Recuerdo que el año pasado se popularizó aquel meme que dice “ayudame loco” y muestra la imagen de un ser humanoide en carne viva. Me resultó difícil reírme, aunque los contenidos del chiste fueran potencialmente graciosos. Algo similar a lo que me había pasado con Ricardo Fort o Javier Milei. El sufrimiento estaba demasiado a flor de piel como para poder producir un efecto de chiste.

¿Quién es el protagonista del meme?

Esa imagen cotidiana de las redes sociales, que se instaló como pre-formato de humor, nos muestra una persona o alguien que alguna vez lo fue, despellejado, sin pelo, con parte de la carne a la vista, una llamativa expresión de angustia y desesperación, y su boca abierta como si estuviera gritando algo, lo cual ha llevado, acertadamente, a subtitular ese grito como “ayudame loco”. Resulta que esta imagen es un personaje del juego Dying Light (2015). Se trata de un juego de acción en primera persona del género “horror de supervivencia”. El personaje en cuestión es un niño o púber zombie. Lo cual sorprende por la contradicción entre su expresión sufriente y el rol de atacante que se le da en el juego, el cual justifica la tarea de cazarlos que tiene el jugador.

Un niño que sufre, en carne viva, pero que no es visto como tal sino como amenazante, en una propuesta de supervivencia del más fuerte en medio del horror… Suena conocido.

Si no es humano se lo puede matar

Recuerda demasiado un mecanismo propio de la violencia: sustraer al violentado su cualidad humana. Así la Iglesia, en tiempos de la invasión española, consideró a los pueblos originarios como homúnculos, humanoides similares a nosotros pero en verdad animales sin alma. Los africanos también fueron considerados como darwinianamente inferiores en los escalones evolutivos. Las mujeres siempre en falta de humanidad (brujas, flojas de superyó, gozadoras, inferiores intelectualmente, débiles). Las diversidades sexuales como enfermas de perversidad. Cada pueblo acusado de terrorista ha sido construido -al igual que los anteriores grupos humanos- como primitivo, animalesco, brutal, sin sentimientos, gozador.

Los zombies a la cabeza de esta nueva forma ficcional que nos muestra humanos que en verdad no lo serían y que, en consecuencia, se los puede aniquilar no sólo sin culpa sino incluso con diversión. La etimología de crueldad significa “carne cruda, sangrante”, con derivas como cruor (“sangre derramada”) y crudelis ("quien se regocija en la sangre"). En la crueldad, a diferencia de la violencia (donde prima la indiferencia indolente hacia el otro), hay un goce pulsional o narcisista ante el sufrimiento del otro.

Crueldad, como la que se ejerce hacia ese niño zombie que se puede (volver a) matar, aun cuando nos mire con expresión de sufrimiento.

En carne viva

¿Cómo no pensar en la imagen que se difundió, con crueldad, donde veíamos a un pibe de 21 años, Ezequiel Curaba, con el 90% del cuerpo quemado? Otro hijo más de una ciudad de Rosario que vio fundir su cordón industrial en los ’90, que entregó la soberanía del Paraná, que desde 1978 un acuerdo entre la dictadura argentina y boliviana iniciaron un circuito de recepción y distribución de droga por nuestros puertos y barrios (Del Frade, 2014), que en 2022 fue la tercera ciudad de latinoamérica con más asesinatos.

Los pibes como Ezequiel, a veces tercera o cuarta generación de familias robadas, a las que les sacaron el derecho al trabajo, a la vivienda, a la vida digna, que viven en sectores extremadamente violentados, ya estaban en carne viva desde mucho antes.

Ayudame loco

El meme parece reproducir la indolencia o bien la crueldad que nos han enseñado durante tantas generaciones como un mandato subjetivo: la violencia siempre tendrá que dirigirse hacia el más violentado, jamás deberá serlo hacia quien ejerce la violencia. Un niño en carne viva puede ser objeto de crueldad, sobre todo si pide ayuda, pero las políticas que lo empobrecen y verduguean no. Está vedado mirar a los ojos al despellejador.

El meme es en sí mismo la reproducción de la indolencia, pero también es la puesta en circulación social del enunciado “ayudame loco”. Dos caras de la misma moneda. ¿Será que en algún punto, aunque lo neguemos, desmintamos, miremos hacia otro lado, las “sociedades del horror de supervivencia” son un género en el que no queremos jugar más? ¿Será que aún desde la reproducción del horrorshow, en algún punto estamos pidiendo ayuda?

Quizás en momentos como los que estamos viviendo, donde la violencia y la crueldad cotidianas de quienes gobiernan hacia su propio pueblo representan un renovado horror cotidiano, sea más sencillo, si no por conciencia histórico política, sí al menos por vivencia subjetiva, darnos cuenta que ahí donde nos creíamos jugadores nos descubrimos zombies en el juego de algunos otros. Y entonces decimos: ayudame, loco.

 

Pero debemos decir: ayudémonos locos que no creemos en los racionales que quieren instalar como natural que la vida sea un horror de supervivencia. 

*Psicólogo (UNR), Profesor en Psicología (UNR), Magíster en Salud Mental (UNR). Psicoanalista. Escritor. Investigador. Psicólogo en el Ministerio de Desarrollo Social. Autor de La violencia en los márgenes del psicoanálisis (Editorial Lugar) y de Los procesos de subjetivación en psicoanálisis: el psicoanálisis ante el apremio de una revolución paradigmática (Editorial Topía).