El sábado, Liliana Herrero actúa en el Torquato Tasso. A las 22 –las puertas del Club de música de Defensa 1575 estarán abiertas desde las 20– la cantante se presentará junto a Pedro Rossi en guitarra y Ariel Naón en contrabajo y violoncello, para desplegar esa siempre cuidada selección de compositores y poetas con los que le gusta trazar recorridos zigzagueantes, sorprendentes, por lugares, sentimientos y memorias de un país en moovimiento. Desde los remolinos del presente, Herrero sale una vez más a tantear el momento y sus tensiones con un cancionero que ya hizo propio, a fuerza de personalidad, imaginería e inconformismo. Un cancionero que más que de canciones, está hecho de una manera de cantarlas.
“La idea es tocar algunos temas viejos y por supuesto también los temas nuevos, que me gustaría pronto poder grabar en un disco”, dice Liliana al comenzar la charla con Página/12. “Pero cuando digo disco no sé muy bien qué digo, porque la verdad es que ya no sé cómo cada cual escucha la música. Yo vengo de la civilización del vinilo y en menor medida del CD, sobre el que tengo mis reservas porque comprime mucho el sonido. Pero hemos llegado hasta acá y este tiempo no nos deja mucha alternativa, más que agregarle a la computadora unos parlantes más o menos buenos para escuchar en las plataformas”, observa la cantante.
La tecnología comprime. Y no sólo la música. Torrencial en la charla, desde esa idea Herrero se remonta a los días de la pandemia para explicar el presente. “Siento que la pandemia produjo en nosotros una doble captura: por un lado nos encerró en nuestras casas y por el otro nos comprimió con la tecnología, que era el único modo que nos quedaba para agruparnos, para conversar, para trabajar. No hemos encontrado todavía las palabras precisas para explicar ese doble cautiverio. Un cautiverio que no terminó, porque, limitándonos a la música, seguimos pendientes de la tecnología, sujetos al modo en que la computadora nos permite escuchar”, reflexiona la Herrero.
“Pero más allá de la música, me inquieta mucho cuando se piensa la tecnología en forma de utilidad”, continúa. “La tecnología no es sólo utilidad. Hemos llegado al punto en el que la tecnología piensa por nosotros, habla por nosotros y lo hace en su idioma. Pero nos faltan palabras para discutir el papel que asumió en nuestras vidas, la manera en que nos lleva a un lugar que por enajenante podría ser muy peligroso”, agrega la cantante. “Pienso seriamente en esto desde hace tiempo. Leo lo que dejó escrito Horacio (González, el gran sociólogo, su compañero, fallecido en 2021) y es sorprendente el modo en que anticipaba la cosificación del mundo a partir de lenguaje de la tecnología, que es un idioma seductor, porque cautiva en la medida que promete la simplificación. Al punto que te convence de que la tecnología es solo utilidad y no es así, es también una invasión a nuestro espacio”.
El canto y la invención
La charla vuelve sobre las canciones y la oportunidad de cantarlas. Liliana cuenta que viene de cantar en Rosario, en la Sala Lavarden, y anticipa que después del Tasso estará el domingo 17 de marzo en Berazategui y el viernes 22 en Mar del Plata. “Hoy más que nunca, cantar para mí significa mucho. Es el momento de exteriorizar lo que vengo pensando y lo que siento ante lo que nos sucede”, dice. “Yo me sueño a ratos, volteando quimeras/ Ha’i ser que estoy viejo, cansado de ausencias”, canta Herrero a cappella, con la voz informal y vaporosa de quien fugazmente anticipa cantando lo que está por decir. “¿La conocés, no? Desde hace un tiempo la vengo cantando, porque me conmueve profundamente”, dice. “Es de Carlos Marrodán y Raúl Carnota, se llama ‘Por seguir’. Es un gato que Raúl (Carnota) sabía cantar con ese brío tan especial que tenía, pero yo pensé una versión más lenta, abierta. Hace poco la grabamos con Mariano Agustoni en piano, además de Pedro (Rossi) y Ariel (Naón), pensando en el disco”, .
