Darío Grandinetti se hace plenamente cargo de quién es y de lo que piensa. En su caso, el actor nunca parece desdoblarse del ciudadano, a excepción –claro está– de cuando se sube a un escenario o se mete en la piel de algún personaje en un rodaje: allí es capaz de asumir las más diversas identidades. Fuera del oficio, Grandinetti no puede callar lo que siente. O mejor dicho: necesita expresarlo. No especula. Ni siquiera cuando tiene que promocionar una película. O mucho menos cuando eso sucede, en realidad, teniendo en cuenta que Te esperaré, el film que el próximo jueves llega a la cartelera argentina, es un thriller ideológico-emocional que expone a través del vínculo padre-hijo la complejidad que encierra en los lazos afectivos la persecución de un ideal político. “Es un tiempo en el que es necesario reivindicar la ética”, subraya, en la entrevista con PáginaI12.
En Te esperaré se cuenta la lucha de un hombre atascado entre un pasado inconcluso, un presente que lo atemoriza y un futuro amenazado. En el film de Alberto Lecchi (ver recuadro), Grandinetti es Ariel Creu, un arquitecto argentino, casado con una psicóloga (Inés Estévez); comparten techo con el único hijo de la pareja, Federico (Juan Grandinetti). El padre de Ariel fue un revolucionario, que participó en la Guerra Civil Española “y en cuanta revolución hubo en el siglo XX”, a decir del protagonista. Su exilio en Argentina lo llevó a participar de la lucha armada de los años 70, muriendo en combate junto a su esposa cuando Ariel era un niño. Esa pérdida temprana de sus padres, que priorizaron sus ideales a su cuidado, nunca fue resuelta por Ariel. El espíritu transformador de su hijo adolescente, junto a la llegada de un escritor buscando información sobre la vida de aquél revolucionario, se combinan para que el pasado retome no solo como fantasma: también se materializa en la “mano de obra desocupada” que amenaza el bienestar familiar.
“El personaje que hago tiene un mambo con el padre, hay un resentimiento manifiesto ante ese revolucionario al que conoció poco, pero que está relacionado a resguardar la integridad de su hijo”, cuenta Grandinetti. “Creo que si el padre no moría, si la lucha armada se extendía, Ariel también hubiera agarrado los fierros, hubiese seguido el legado. Es una persona que está más cerca del padre de lo que expresa públicamente. El conflicto que le genera la relación con su padre no es más que un mecanismo de defensa”, analiza el protagonista del film, en el que Inés Estévez, Jorge Marrale, Hugo Arana, Juan Echanove y Ana Celentano completan el elenco.
–Ariel parece, en realidad, estar atrapado en la angustia de lo que pudo haber sido su vida junto a sus padres, pero que quedó trunca por el compromiso político que ellos asumieron. ¿La admiración por sus ideales choca con su orfandad?
–Ariel tenía una admiración tremenda por el padre. Es un tipo que tiene un quilombo con el que pudo vivir, pero que ahora le despierta temor por la vida de su hijo. Las heridas del pasado tienen ramificaciones enormes que nos persiguen toda la vida. No hay cicatrices cerradas. Hasta las que creemos superadas o selladas nos joden los días de humedad. Los humanos cargamos hasta nuestra muerte con heridas sin cerrar. Por eso creo que el conflicto verdadero de Ariel es su hijo, no su padre. Todas sus decisiones las toma para salvaguardar a su hijo. No tendría problemas en dar su vida con tal de que ese pasado oscuro que regresa y lo amenaza dejara en paz a su hijo. Es una persona preparada para matar y matarse. Hay algo revolucionario en su ADN, que probablemente no pudo nunca poner en práctica por la muerte temprana y en combate de sus padres.
–Aunque pareciera repudiar los sueños de cambiar el mundo, para él también la revolución es un “sueño eterno”.
