“La inflación transmuta convicciones revolucionarias en adhesiones reaccionarias. Desestabiliza gobiernos, castiga a candidatos y puede encumbrar a anodinos políticos como grandes salvadores”. Las palabras del exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, tienen un poder de resumen asombroso para pensar la situación de la Argentina.
En una de sus últimas columnas de opinión titulada El monstruo de la inflación ofrece un compendio de ideas imperdibles para reflexionar sobre el proceso de ajuste brutal que atraviesa la sociedad argentina en los últimos meses, la paciencia momentánea de una porción importante de la población y los posibles desenlaces de esta crisis.
Una de las preguntas del millón en la Argentina de los últimos tres meses es cómo es posible que una gran parte de la sociedad (principalmente la que recibe ingresos fijos) acepte una perdida exagerada de ingresos en un clima de reacción social tan moderado. Linera sin hacer referencia directa a la actualidad del país ofrece una pista clara.
Principalmente, plantea que la inflación elevada (de dos o tres dígitos como la que tuvo la Argentina en los últimos años) desgasta las certezas y los relatos que necesitan los humanos para organizarse y poder construir con una mirada de futuro. Frente a esta situación, se vuelven permeables los discursos de salvación individual y los cuentos de políticas de shock que permitan regresar cuanto antes a una situación de estabilidad.
Este razonamiento de Linera considera que el dinero es un vínculo social por excelencia. “Diariamente lúbrica las múltiples actividades de todas las personas. Sostiene su cotidianidad y su horizonte predictivo imaginado. Pero la inflación destruye todo eso. La inflación mutila la previsión del destino familiar. La inflación carcome sus vínculos vecinales o sindicales. La inflación dinamita su capacidad de prever mínimamente el porvenir”, menciona.
Por esto, menciona que la inflación elevada predispone a las personas a una búsqueda desesperada de nuevos referentes discursivos que le ayuden a recuperar la certidumbre. “Al diluirse el orden más o menos previsible del mundo y al carcomerse todos los vínculos personales mediados por el dinero, las personas sufren un colapso cognitivo, una pérdida de las narrativas que daban hasta entonces sentido al curso de sociedad y su destino”.
Linera agrega que “inicialmente habrá una predisposición a salvatajes individuales. Pero también habrá una disponibilidad a salidas abruptas, de shock que permitan regresar lo más pronto posible a recuperar la certidumbre frente al porvenir, sin importar el costo para ello”. Plantea que las inflaciones elevadas, junto con las guerras, los cataclismos naturales, las pandemias y las revoluciones son de los pocos acontecimientos que conmocionan desde sus cimientos a la totalidad de las sociedades. La diferencia de la inflación es que es el único acontecimiento que incentiva respuestas individuales.
Con todo esto, es posible encontrar una lectura de por qué la sociedad argentina parece tan dispuesta en estos últimos tres meses a tolerar un ajuste distópico sobre sus ingresos, que lleva el poder de compra de los sectores más vulnerables de la población a niveles de ultratumba. El resumen que hace Linera es tan claro que vale la pena ponerlo en sus propias palabras.
“En política no hay que subestimar la capacidad de aguante a castigos sociales que tiene la población, con tal que ello redima el horror de la inflación. Y peor si las voces políticas alternas que pueden alumbrar otros cursos de acción posible solo atinan a mantener las condiciones de las viejas angustias a las cuales la gente quiere escapar a cualquier costo”. Sin embargo, deja claro que las sociedades no están dispuestas por siempre al sufrimiento, por más que se invoque a las sagradas escrituras. “No debe menospreciarse la frontera del hartazgo colectivo a los sacrificios, más aún cuando el provenir conservador y monetarista que se ofrece es un fósil económico que carece de porvenir factible en el mundo”.