“De entrada me preocupa trazar un horizonte, dejar en claro de qué estoy hablando y desde dónde canto. En este sentido en los últimos tiempos me está gustando comenzar con ‘Pañuelito sin adiós’, un gato que compusieron Juan Falú y Teresa Parodi para Mojones, la obra que hicimos, ellos, Horacio González y yo, sobre lo que pensamos podían ser los signos y memorias de la Patria”, cuenta sobre sus conciertos. “No podría trazar ese horizonte desde el que voy a cantar sin hablar de los pañuelos, del peso que tiene en nuestra historia. Sin eso, no tendría nada para decir”.
Hecho de poesía, más que de filosofía, el pensamiento de Herrero se realiza en un idioma en el que la potencia con la que configura un territorio posible juega con el vértigo aventurado de su reverso: el abismo. “Hay que inventar, esta época nos lo exige. Para poder compartir hay que inventar, para encontrarnos, para dar una batalla que es retórica, ideológica, política, artística y cultural a este clan de masacradores que hoy nos gobiernan”, planta Herrero y su voz se encrespa. “Estamos en un momento altamente peligroso, con teorías del siglo 19 que apuntan a una masacre para el pueblo argentino, a la liquidación del Estado, a la balcanización del territorio”, agrega.
–Es curioso que toda esa vida tecnológica que recién describías se sostenga en ideologías del siglo 19…
–Es una paradoja extraordinaria, que nos da la medida de lo que estamos viviendo y nos advierte sobre lo difícil que resulta explicarlo. Ante eso pareciera que hemos perdido las palabras. Y en las palabras está la posibilidad de pensar. No podemos pensar en lo que no podemos nombrar. Ese es el sometimiento a la tecnología, que en lo inmediato es el sometimiento a una especie de “servidumbre voluntaria”, como la explicaba hace siglos Étienne de la Boétie. Lo siniestro de esta época es que no hay cuerpos. No hay gente con hambre, no hay gente durmiendo en la calle, sino cálculos matemáticos, estadísticas. Cuando los discursos se limitan a ese relato, estamos en serios problemas. La política no puede ser una abstracción. La política es una carnadura, la de una comunidad y sus circunstancias.
– En esa materialidad, también la música es política…
–Absolutamente. Si no hay cuerpos resulta muy difícil saber de qué se habla, a quién se habla. La de las redes sociales, por ejemplo, es una lengua muy pequeña, sin carnadura. Una lengua cuya preocupación principal no pasa por distinguir lo que es cierto de lo que no. Y no es casual que en ese tipo de discursos no haya territorio. Sin territorio no hay memoria. Cuando hago música aspiro a escrutar el pasado para interrogarlo, para intentar un diálogo, no para disolverlo. Ahí podría estar un paralelo potente entre los procedimientos artísticos y los políticos. También la política, como la música, se nutre del encuentro y en este tiempo complejo no podemos dejar de pensar en lo colectivo, en la fuerza de las multitudes, cuya voz es siempre estremecedora. Tengo esperanzas en una resistencia, clara, contundente, ante esta política de abstracción y de masacre.
Dar testimonio
Nutrida de las peripecias de un país que no renuncia a comprender y explicar a través del cancionero entendido como una gran aventura del tiempo, Liliana no renuncia a hacer de cada interpretación una posibilidad de encuentro. "Yo creo que el presente no es nada si no interroga el pasado. Pero el pasado no es nada si no es interrogado por el presente", plantea. Su estilo, curtido entre lo experimental y lo no acabado, y por eso folklórico, es el resultado de una reflexión larga y compleja sobre el tiempo, que sin sacarle el cuerpo a tormentas e inclemencias aspira a encontrar su recompensa en el don del canto. Cantar, al final de cuentas, es el momento del júbilo, la catarsis, la llegada a la cima de la canción para plantar bandera. “Poder salir a cantar es esencial para mí, me hace sentir mucho mejor y de alguna manera me salva", confiesa.
"La posibilidad de estar en el corazón de la música me da segundos de felicidad y de gozo, por supuesto, pero tengo que confesar que en estos tiempos me es muy difícil pensar en la música si no es de manera testimonial", asegura Herrero y concluye: "Estas estas son épocas de exigencias testimoniales, eso es lo que siento. Aunque no sea de manera literal, es necesario dar testimonio. Que en la elección de un acorde, en la inflexión de la voz, en la persistencia de una idea melódica, en el repertorio, estén las marcas de este tiempo de ligereza y crueldad".