Labios finos y pintados como una línea que se dibuja con determinación, nariz con presencia y ojos redondos que, sin ser saltones, expresan extravagancia. Lleva puesta una boina oscura inclinada hacia un costado, que deja ver su pelo corto en el extremo opuesto. Usa un pañuelo de seda al cuello, anudado con precisión, que termina de imprimir ese estilo de mujer de letras de la época, con trajecito sastre y figura esbelta. Adela García Salaberry camina por la vereda de la calle Roca, en su querido barrio de Bernal, partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, el lugar que eligió para vivir. Entra en la casa con el número 635, entre las calles Constitución y Almafuerte, en una tarde fría de agosto de 1922. Tiene 33 años. Un periodista del semanario Crónica, de Bernal, irá a visitarla para publicar luego el resultado de esa charla, que titulará: «Conversando con la poetisa Adela García Salaberry». Sobre el escritorio, que desborda de manuscritos, hay una tetera y dos tazas de porcelana.
Además de poeta, maestra y periodista, la Salaberry aglutinó entre sus intereses la decisión de forjar un feminismo que comenzó a transitar acompañada de otras, porque conquistar derechos que las mujeres aún no podían ejercer era su deseo. En su interior diagramaba —y quería concretar— la idea de una acción ciudadana todavía desconocida para el género femenino: la posibilidad de votar.
Adela nació el 4 de octubre de 1889. Su padre fue Federico García y su madre Encarnación Salaberry, una mujer dedicada a su hogar, a quien le costó entender la rebeldía y autonomía de su hija. Con 21 años, se recibió de Profesora en Letras, en la Escuela Normal de Profesores de La Plata. Trabajó en dos instituciones de esa ciudad, fue jefa de Biblioteca en el Colegio Nacional Mariano Moreno, de Almagro, profesora de declamación en el Conservatorio Williams, de Bernal, e Inspectora de la Escuela de Madres Lactantes de Avellaneda. Rechazaba la idea de una familia formal y su espíritu independiente la llevó a asociarse al Club Argentino de Mujeres, donde daba charlas y conferencias.
La Salaberry imaginaba la sociedad que quería alcanzar y para eso había que salirse de aquel encorsetamiento social que ella percibía con nitidez. Había que rebelarse a las reglas que impedían la vivencia de una ciudadanía plena para las mujeres. Se sentía interpelada porque la mitad de la población no podía votar y porque todo parecía depender de lo que los hombres quisieran. Por eso, junto a otras, decidió enfrentarse a esas limitaciones. Así, fue protagonista de un hito que sentó precedente. En 1919, se tomó el tren Roca y bajó, como tantas otras veces, en la ciudad de La Plata. Se dirigió al Distrito Militar, se presentó y pidió la libreta de enrolamiento. Lo mismo hizo, pero en la Capital Federal, la médica y luchadora feminista Julieta Lanteri, que vivía en Berazategui. Seguramente, pergeñaron juntas esa acción en algún viaje del tren Roca rumbo a la ciudad de Buenos Aires. Pero el pedido fue denegado. En aquel entonces, la Salaberry era la secretaria general del Comité de La Plata del Partido Feminista Argentino, y ese puntapié representó el acto que prefiguraba la posibilidad de que las mujeres fueran consideradas personas con capacidades iguales a las de los hombres para ejercer el derecho al voto.
Días después de aquel pedido denegado, un artículo del diario La Razón imprimió entre sus páginas la noticia: «Adela García Salaberry solicitó su enrolamiento en el Distrito Militar de La Plata. Aunque sin éxito, sentó precedente».
