas por distintas interesantes acciones promocionales poco ortodoxas.
El mejor ejemplo de esta clase de estrategias puede hallarse en todas las campañas gráficas de la saga. Mientras que con puntual saña y máxima pureza de shock value se han desplegado posters callejeros de niveles de morbosidad perturbadora (dientes arrancados hechos collar de alambre, cabezas mutiladas y puestas en balanzas, dedos souvenir), en paralelo se editan siempre otros, alternativos y menos gráficos, protagonizados por enfermeras más o menos siniestras y con la consigna de sumar a la promoción de los films la idea de fomentar la donación de sangre a lo largo y ancho de los Estados Unidos.
En consonancia con estos tiempos permeados por la cultura de la microdiversidad en las tácticas marketineras (cada quien tiene un producto hecho casi completamente a su medida, es decir que nadie debería, en el sentido imperativo del “deber”, quedarse afuera del juego del consumo), la línea 2017 de las gráficas secundarias de El juego del miedo está marcada por un reparto de ocho figuras de la diversidad sexual, todas con alto appeal en redes sociales, montadxs de enfermerxs y amadrinadxs por un slogan que no podría traducirse del inglés al español sin sobresaltos: “All types welcome” (“Todos los tipos son bienvenidos”), en referencia a todos los tipos de sangre pero más que nada a todos los tipos de personas aptas para donar. En este sentido, Tim Palen, encargado de marketing del estudio, habló hace poco de la necesidad de corregir las legislaciones que en EEUU impiden a personas del colectivo lgtbi ser donantes libres, algo que en nuestro país sigue siendo debatido incluso dos años después de haberse modificado las normativas correspondientes para admitir donantes de toda preferencia sexual (en julio, por caso, se hizo público un caso de discriminación a un donante homosexual en el Hospital Garraham). Amanda Lepore, deidad trans y una de las ocho figuras protagonistas, nos lo dice claro, llamando a la sangre: “Es exclusión, es ridículo y es discriminatorio”.