–Hay una construcción ficcional que dialoga con nuestra historia. La revolución forma parte del imaginario argentino. Me gusta definirlo como un thriller ideológico, porque se puede plantear si la forma de agarrar el fierro es correcta o no, pero no se puede discutir el por qué. Tenía ganas de contar este tipo de historias, porque desde el cine se puede profundizar en los aspectos que hacen que alguien persiga los sueños de una revolución. Existe en cierta parte de la sociedad la idea de que quienes intentaron hacer una revolución en los setenta eran veinte “pendejos pelotudos” que un día estaban aburridos y empezaron a los tiros. En 1955, bombardearon a la Plaza de Mayo... No existen los hechos aislados, sin vinculación con el pasado. Una opción es tomar el camino de Gandhi, sentarte y que te caguen a palos. ¿Pero qué pasa cuando querés hacer política y te tiran bombas desde los aviones? ¿Cómo te preparás? Había que tener mucha convicción para a los veinte años andar por la calle con una pastillita de cianuro.
–Había que tener conciencia de que se daba la vida por un ideal.
–Y tener los huevos como una Catedral. ¡A los veinte años! Hoy vemos mucho pendejo comprometido pero en un momento en el que se puede hacer política. No sé... Y en el mejor de los casos: ni siquiera pensemos en los otros de veinte años que son unos salames y no saben ni atarse los cordones. ¿Por qué se alzaban en armas? ¿Porque querían hacerse los graciosos? ¿Porque querían tomar el poder para aumentarle la nafta a Shell? No.
–¿Cree que hay un debate pendiente sobre aquellos años?
–Sobre todo cuando se juega la vida por una idea. Si no se parte de esa base, es muy difícil discutir. Es como la discusión actual en torno a los debates de candidatos en Argentina. ¿Para qué vas a ir a debatir si te mintieron y niegan haber hecho lo que hicieron? ¿Cómo discutir cuando el otro interlocutor te dice que es mentira lo que uno demuestra que es verdad? Niegan hasta lo que dijeron y está grabado. ¡Porque ni siquiera son capaces de sostener lo que dijeron! ¿Cuáles son las convicciones del gobierno por las que ellos entenderían que alguien se pueda jugar la vida? Si ellos no se juegan nada ni tienen convicción alguna. Un día dicen una cosa y mañana otra. Para un sector de la sociedad, los que luchan por un ideal son marcianos.
–¿Le parece?
–Cuando uno ve lo que pasó con Santiago Maldonado y la comunidad Mapuche, lo que pareció un exabrupto del analista de sistema devenido en Ministro de Educación y senador electo, Esteban Bullrich, cuando dijo que están “comenzando una nueva conquista del desierto pero con los libros”, le faltó agregar “con los libros escritos por nosotros”. Y en ese “nosotros” incluyo a historiadores y ciudadanos de anhelos blancos y europeos.
–En un momento de la película, el escritor le advierte a Juan que tenga cuidado porque en democracia también hay desaparecidos. No se puede soslayar escuchar esa frase sin asociarla a la realidad argentina.
–El guión fue escrito antes de que sucediera lo de Maldonado. Sin embargo, la historia nos demuestra que hay poderes del pasado que están latentes, así como también hay resabios de la “mano de obra desocupada” de años oscuros. En España, por ejemplo, no se ha podido desenterrar ni siquiera una fosa común. Hay un blindaje, una decisión tomada por muchos (clase política, instituciones, iglesia) de que la verdad no emerja porque hay mucha mierda. El famoso pacto de la Moncloa. En Argentina estuvimos durante años diciendo que entre 1976 y 1983 vivimos bajo una “dictadura militar”. ¡No! Lo que tuvimos fue una “dictadura cívico-eclesiástica-militar”. Eso quedó al descubierto. Además, la idea económica no la tuvieron los militares. Los militares fueron la mano de obra para aplicar un modelo económico que se le había ocurrido a otros. Lo mismo pasa cuando ahora se quiere entregar el país a un sector de la sociedad. La protesta social se la reprime con las fuerzas públicas, preparadas para tal fin. No es tan difícil.
–¿Cree que muchas veces la política está al servicio del poder económico?
