“Yo soy el fantasma / Provocar / Eso es lo que quiero”, canta Grace Jones sobre las bases distorsionadas de “Charger”. Se trata de uno de los temas incluidos en el último disco de Gorillaz, esa maravillosa banda virtual de Damon Albarn y Jamie Hewlett que vendrá a nuestro país a fin de año y que en 2015 imaginó un quinto disco con una idea por entonces descabellada: qué ocurriría si Donald Trump llegara a la presidencia de Estados Unidos. Cuando la pesadilla se hizo realidad (cualquier coincidencia con la realidad argentina quizás no sea más que la consecuencia de un mundo que camina al abismo) decidieron que el disco, lanzado a fines de abril de este año, sería una fiesta de todos modos, con músicxs invitadxs. Y en esa fiesta nada complaciente llamada Humanz, no podía faltar la reina que hizo bailar a millones en los cinco continentes.
No es mucho lo que se venía sabiendo de Grace Jones últimamente. En 2015, decidió publicar sus memorias bajo un título antojadizo y por eso muy divertido: I´ll never write my memoirs (Nunca escribiré mis memorias). El encargado de darle forma a la catarata de recuerdos de esta morocha surgida de un hogar pentecostal en Jamaica, fue el periodista Paul Morley. Y si bien no se editó en el país, es posible encontrar este texto en Internet. A partir de un reciente viaje iniciático en búsqueda de sus raíces, ella traza en primera persona su recorrido desde Spanish Town –donde nació en 1948– a Siracusa en Estados Unidos cuando era una chica orgullosa de su pelo afro y de ahí a Europa, volviendo de París convertida en modelo rapada, de espíritu andrógino, que adoraron desde el fotógrafo Helmut Newton al diseñador Kenzo Takada. En 1977 se instaló en Nueva York y sacó su primer disco, Portfolio. Fue su novio de entonces, Jean Paul Gaude, quien la alentó para que cultivara un estilo personal en su música y en su vestuario. El es padre de su único hijo, Paulo, que tuvo su baby shower en Studio 54, organizado por Andy Warhol y Debbie Harry, amiguísimxs de Jones.
En 1981, ella lanzó uno de sus trabajos fundamentales, Nightclubbing, y en 1985 brilló con el perdurable Slave to the Rythm. También participó en varias películas e incluso fue una chica Bond que jamás se inclinó ante Bond.
En su bio asegura que desde Madonna hasta Rhianna, todas le deben algo de sus performances escénicas. Y agrega: “Tuve que encontrar mi propia voz, real y profunda. Así es como al principio todo el mundo pensó que era un hombre”. En una entrevista publicada por The Independent, la compararon además con Lady Gaga. “¿De veras?”, se rió Jones. Y agregó: “Esa chica no canta tan profundamente como yo”. La broma esconde algo de cierto. Para una artista negra abrirse paso hace casi cuarenta años no fue sencillo y su libertad para amar a chicos, chicas o chicxs y decirlo públicamente se transformó en una reivindicación que, a la luz del tiempo, tuvo cierto efecto político. Es decir, logró que otrxs se identificaran y se animaran vivir su sexualidad por fuera de la héteronorma.
Jones afirma que si la industria musical no se la llevó puesta fue porque ella fue capaz de imponer reglas propias. “Yo siempre estuve en los bordes, en el espíritu under, desde los beats a las pioneras negras de los derechos civiles”, dijo. Ahora, además de su aparición en el disco de Gorillaz vuelve al ruedo con un documental sobre su obra: Bloodlight and Bami, que se estrena este mes en Europa. Filmado por Sophie Fiennes, se trata de la indagación de ese mito inclasificable que desde fines de los setenta transformó la música en pasarela de moda y la pista de baile en una rutilante cama hot. Tan sorprendente como su música -que incluye versiones muy personales de “La vie en rose” o “Libertango”, que va del disco al reggae o el dub- han sido sus actuaciones en vivo. Como aquella vez en 2012 que se paseó con un aro haciendo ula ula alrededor de su cintura de ébano durante una actuación para la reina de Inglaterra (el video está en YouTube). Ella asegura que nada tiene que ver con una diva. “Es una palabra trillada. Nada de eso. Yo soy Jones”, ha dicho. Sí, la gesta del nombre propio.