Las agencias de noticias del Estado deben tener, por definición, un criterio editorial y una configuración de sus agendas con perspectiva federal, que además alcance en sus coberturas la mayor diversidad y pluralidad de voces que les resulte posible. Y que a través de esas voces se sientan representadas y representados tanto los miembros del poder político en términos amplios como los actores de la sociedad civil, los individuales y los institucionales.
La capacidad de contar con una cobertura federal y cierto alcance internacional, con corresponsales en distintas provincias y en el exterior del país, da cuenta de la importancia de la agencia estatal Télam frente a otras agencias de noticias privadas, que legítimamente pueden no estar en busca de la integración informativa dado que sus objetivos políticos, sociales o, incluso, comerciales son otros.
Ese alcance federal e internacional no solo garantiza el relato de eventos ocurridos en distintos puntos del territorio nacional sino, además, la provisión de información a muchos medios ubicados en distintas ciudades de la Argentina que, en ciertas ocasiones, se encuentran en condiciones económicas y financieras muy desventajosas frente a los medios con asiento en el AMBA, al momento de cubrir, de manera autónoma y exhaustiva, la producción noticiosa de sus propias agendas. Por ese motivo, su supervivencia depende, en gran medida, del servicio informativo que presta una agencia como Télam, tanto con sus notas escritas como de las coberturas fotográficas y piezas audiovisuales.
En la Argentina, una creciente cantidad de medios depende de la producción noticiosa de agencias de noticias aunque también de las oficinas de prensa de los gobiernos de esas ciudades y regiones. Cuando los medios se ven obligados a externalizar su producción noticiosa, resignan sus decisiones sobre las voces que deberían tener más peso en sus coberturas. Como consecuencia, las fuentes con capacidad de influencia en las noticias son las oficiales, las institucionales, las corporativas. Los enfoques de esas coberturas quedan a expensas de una lógica darwiniana donde las voces con poder quedan sobrerrepresentadas. Una agencia de noticias estatal y federal debería tener la misión de abrir el juego e involucrar una mayor pluralidad de puntos de vista. Su existencia, en este punto, se vuelve imprescindible.
Los países más avanzados financian de manera decidida sus agencias de noticias estatales e invierten en coberturas nacionales e internacionales. Télam tiene, de hecho, una importancia internacional en términos de su alcance territorial y su cobertura. No solo porque les provee su servicio a medios de distintas provincias sino porque también es un insumo gratuito para la dieta informativa de la ciudadanía a través de su home de acceso gratuito. Es poco probable, nos explicaba un trabajador de la agencia, que haya noticias que no aparezcan en la web de la agencia.
Por eso es un error conceptual -y, sobre todo, un error político- definir a Télam como un receptáculo de periodistas militantes para justificar su cierre. Es, además, una forma cómoda de no asumir el desafío de poner en discusión y afrontar los aspectos de esta agencia de noticias -y de los medios en general- que podrían cambiarse. Uno de ellos es el de ampliar aún más la pluralidad de perspectivas y la diversidad de eventos que alcanzan el estatus de noticia, de manera que estos no queden confinados a problemas de Palacio.
En grupos focales donde discutimos distintos aspectos del consumo mediático, observamos que el alto nivel de evasión de noticias y la creciente desconfianza en los medios es, sin más, una forma de sentir “hostilidad hacia los medios”, es decir, percibir sus coberturas como lejanas y hostiles: las noticias “favorecen al enemigo”, dejaban entrever los entrevistados. De allí la necesidad de preservar, cuidar y aprovechar esta conmoción para dar el debate sobre qué agenda necesita nuestra sociedad y qué deberíamos exigirle a una agencia estatal de noticias. Y junto con esto, tener la convicción para invertir en un periodismo de calidad, con rutinas periodísticas no alienantes y condiciones laborales no precarizadas.
Que el gobierno de Javier Milei pretenda cerrar Télam responde, por un lado, a su concepción política y cultural: denostar todo aquello que implique un financiamiento público. Una agencia de noticias como esta no cuadra con la mirada privatista y libertaria de este gobierno. En algún punto, el potencial cierre de Télam se inscribe en la concepción de gestión que tiene el gobierno en su conjunto.
Esta decisión, a su vez, se inscribe en una lógica comunicacional que apunta a la personalización y desinstitucionalización en la creación y circulación de contenidos. Eso le permite al Presidente y a su círculo íntimo alcanzar una centralización en su estrategia comunicacional, en general, y en la difusión de contenidos, en particular. La intensa actividad de una serie de cuentas desinstitucionalizadas, muy activas e influyentes en plataformas digitales, que tienen la capacidad de imponerle la agenda a los medios tradicionales, da cuenta de otra concepción de la comunicación. Esta comunicación algorítmica no se condice con la producción mediatizada de contenidos.
Es una comunicación personalista, concentrada y centralizada, desinstitucionalizada y sin filtros, donde Télam y otros medios públicos están en riesgo permanente. Sus cierres y privatizaciones pueden tener implicancias irreversibles en términos de libertad de expresión y de derecho a la comunicación. No ya una concepción individual de la libertad de expresión sino una amplia que atienda y preserve la libertad de quien emite y, más aún, la de quien escucha, quien conversa, quien recibe y entiende.
*Investigadora del Conicet y profesora de la Universidad Nacional de Quilmes