Aires de cantina
Zona hípster por definición, la escena gastronómica de Chacarita sigue creciendo, sin límites a la vista. Una zona tranquila del barrio, de arboleda en las veredas y casas bajas, que logró combinar este espíritu relajado con las ideas de cocineros independientes, dando como resultado un estilo que se reconoce como propio. Es en este contexto en el que Canti Bar abrió sus puertas hace ya casi dos años, para convertirse en uno de los éxitos del barrio, replicando a su manera la ya conocida fórmula de vinos y platitos de comida para compartir.
La carta de vinos es atractiva y completa: ahí están las etiquetas clásicas, que muchos conocen; y también las cepas y estilos de vino menos comunes, como el clarette o un pet nat, a tono con lo que está sucediendo hoy en el mundo vitivinícola. El menú está pensado para pedir varias opciones al centro de la mesa, con raciones de diferentes tamaños, sumando siempre algún fuera de carta. Comandada por María José Barrera –la chef a cargo–, de la cocina salen platos bien ejecutados con sabores cercanos al paladar porteño, sin esquivar toques de creatividad.
Se puede arrancar por ejemplo con el Matrimonio de mar ($5500), que trae anchoas y boquerones elaborados por Hernán Viva en Mar del Plata; salen con pan de masa madre y pesto de tomates secos. También una Fainastica ($5500, fainá cremosa con salsa romesco, tomates en conserva, polvo de aceitunas negras y albahaca). Entre los platos mediados hay sándwiches como el sustancioso Lomito campeón del mundo ($10500) que sale en pan ciabatta, con huevo a la plancha, alioli de ajos ahumados, salsa criolla, verdes y chips de boniato; y una rica tortilla clásica con cebolla y huevos orgánicos ($7500). Para finalizar, hay postres como el ineludible flan mixto ($4500), un torta vasca ($6000) que llega a la mesa con mermelada de frutos rojos; y una reversión de un clásico como el Don Pedro, postre bodegonero por excelencia que aquí se llama Don Canti ($7000) y trae helado de crema de avellanas con chocolate, garrapiñadas y whisky.
Todo rico, tan eterno como moderno.
Canti queda en Bonpland 882. Horario de atención: martes a sábados de 12 a 16 y de 19 a 24. Instagram: @cantibar__.
Pequeño y rendidor
En un local de no más de 25 metros cuadrados sobre la calle Guevara, abrió Casa Seis, restaurante con tan solo una barra en su interior para 16 comensales, mesitas en la vereda para un número similar de clientes. Posee una arquitectura pensada por Marcos Popp para exprimir el espacio al máximo, con un estilo sobrio de líneas simples y aspecto contemporáneo, donde predominan los tonos grises en paredes y techos lisos, y los azules en el mobiliario, tanto en las mesas y sillas de chapa en el exterior, como en las cómodas banquetas y la barra de cemento alisado que hay dentro.
El alma mater del proyecto es Fidel Pérez Ochoa, empresario gastronómico que siempre quiso materializar el sueño de la cava propia, un lugar donde los vinos compartan el protagonismo con la comida. El nombre es un guiño a su origen colombiano, cuando de chico vivía con su familia en un barrio típico de la ciudad, en la manzana cinco, casa seis.
La carta de vinos está a cargo de la sommelier Florencia Turdera, que armó una extensa selección de etiquetas de distintas latitudes del país, sumando también algunos ejemplares chilenos, y los ordenó según sus características, lo que facilita elegir el que más guste.
El menú consta de pequeños platos para compartir, donde lo que prima es la calidad de los ingredientes (muchos de ellos orgánicos). El pan Naan ($2000) sale con miel especiada; el mbejú viene con palta quemada ($4500) con pickles de cebolla morada, cilantro y mayonesa de cúrcuma y lima. Hay sólo dos opciones a modo de principales: un asado a baja temperatura ($9500) con ensalada de repollo y emulsión de salsa criolla; y unas gírgolas grilladas ($6500) con ajillo, calabaza asada y puerros confitados. Para el cierre dulce también hay dos únicas ofertas: el Casa Seis, inspirado en uno de los desayunos que el padre de Fidel preparaba para él y sus hermanos, es un bizcocho de coco ($4500) con mousse de café, espuma de leche con jengibre y avellanas tostadas. Y se suma una mousse de chocolate amargo con garrapiñada de maní, que no falla.
Gestos de nostalgia bien entendida, en pequeño refugio de Chacarita.
Casa Seis queda en Guevara 495. Horario de atención: martes a domingos de 18 al cierre. Instagram: @casaseisba.
El rincón más bello
Pro.Vin.Cia es una vinoteca y bar de vinos, joyita oculta en la parte más aristocrática del barrio de Retiro. Abierta en 2019, este pequeño y bello local se muestra en extremo elegante, con tonos oscuros e iluminación tenue, piso damero en blanco y negro, y una barra y banquetas de madera que le aportan estilo. Además, en estos días de clima amigable, disponen de algunas mesas en el exterior, sobre el final de la calle Arroyo, entre galerías de arte y aires recoletos.
Ubicada en una zona de tránsito turístico, el wine bar apuesta a una atención personalizada y atenta, con amplia variedad de etiquetas para probar en el lugar, también para comprar en botella cerrada y llevar a casa.
El menú es acotado: está claro que el foco está dirigido a las bebidas. Aún así, la comida no decepciona: hay quesos de alta calidad, con proveedores como la rionegrina Ventimiglia, tal vez la quesería más prestigiosa de la Argentina. Por $11800 sale una tabla que incluye variedades como Toscano, Magnum, Doquin Blanc, Cuatro Esquinas y Patagonzola; hay otra más tradicional con gouda, holanda, gruyere y Morbier; y se suman raciones a pedido de camembert (horma completa a $8550; media horma a $5150). Los panes son artesanales y de masa madre($1000), hay olivas patagónicas ($2150) verdes y negras maceradas con aceite de oliva virgen extra, también un plato de frutos secos tostados ($2150) con nueces, castañas de cajú, pasas de uva, almendras y maní. Y de la cocina proviene una tortilla de papas con cebollas ($2500), jugosa e ideal para complementar y acompañar los quesos.
Como dato extra para anotar: en el primer piso de la vinoteca se esconde un café de especialidad bajo el nombre Kissaten, donde tuestan sus propios granos y los sirven en vajilla muy cuidada, en un espacio de aires minimales, mesas íntimas y estética propia.
Con pocos elementos, Pro.Vin.Cia logra situarse en la frontera entre vinoteca y wine bar con soltura, un lugar que sin hacer mucho ruido llama la atención convirtiéndose en uno de los rincones más lindos de la ciudad porteña.
Pro.Vin.Cia queda en Arroyo 826. Horario de atención: lunes a miércoles de 10 a 22; jueves y viernes hasta las 23; sábados de 10 a 18. Instagram: @pro.vin.cia.