Ésta es la historia de María Teresa Troiano y Eduardo Castaño. Una de las tantas que existen detrás del pavoroso número de pacientes puestos en fila para morir por el Gobierno de Javier Milei. Detrás de cada uno de los cientos de pacientes oncológicos o con enfermedades raras, hay una persona, o varias, viviendo en la inminencia de la fecha fatal. Pasa desde que el Gobierno decidió cortar la entrega de los tratamientos necesarios para vivir.
Desde aquel primer día
Sería correcto contar que él peleó por ella desde siempre. Y dicho así suena épico, pero halando en porotos, la realidad es que a los 16 años Eduardo venía echado de varios colegios y cuando entró al Leonardo da Vinci, de Boulogne y vio a la polaquita, rubia, de ojos claros, vestida de jean y camisa hindú semi transparente , hizo lo que fuera para sentarse con ella. Lo precedía su fama de líder de quilombos varios, y eso para algo tenía que servir. Así fue. Igual “la tuve que remar un par de meses. Buscando charla, pidiendo una hoja, preguntando alguna cosa que no me interesaba. Ella tenía que verme. Que mirarme.”
Ahora Eduardo es un hombre de sesenta años, que está sentado con Buenos Aires 12 en un café de una estación de servicio en Panamericana y Márquez, repasando su historia, que puede tener un rápido desenlace. Hace cuarenta años la vida prometía. Hoy esa misma vida es amenazada. “perdón pero en mi casa no nos podíamos encontrar, Marité está pasándola mal, debilitada, molesta, ansiosa por esto que pasa”.
“Esto que pasa” es la decisión de la ministra de Capital Humano Sandra Pettovelo, primero, y del Ministerio de Salud después, de cortar a pacientes complejos el suministro de medicación cuyos precios son inalcanzables. “Los remedios de Marité cuestan mas de quince mil dólares por mes. Siempre los tuvimos del Estado porque hay una institución que se ocupa de eso. Ahora el gobierno decidió cortar las entregas y ahí todo se complica por varias cosas. Primero, el cáncer no espera, no se detiene. Avanza. Y segundo porque esa medicación no te la dan nomás con una receta del médico. Hay que hacer decenas de trámites . Si ahora además de cortar la entrega la cambiaron de ministerio, lo que viene es un vía crucis. Y Marité no tiene ese tiempo.”
La mejor de las mejores
Eduardo mira por la ventana. Se rasca la barba, sonríe apenas y suelta: “¿Sabés que cuando la conocí repetí el año? Porque me importaba un carajo el colegio. Yo solo la miraba y quería estar con ella”. Vuelve a sonreír y recuerda que la rondaba “como gavilán pollero. Yo creo que la gané por cansancio”. Y la risa lo saca un ratito de esta catástrofe, a punta de imágenes: “hermosa… Nos conocimos en marzo y en junio ya era tiempo. El día que me le declaré ya habíamos hecho todo lo que se hacía antes en San Isidro: fuimos a pasear por los paseos del reloj, la catedral, el paseo de la costa, de amigo, viste cómo era”. Y la guiñada del ojo anticipa su epifanía, que era la rubiecita de ojos claros y pelo finito y largo, vestida esta vez de jean y remera de bambula sin dibujos y entonces si "fuimos al bar La Bicicleta, que es a donde había que ir. Y listo. Este morochito se quedó con la mejor. En ese momento era la mejor. Hoy, más de cuarenta años después, sigue siendo la mejor de las mejores”.
No podés comenzar de cero
Ellos recuerdan que después de la mala noticia tenían la calma posible frente a un Estado que los cuidaba. “Todo comenzó con un lunar que le molestaba. Fue en el 2015. Un lunar que le dolía y del que le comenzó a salir líquido. De ahí, médicos, estudios y un diagnostico de miedo. Este cáncer era de los más agresivos de todos: melanoma, con un pronóstico de sobrevida de cuatro años. Gracias a la medicación ya vamos por ocho.” Y Eduardo aprieta la boca y apenas cabecea intentando empujar ese destino un poco más lejos. Otro rato. Lo que se pueda, pero sin dolor.
Después del bar La Bicicleta y los besos y las tardes, le tocó la colimba y fue durante Malvinas, pero llegó a Comodoro Rivadavia y los retornaron, y allí comenzaron a jugar a las escondidas del padre de ella. ”Nuestro noviazgo duraba tres cuadras por día, que era lo que la acompañaba al colegio, porque su papá, que estaba a cinco minutos de ser nazi, no me quería ver ni de lejos. Hoy me río, pero fue muy complicado. Entonces decidimos casarnos y tuvimos que ir a un juez. Ella se enfrentó a sus padres. Cuando el juez preguntó el porqué de la negativa, el viejo le dijo: este negrito no tiene ni casa ni plata‘. El juez se rió, le dijo que él tampoco tenía y nos casó.” Y ahora la sonrisa de Eduardo Castaño se llena de nostalgia y parece que se apaga, pero no.
“El ultimo año fue muy fuerte. Veníamos bien, sosteniendo. Ella quería ir a Chile, donde viven nuestro hijo y los nietos, pero en diciembre tocó perder. Se debilitó, le cuesta respirar y moverse. Hasta las escaleras de la casa son una tarea titánica, y eso que vivimos en un primer piso. Es que el tumor que está en el pulmón además de quitar aire se alimenta de la aurícula izquierda. Eso acaba con los glóbulos rojos. La medicación no te cura, pero te sostiene y no se puede parar. No podés decir que parás y seguís después. No podés comenzar de cero.”
Tienen que hacerse cargo
Por momentos habla y se lo ve entero pero “claro, con la mujer que es ella no tengo derecho a quebrarme. Por ahí largo una llorada y a seguir. A veces cuando ella saca el tema hablamos de esto, de nuestra vida, de cómo veníamos, de qué está pasando desde diciembre. Pero la verdad es que ella es más fuerte. Yo le escapo al tema todo lo que puedo. Tengo que poder sostener y conozco mis debilidades, y quebrarse no es opción. No ahora. No antes ni después. Nunca”. Y del resuello con los dientes apretados inventa una sonrisa recordando que ella le pide que tenga cuidado en la calle, que no ande corriendo el colectivo. “Es que ahora para nosotros todos los días es el día. Los objetivos son tan cortos como eso. Llegar enteros a la noche.” Y de golpe aquellos chicos del colegio Leonardo da Vinci a los que la vida les prometía todo, quedaron eternamente lejos para siempre jamás. O quizá no. Ojalá que no.
Desde diciembre hasta hoy no hay respuesta sobre los medicamentos de ella pero Eduardo va más lejos. “Hay gente que se acercó, que ayuda. Hasta me pidieron mi DNU para depositarme plata y yo lo agradezco de corazón. Pero, ¿y los otros enfermos? ¿Qué va a pasar con ellos? La solución no es individual, debe ser colectiva. Alguien tiene que responder por todos nosotros. Alguien tiene que tomar cartas en el asunto. Somos cientos y no se trata de que se salve uno, así sea yo o la persona que más amo en este mundo y que cuando se muera me dejará naufragado y solo para siempre. La solución no es de uno. Es para todos. El Gobierno tiene que arreglar esto que rompió y nos mata. Alguien tiene que hacerse cargo. Yo sólo puedo pedir que no nos dejen morir.”