Con sus ojos puestos en lograr ese derecho, fundó la Comisión de Sufragistas, junto a Alicia Moreau de Justo y Elvira Sáenz Hayes. Durante esos años, la Salaberry no dejó de despuntar su vicio por escribir, tanto en gráfica como en prosa y poesía. Trabajó de periodista en los diarios El Día de La Plata, La Razón y La Prensa; en las revistas porteñas El Hogar, Fray Mocho, Caras y Caretas, y en el semanario Crónica de Bernal. Fue jefa de redacción de la revista Nuestra Causa, órgano de la Unión Feminista Nacional, y fundadora y directora de Renovación, semanario que editó hasta abril de 1926. Allí colaboró su amiga y poeta Alfonsina Storni. Entre las cartas manuscritas que se enviaban, hay una fechada el 6 de octubre de 1925, en la que Alfonsina acepta la invitación: «Recibo su muy espiritual carta en que Ud. me pide que yo me incorpore a la redacción de Renovación; Ud. sabe muy bien cuánto la estimo y es para mí un verdadero placer acompañarla. Desde aquí, pues, le enviaré con toda la frecuencia que mis muchas ocupaciones me permitan artículos para su periódico».
Eran tiempos en los que no todas las mujeres sentían tan hondamente el clamor por ser tratadas de igual manera que los hombres y no como seres inferiores y sin capacidad para decidir, entre otras cosas, quiénes podían gobernarnos. La Salaberry sentía ese fuego interior y sin dudarlo fue una de las que propulsó, junto a la Unión Feminista Nacional que presidía Alicia Moreau de Justo, el voto femenino. Estaban tan convencidas de la importancia de la igualdad entre los géneros que, en la invitación al ensayo de votación, se proclamaba también la siguiente consigna: «A igual trabajo, igual remuneración». En el diario La Nación, el 6 de marzo de 1920, la Salaberry publicó: «Mejores viviendas, mejor educación, mejores alimentos, mejores condiciones de trabajo, mejor salario. Afirmemos el principio de “A igual trabajo, igual remuneración” ¡Concurrid al ensayo del voto!».
Se trató de una asamblea convocada por el diario Tribuna Libre, donde las mujeres debatieron su emancipación. Cuatro mil mujeres concurrieron a la redacción del diario, en calle Maipú 73, donde plasmaron sus deseos de emancipación, la necesidad de modificar ciertas leyes, explicitaron qué intereses había que defender y cuáles eran los anhelos por cumplir. Pero eran necesarias reformas legales que dejaran atrás términos como «idiotas e incapaces». Los derechos civiles había que ejercerlos y, junto a ese reclamo, obtener también la patria potestad de los hijos y ser iguales a los hombres ante la ley.
Desde todos los escenarios, la Salaberry clamaba justicia. Justicia social y justicia civil. La larga lucha que emprendió con mujeres sufragistas, algunas del Partido Socialista, otras anarquistas, varias radicales e independientes, la plasmó en su segundo libro El momento, editado en 1949, donde hay un capítulo dedicado a la historia del voto femenino. Elvira Rawson de Dellepiane, María Teresa de Basaldúa, Adelia Di Carlo, Julieta Lanteri y Alicia Moreau de Justo son nombres que enmarcan con potencia el recorrido feminista al que se sumó la Salaberry.
Pero hubo un final abrupto e injusto para una de ellas. Aún no existía la palabra femicidio, que con tanta rabia pronunciamos tan a menudo hoy en día. Fue el 23 de febrero de 1932 cuando su compañera de luchas, Julieta Lanteri, murió en circunstancias muy sospechosas, atropellada por un auto que se subió a la vereda en marcha atrás, en la esquina de Diagonal Norte y Suipacha, pleno centro de la Capital Federal. Julieta tenía 59 años. El conductor se dio a la fuga. A través de la investigación que realizó otra compañera periodista, Adelia Di Carlo, se supo que el implicado estaba afiliado a la Legión Cívica, único partido durante el gobierno de facto. Adelia fue la única que investigó el hecho y, una vez publicada la investigación, su casa fue saqueada por la policía. La Salaberry se quedaba sin esa compañera de viajes en el tren Roca, con quien no solo tramó estrategias feministas, sino con quien compartió charlas acerca de plantas, pájaros y gallinas que rodeaban sus casas del conurbano bonaerense.
Por socialista, la Salaberry fue incluida en una lista negra y obligada a abandonar su trabajo de inspectora de lactantes del Hospital Fiorito de Avellaneda, donde había ingresado en abril de 1921 para enseñar a dar de mamar a las madres de aquel tiempo, con consejos sobre higiene y alimentación. Tras ser despedida, casi cien mujeres con sus niñas y niños realizaron una protesta frente a la municipalidad en la avenida Mitre de esa ciudad. «Queremos a la señorita Salaberry, que es la segunda madre de nuestros hijos», se leía en el cartel que sostenía una de las presentes.
