Fama rara la de Moris, que entre nosotros es más pionero que contemporáneo, como olvidado pero vigente. Tanta cosa hizo Moris, pero parece que los españoles lo tienen como moderno y nosotros como clásico, aquí vidriados todavía con Treinta minutos de vida y Ciudad de guitarras callejeras. Es cosa de nuestros exilios y es cosa de entender que pocos pudieron componer algo tan poderoso como esos clásicos.
Mauricio Birabent nació porteño en 1942, casi contemporáneo a John Lennon, que era del 40. Los dos nacieron en un puerto de bordes reos, los dos mamaron el primer rock and roll, el de camperas de cuero y chupines, y le fueron leales como uno le es leal a algunas cosas de la adolescencia. Para los sesenta, Birabent ya era Moris, paraba en La Cueva, andaba con los tanguitos y los gatos fundacionales, componía y grababa. Y después vino El Oso.
Uno se pregunta qué concluyen los pibes de la democracia cuando escuchan esa letra. La metáfora del circo y la jaula, de portarse bien. El tigre viejo recomendando "conformate" y el final con la vuelta al bosque y a la libertad, que es verde. En la transición de la dictadura de Onganía a la de Lanusse, el mensaje era claro como el agua y la canción un himno instantáneo de aspiraciones y búsquedas. Y a esto hay que sumarle en el mismo disco cosas fuertes como Pato trabaja en una carnicería, donde se estrena la acusación de ser "el peor capitalista".
Moris se encontró con un éxito y en esa envidiable posición de producir lo que siga sin interferencias empresarias. Si el tipo vende, dejalo que haga lo suyo. Lo que hizo en ese julio de 1974 fue Ciudad de guitarras callejeras, un ancho paso para separarse del resto del rock nacional, entrarle más a esa cosa tanguera y descriptiva que tuvo siempre, y expresar algunas visiones goyescas de la que se venía.
El tema más famoso del disco es una suerte de milonguita dedicada a Pipo Lernoud, amigazo del alma. El resto incluye cosas flojísimas como Cabalgando por el campo -"Rosendo"... ¿en serio Rosendo?- o medio olvidables como De aquí a donde iré. Pero en el medio del LP, o vinilo como hay que decir ahora, Moris alza el puño y golpea.
Muchacho del taller y la oficina es una de las letras más notables de las tantas que tenemos. Es el primer tema de rock y de los poquísimos de cualquier género que le habla al laburante como tal y le avisa que
Muchos te usan
muchos te escupen
muchos te usarán
Por ejemplo, "tu ídolo, recostado en la pileta, que te regala la alegría de vivir" mientras el muchacho está "encerrado entre máquinas de hierro, arrojado ahora en tu cárcel de hollín". Y cuando el jefe lo está por llamar, después de tomarte un café en la obra social, le advierte que se mire en el espejo esa "cara de viejo, tan orgullosa, asustada de nada".
Y entonces la estrofa terrible:
Uno, dos, tres
En el asfalto de enero
Comprando churros de acero
Pero estoy viendo cómo las luces se apagan
Y nos aplasta la guerra
Estoy viendo campos de concentración forzada
Muchachos de 20 años sirviendo a la casta armada
El mismo año en que se estrena esto acababa de morir Perón, había asumido Isabelita y arrancaba la Triple A. En un par de años se abrían los primeros campos de concentración y en ocho los chicos de veinte años, sirviendo a la casta armada, se despertaban en las Malvinas. No extraña que otro de los temas de este disco con visiones se llame Te tocarán el timbre, con una letra ambigua que ganó significado cuando empezaron nomás a tocar el timbre de tantos.
Moris afloja un poco al final de su letra, y despliega la geografía que tiene en mente. Está en Hurlingham bajo la llovizna, esperando el tren que lo va a llevar a Luján. Y después
Estoy en José León Suárez
Hay volcadores y camiones Petinari
Mujeres rojas salen de los bares
Ferrocarriles transportando pueblos colgados
Sólo Manal, entre tantos jugos de lúcuma, le había arrimado a la geografía real con su casa con diez pinos, con el recorrido del 99 y un blues dedicado a Avellaneda. Moris planea sobre todo esto, como si fuera un letrista de la Era Dorada del tango.
Si se duda, si esto suena exagerado, hay que dejar el vinilo puesto y escuchar el siguiente tema, El mendigo del Dock Sud, que arranca un 15 de mayo de mucho sol, justo abajo del puente de hormigón y con el protagonista feliz.
El río de aceite
Parece contento
Como el Mar Negro de mis libros de historia
Yo conozco la historia del Dock Sud industrial
Yo fui obrero de la Shell
Y sigue con un
Yo soy el mendigo del Dock Sud, uoh-oh
Y conozco el fin del riachuelo
Ahí donde comienza el aceite estancado
De la civilización
Yo soy el mendigo del Dock Sud
Donde está la nafta y el petróleo
Ahí están los ríos llenos de basura
Volcándose hacia el mar
Nadie se había animado a bajar al doque, hablar de la Shell, de la basura y la contaminación, tema que ni remotamente se registraba en esos setenta. Es otra de las visiones de Moris.
Al año siguiente del disco, Birabent se fue a España. La cosa se había puesto más que pesada y violenta, con los artistas como blanco favorito. Con fama de progre y contestón, Moris estaba en más de una lista. Llegó a Madrid justo para el destape, en una escena musical marciana para un argentino: galas con trompetas, rock imitado en inglés, alguito de rock pesado -le decían "rock andaluz"- y una clara falta de rumbo. Moris mira, escucha y toca, y en 1977 la rompe con Fiebre de vivir, que lo pone en el centro conceptual de la movida.
Con fama europea, vuelve en 1980 y 1981 a llenar Obras, pero no se afinca de regreso hasta 1990. Sigue componiendo, grabando, trabajando con su hijo Antonio, músico y actor por la suya. En noviembre cumplió 81 años y su último disco lo grabó con 78 encima.
Pero lo que uno no se olvida más es de la primavera de 1974 en el Teatro Astral de la calle Corrientes, por entonces una sede primaria del rock argentino. Moris presenta Ciudad de guitarras callejeras con Beto Satragni en bajo y Ricardo Santillán en batería. El trío había ensayado apenas los temas del disco, con lo que el recital no llegaba a la hora redonda. El público no se iba y Moris, grave y apologético, explicó el problema: no tenían más temas. Se hizo un silencio y se escuchó una voz adolescente que gritaba, "empiecen de nuevo". Aplausos y zapateos.
Y Moris empezó de nuevo.