La noticia siniestra sobre Kim Wall es cada día que pasa, más siniestra. Fue a hacer una entrevista, nunca volvió y su desaparición quiso ser explicada con la verdad falsa de las versiones. Que estaba sana y salva en el restaurante Halvandet en el extremo norte de Refshaleøen; que había muerto golpeada accidentalmente después de que una escotilla de setenta kilos cayera sobre su cabeza; que estaba sepultada en tumba de agua profunda en algún lugar de la bahía de Koge, al sur de Copenhague. El autor de todas las versiones es Peter Madsen, el inventor excéntrico al que Kim había ido a entrevistar. Madsen, “cohete Madsen” para la prensa danesa, nació en Dinamarca en 1971 y es, desde la adolescencia, un constructor de cohetes espaciales experimentales y de submarinos.
El 10 de agosto Kim fue vista por última vez embarcándose en el pequeño submarino casero UC3 Nautilus (el tercero construido por Madsen) donde tenía planeado hacer el reportaje. Su torso mutilado fue encontrado por un ciclista a mediados de agosto. Su cabeza, sus piernas, “removidas como resultado de un corte deliberado”, y su ropa, aparecieron embolsadas junto a pesadas piezas de metal, a principios de octubre. El día después de aquella entrevista, el UC3 Nautilus iba a navegar, como parte de una exhibición, desde Copenhague hasta la isla de Bornholm pero la tripulación recibió a última hora un mensaje de Madsen avisando que el viaje se cancelaba. Mientras eso pasaba el novio de Kim (con quien tenía planeado mudarse a Beijing) les avisaba a las autoridades portuarias que el submarino no había regresado. Recién a la mañana siguiente, cuando pudieron hacer contacto por radio, Madsen les contestó que estaba en buen curso y volviendo al puerto. Media hora después del mensaje, inesperadamente el submarino se hundió y Madsen tuvo que ser rescatado. Solo Madsen: Kim no estaba en el naufragio. El cuerpo ausente inició la infame cadena de versiones y la policía danesa lo acusó de asesinato y de haberlo hundido intencionalmente. Madsen negó todo y dijo que había perdido su punto de apoyo cuando por accidente la escotilla se cerró y los dejó, a Kim envuelta en sangre, y a él, a punto de suicidarse. Todo eso dijo, desdijo y negó después, como también negó –acompañado por su abogada– haber guardado en su computadora imágenes de mujeres decapitadas y de haber herido con un cuchillo las costillas y la vagina de la periodista sueca. Los medios siguen el caso como si estuvieran participando –y en competencia violenta– en el guión de un film noir sueco. Alejadxs de los sinónimos macabros la familia y lxs amigxs esperan el juicio, buscan la verdad en la tragedia y se organizan para subvencionar a través de The Kim Wall Memorial Fund el trabajo de jóvenes periodistas freelance, tan freelance como era Kim cuando le mandaba notas a Harper’s Magazine, The Guardian o The New York Times desde Cuba, Sri Lanka, Uganda o Haití. Tan freelance como cuando escribía sobre la política de un solo hijo en China (donde había vivido en el último año), y recorría los setenta años de escenario de arena de un ventrículo de circo o seguía de cerca los pasos de la bailarina de soul más vieja de la Florida.
Hace unos pocos días, su amiga Caterina Clerici, contó en una nota muchas anécdotas de sus trabajos juntas; un pequeño diario de sucesos unidos en homenaje donde Kim está viva y más feminista escandinava que nunca. Quizás por eso con demodé culpa italiana –cuando decir italiana es decir católica– Caterina se sonroja en palabras y cuenta que fue gracias a Kim que se animó y se compró su primer vibrador después de oírla decir que “los orgasmos son los mejores reductores de ansiedad en la tierra”.