–No nos olvidemos que nuestro presidente actual llegó a inaugurar un monumento a Perón en campaña. Y fue votado. Las responsabilidades de los momentos democráticos son variados. Hay mucho medio idiotizador, hay mucha gente que repite como loro lo que escucha, hay poco argumento... El discurso de la “antipolítica” prendió mucho en la sociedad. Probablemente más de lo que nosotros creíamos. La campaña de demonización a todo lo que tenga que ver con el kirchnerismo fue feroz y útil a sus fines. Convirtieron al kirchnerismo en mala palabra.
–¿Creía, antes del cambio de gobierno, que se podía producir un cambio social tan acelerado?
–No, nunca creí que se iba a producir un retroceso tan acelerado. Eso es lo que más me duele. La destrucción de la conciencia política es lo que más me duele. Ese andamiaje político fue tirado al diablo por un proceso de demonización, fanatismo y odio. No me imaginé que iba a ser tan brutal y tan rápido.
–Que haya ocurrido, ¿habla más de una sociedad a la que le falta maduración, a un proceso político que no transformó todo lo que se suponía a la avanzada gubernamental en los últimos dos años?
–No sé. Pero no hay que limitar la mirada a nuestra sociedad. Pasa en el mundo. En Alemania, el nuevo partido nazi sacó un buen caudal de votos y llegó al Parlamento. ¿A dónde vamos a parar? El mundo está horrible. Hay líderes feos en todos lados. La expresión de que hay cosas que “solo pasan en Argentina” es anacrónica. Está Trump en Estados Unidos, Temer en Brasil, Rajoy en España, Peña Nieto en México... El mundo está dirigido por mamarrachos que ni hablar saben.
–¿Hay quienes dicen que se trata de una “nueva derecha democrática”?
–La derecha no es democrática. La derecha lo primero que hace es vengarse y eliminar al que creen enemigo. A partir de ahí, la democracia no es posible. ¿Qué democracia es esta en la que echan periodistas críticos, en la que casi no hay voces opositoras? Se dan el lujo, además, de decir que ellos no persiguen a nadie por cómo piensan. Mientras, dicen que las gerencias de Radio Nacional son cargos políticos y por eso ponen a su propia gente, pero argumentan que a los que echan no lo hacen por causas ideológicas. ¿Cómo es? Si a (Hernán) Lombardi le preguntás si es vegano o come asado, te responde: “las dos cosas: soy vegano y los domingos como unas parrilladas tremendas”.
–La concentración mediática, dice la Comisión Interamericana de Derechos humanos, atenta contra la libertad de expresión.
–Todo lo que pasa es producto de que vino un tuerto del Sur y señaló a la luz pública a los mentirosos. Cuando eso mismo lo habían ducho Alfonsín o Pugliese, no les dimos pelota. Chacho Jarolavsky ya había dicho: “Te atacan como un partido político y después se defienden con la libertad de expresión”. Lo dijeron hace tiempo y no les dimos pelota. Pasó que a Kirchner hubo un montón de gente que le prestó atención y empezamos a ver que tenía razón. Pero el poder mediático siempre actuó así. También es verdad que antes eran solo empresas periodísticas. Ahora, el diario es el arma con el que te amenazan, pero ellos la guita la hacen con otros negocios. Se han vuelto más peligrosos porque ahora son empresas que están en todos lados.
–Hay una mirada optimista en la película sobre la idea de ser leal a las convicciones. Esa idea de que uno lucha con el sueño de ganar pero fundamentalmente para que “el reloj de la historia siga andando”. ¿Cómo conjuga esa idea con este momento histórico del país?
–Uno está todo el tiempo tentado a bajar la guardia. Sobre todo cuando suceden hechos tan brutales, cuando cuesta imaginar cuál sería el mejor escenario inmediato posible. Ya lo dijo Eduardo Galeano: la utopía sirve para caminar. No se llega nunca al horizonte, pero hay que seguir caminando. En el fondo, además, yo creo que somos más los buenos. En todo caso, ellos están mejor organizados. Pero es necesario que en esta época haya una reivindicación de la ética.