En 1934, y durante una estancia en la provincia de San Juan, la Salaberry encontró la manera con la que quería plasmar un sueño que la había tenido activa por meses. Kuntur es la palabra quechua que significa ‘cóndor’, un ave de altura, fuerte y poderoso. Ese fue el nombre elegido para fundar un club donde se reunirían almas inquietas y culturales para hablar de arte y belleza. El Kuntur Club llegó a ser una institución en la cual la Salaberry invitó a personalidades destacadas a ser partícipes y dar lugar al desarrollo de bocetos y gérmenes literarios entre amigas y compañeras, como los de la gran Alfonsina.
En sintonía con los cambios sociales que buscaba, en 1945, la Salaberry escribió: «No es cuestión de reemplazar al hombre atribuyéndole a ese concepto alcances desorbitados o ridículos. Es afirmar que en profesiones y oficios en que tenga que actuar sería un oprobio para la mujer no considerarla igual que al hombre».
Finalmente, el 23 de septiembre de 1947, se promulgó la Ley 13.010, de Enrolamiento Femenino, que se puso en práctica en las elecciones del 11 de noviembre de 1951. Los derechos políticos de las mujeres se revitalizaban y aparecía en escena Eva Duarte con convicciones fuertes y un carisma nunca antes visto en una mujer que logró, como ninguna, movilizar a las masas. Eva, por cadena nacional, promulgó la Ley de Sufragio Femenino en nuestro país. En el primer artículo, la Ley sanciona: «Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los varones argentinos». De esta manera, no solo se lograba el derecho a participar de los actos electorales, sino que también se reivindicaba la igualdad de género.
La producción literaria de la Salaberry reúne obras en prosa, como Luz y sombra, La gloria del corazón, de 1924, El momento (I y II), de 1930 y 1949, los cuatro tomos de Vidas, y Por la televisión, entre otros. Entre sus ediciones en versos, se destacan Momentos sentimentales, en 1923, Bruma hiedra, de 1927, Revelación y Consagración. En francés, su segundo idioma, escribió Toi et moi, en 1938, Rhythme Serein, en 1946, y Symbolisme y Fleur de Lys, en 1956.
En 1946, con la llegada de Juan Domingo Perón y Evita al poder, fue inevitable para la Salaberry repensar su filiación socialista. Así definió en su libro El momento II el triunfo peronista: «Fue una gran jornada de redención de las clases oprimidas que encarna el respeto a los derechos ciudadanos de la República Argentina».
¿Cómo la Salaberry no iba a admirar a Evita, que luchó y logró para las mujeres el derecho al voto? Aun así, fue expulsada de la Mesa Socialista.
Por su casa de la calle Roca 635 pasaron Florencio Parravicini, los dirigentes socialistas Alfredo Palacios, Juan B. Justo, Enrique Larreta, Angelita Vélez y su entrañable amiga, Alfonsina. Junto a ella y a Josefina de Mantecón, dos grandes compañeras de debates, dignificaron el trabajo femenino y la igualdad de derechos.
Su caminar marcó una época, esa que dio comienzo a una larga lucha de reclamos que hoy continuamos. A pesar de que su nombre quedó desdibujado de los lugares hegemónicos de la literatura argentina, su militancia y lucha por los derechos de las mujeres forma parte de una genealogía fundamental para entender dónde estamos hoy, más de un siglo después de su nacimiento.
Adela García Salaberry falleció en su casa de Bernal el 21 de noviembre de 1965, acompañada por su querida e inseparable compañera Anita Loustalet.
El archivo personal de Adela García Salaberry se encuentra conservado y protegido en el Museo Histórico Regional Almirante Guillermo Brown de Bernal, con cartas manuscritas de sus amigas, artículos periodísticos de su pluma, ejemplares de sus libros y fotografías de su vida. Donó su casa de la calle Roca 635, a la Municipalidad de Quilmes. Ahí funciona actualmente la Dirección General de Personas Mayores.