TODOS SOMOS EXTRAÑOS 7 puntos
All of Us Strangers; Reino Unido/Estados Unidos, 2023
Dirección y guion: Andrew Haigh.
Duración: 105 minutos.
Intérpretes: Andrew Scott, Paul Mescal, Jamie Bell, Claire Foy, Carter John Grout.
Estreno exclusivamente en salas de cine.
Adam observa las luces de Londres a través del enorme ventanal de su nuevo departamento, ubicado en una torre reluciente y algo fantasmal: son pocos los habitantes que se han mudado al complejo recientemente inaugurado. La melancolía surge de la soledad, y el guionista no logra concentrarse y parir algunas líneas en la reticente página en blanco. De pronto, unos golpes en la puerta. Es uno de los pocos vecinos del edificio (¿el único?), botella de whisky en mano, dispuesto a hacerle compañía, tal vez algo más. Pero Adam no está para esas cosas y el encuentro no se produce. Al día siguiente, luego de un viaje en tren suburbano, el protagonista de Todos somos extraños visita la casa de la infancia y allí se reencuentra con su padre y su madre, muertos cuando Adam tenía apenas doce años en un accidente, según se desprende rápidamente del relato. Para ellos el tiempo parece haberse detenido, no han envejecido, y el deseo de ponerse al día luego de décadas de separación se impone como necesidad irrefrenable.
Así comienza una particular historia de fantasmas, basada en la novela del japonés Taichi Yamada ya adaptada al cine en 1988 por su compatriota Nobuhiko Obayashi. Pero si Un verano entre extraños tomaba el concepto central del libro para afincarse en los terrenos de la fantasía y el horror, esta nueva versión, bastante libre, del realizador británico Andrew Haigh (Apóyate en mí, Weekend) opta por construir con los mismos elementos un relato sobre el trauma, el duelo, la identidad y la soledad casi metafísica de su protagonista. Entre otros cambios, también altera su orientación sexual: Adam (Andrew Scott) no es ahora un hombre divorciado de su esposa que inicia una relación con otra mujer sino un cuarentón gay que conoce al más joven Harry (Paul Mescal) y se reencuentra con la posibilidad de entablar contacto íntimo luego de mucho tiempo de abstinencia. La sexual, pero también la emocional.
Todos somos extraños es casi una pieza de cámara en la cual resulta cada vez más difícil separar realidad de fantasía. ¿O acaso los fantasmas existen y esos padres cariñosos, pero que en un primer momento no logran asimilar la homosexualidad de su hijo, realmente habitan las habitaciones de la casa suburbana en la que todo ha permanecido tal y como era en los años 80? Más allá de que la profesión de Adam como inventor de historias permite el juego de la creatividad afiebrada como ancla narrativa, Haigh propone un universo en donde todo es posible. Cuando el protagonista decide pasar una noche en su antiguo hogar, los miedos nocturnos lo impulsan a ingresar al cuarto de los padres y, como si el tiempo no hubiera transcurrido, se acuesta entre ambos como si fuera un chico de cinco años. Durante la Navidad, otra reunión los encuentra adornando el arbolito, y los “adultos” (aunque Adam tiene aproximadamente la misma edad que ellos) acompañan con sus voces las estrofas de “Always on My Mind” en la popular versión de Pet Shop Boys.
La banda de sonido es central en la construcción de los climas de Todos somos extraños: al dúo británico se le suma Frankie Goes to Hollywood, Erasure y The Housemartins, entre otros, suerte de mixtape por los caminos de la memoria que complementa desde lo musical la cualidad crecientemente alucinada (¿onírica?) de las imágenes. Si por momentos Todos somos extraños parece ingresar en territorios shyamalanescos, con algún toque new age como aderezo, la sensación imperante es la de un romanticismo exacerbado y mortuorio, elementos que le aportan al film, más allá de la narración de hechos y acciones, una tonalidad de experiencia sensorial, sin duda uno de sus méritos más evidentes.