En una nueva muestra de la estética y la dinámica política de un fenómeno de época, Millei tuitea la transformación del rostro del gobernador de la provincia de Chubut. Ignacio Torres, con las marcas fisonómicas del Síndrome de Down, un trastorno genético causado por una copia extra del cromosoma 21, entre otras alteraciones posibles de la condición humana. Probablemente cualquiera de nosotros está afectado de alguna de esas alteraciones en la construcción de la cadena de ADN, inversiones, duplicaciones cromosómicas, mosaicismo, isocromosomas, X Frágil, Síndrome de Down, entre otras. Seguramente su propia transformación en el león imperial o el león cobarde del personaje del Mago de Oz, con el que Dorothy se encuentra camino a la Ciudad Esmeralda, posible Nueva York o San Francisco de los brillos occidentales previos a la Segunda Guerra Mundial, sea su aspiración delirante y transgenética. En esa figura también encontramos los fantasmas de la transmutación genética que la ciencia y la tecnocracia de sesgo duro están intentando definir para nosotros los humanos.
Escribo con palabras urgentes, intentando despabilarme del estado de estupor e irrealidad crecientes en el que nos sumerge el experimento de esta nueva presidencia. ¿En qué ranking de todas las aberraciones que estamos viviendo poner esto? Además de la larga lista de aberraciones políticas y humanitarias, humanitarias y económicas que está realizando el actual gobierno a la cabeza de esta extraña criatura que tenemos como presidente, donde él mismo se propone como engendro. ¿Qué clase de transhumanismo se pone en juego? Lo que vemos aquí no es el intento translingüístico de refundar una cultura, como lo vienen haciendo los colectivos sociales, no solo del transfeminismo y de la diversidad de género, la androginia o el hermafroditismo, proponiendo nuevos enlaces con la realidad de la época. Como vemos, estas fantasías y estas aspiraciones del humano transformado en otra cosa no son nuevas. Existen, por ejemplo, de un modo arcaico y ancestral en el totemismo. La actual inteligencia artificial pretende también un relevo de la condición del humano en una superhumanidad o una humanidad hiperasistida. Pero esta --de la que los gobiernos globales se nutren en un control creciente de sus ciudadanos-- no es una transformación pulsional como propusiera el psicoanálisis, ni es tampoco el atravesamiento de antiguas fórmulas de estigmatización cultural, ni es un nuevo sesgo espiritual, sino el intento de transformar la condición del humano al retorno ciego del campo de concentración que llevaba la diferencia al exterminio. No fue patrimonio de los nazis, ya que al unísono el escuadrón 731 del Japón imperial realizó todo tipo de experimentos genéticos con las poblaciones chinas, fundamentalmente de Manchuria. mutilando, infectando cuerpos, diseccionando miembros que eran reimplantados en diferentes zonas del cuerpo. El sueño de la clonación y de la injertación hasta la muerte ocupa la mente de las pesadillas humanas desde hace posiblemente miles de años.
Lo increíble es que alguien en posición de una función pública y de una responsabilidad cívica con sus representados agite los antiguos fantasmas de la exploración del experimento genético excluyente. Porque la ciencia ha trabajado para aliviar el impacto inevitable de la propia evolución hacia el deterioro celular, y también de los efectos ambientales sobre la genética humana, que es más frágil y en movimiento de lo que pensamos. Este tipo de posiciones en las que se aposenta este experimento del actual gobierno, no sólo es una apología del exterminio de la diferencia, sino que ubica cualquier diferencia en el plano de hacerla objeto de la persecución. El lugar desde el que esto es enunciado es el de una supremacía absoluta. Un supremacismo que, como en todos los supremacismos, en el último eslabón de la cadena propone una supremacía de la genética --y de las genealogías-- reducida a su valor instrumental de fundamentalismo. Existen fundamentalismos cientificistas, fundamentalismos simbólicos, fundamentalismos culturales, fundamentalismos políticos, fundamentalismos económicos, fundamentalismos sociales. Desde todos ellos está hablando este gobierno por la boca del César que baja los pulgares mientras se incendia Roma, desde un nuevo dispositivo tecnocrático, reduciendo uno de los recursos de la cibernética a la condición de patíbulo de la humanidad y, fundamentalmente, de la población argentina.
Esta nueva estética de lo transfigurado y raro, Queer, manipulado como herramienta de la facticidad de la ultraderecha aniquiladora de la diferencia, es un sesgo probablemente nuevo que también tiende a la fagocitación de lo que han sido históricamente los movimientos emancipatorios de los viejos, perimidos, obsoletos y apolillados paradigmas científicos y sociológicos, sociológicos y culturales. Es, en este sentido, un retorno a la vida de algo que estaba momificado.
No dejemos de ver aquí, además del carácter persecutorio y aniquilador, un intento de instalar como lógica de época, como norma, el tánatos arrasador de la energía desligada de la pulsión de muerte. Cada una de estas obscenas expresiones de violencia esconden el intento de subyugar e hipnotizar en el circuito de las redes sociales, en el que millones de personas son mecidas en sus olas, a una simple profanación y reducción de la posición crítica del Otro de la lengua. Para decirlo en pocas palabras, es volver a la sugestión hipnótica de la psicología de las masas hasta el extremo de transformarla en una estética irreversible e inexpugnable. Esta banalización del mal desde la ética a una pretendida “estética del mal”, es también una estética de la apropiación de los signos lingüísticos que promete infiernos calculados. En esos infiernos las mareas hipnotizadas intentarán ser conducidas no sólo hacia registros concentracionarios de la vida social y simbólica, a comunidades cerradas, controladas y estigmatizadas, sino también hacia la inevitable destrucción del desencuentro estructural de la hermosa proposición “el significante de la falta en el Otro”. Es decir, que toda experiencia humana se vuelve singular y que por efecto de esa pequeña diferencia se ubica en la serie de lo humano, de las tramas simbólicas de su época y de su comunidad de referencia. Al reducir esto a un hecho individual, indiviso, problemáticamente tautológico y definitivamente tanático, no estamos siendo empujados hacia el abismo del flautista de Hamelin solamente, estamos siendo empujados hacia un tipo de traslocación cromosómica que pretende una deshumanización en la cual lo que prime sea lo indiviso.
No perdamos de vista que lo indiviso es lo que se aparta de lo humano y es también lo que se aparta de cualquier experiencia vital, tanto en el plano de la biología, de la psicología, de la sociología o de la política.
Cristian Rodríguez es psicoanalista.