Esta semana circularon profusamente por las redes los 11 principios de la propaganda de Josef Goebbels. Ya habían hecho su regreso en tiempos de Macri. Por aquel entonces, Durán Barba había dicho que Hitler era “un genio”, pero al consultor el que le dio de comer fue Goebbels y su fórmula.
No obstante, en 2016, ser nazi tenía costo social. Era otro país, y los derechos ganados en un modelo de país igualador y vanguardia en derechos humanos estaba muy fresca. Hablamos de derechos humanos tal como se entienden en todo el mundo. En 2016 no cayó bien en el establishment político y mediático aquel elogio a Hitler. Era “demasiado”. El mundo y esta sociedad en particular gozaban todavía de los anticuerpos históricos, que la pandemia y todo lo que sucedió después deshizo. Ya no hay anticuerpos, Hay, más bien, estímulos y estimuladores.
Todo se alteró entre la llegada de Macri al poder y hoy, que Milei entre otras cosas parece el inconsciente de Macri.
Vuelven a circular como explicativos los 11 principios de Goebbels, pegándonos el latigazo de reconocer paso a paso lo que se ha puesto en marcha hace veinte años y hoy supura. Regímenes como el que asoma en la Argentina, ya muy lejos del Estado de Derecho, en una retirada consentida de los valores que nos hicieron Nación. Nadie votó la desintegración, pero a esta altura seguimos sin saber qué se votó.
El movimiento disolvente al que Milei desde que asumió quiere empujar a los gobernadores, ese convite a asistir a su monólogo, corre paralelo a una concepción goebbelsiana en términos de estrategias de manipulación masiva para generar un clima de guerra interno contra un enemigo generado artificialmente. La extorsión es material y simbólica: si no firman, serán narrativamente los responsables del inevitable fracaso de Milei. La psicopateada perfecta para un chico de primaria.
Esos 11 principios, ahora, en perspectiva, con las nuevas herramientas tecnológicas disponibles y el estado del mundo en una etapa renazificada pero con objetivos muy diferentes a los de los regímenes totalitarios del siglo XX, son algo más. Son un manual al que es más que obvio que se ha recurrido en los tanques de pensamiento de la ultraderecha, y cuyo funcionamiento uno puede comprobar cualquier día y sobre cualquier tema, en boca de miles de comunicadores, dirigentes políticos, activistas o personas comunes. Los apretamos mucho para enumerarlos, así sabemos de qué estamos hablando:
Principio 1, de simplificación y de enemigo único: adoptar una única idea, un único símbolo, individualizar a un enemigo único; principio 2, del método de contagio: reunir a muchos enemigos en un enemigo único; principio 3, de la trasposición: cargar sobre el enemigo los propios errores o defectos; principio 4, de la exageración y desfiguración: convertir cualquier anécdota en una amenaza grave; principio 5, de vulgarización: la propaganda debe ser popular, partir del nivel menos inteligente de sus destinatarios; principio 6, de orquestación: propaganda de pocas ideas que se repetirán mucho; principio 7, de renovación: emitir constantemente información y argumentos a un ritmo que cuando el enemigo esté contestando a uno, el público ya esté interesado en otra cosa; principio 8, de verosimilitud: construir argumentos a través de los llamados globos sondas o informaciones fragmentarias; principio 9, de silenciamiento: acallar los temas en los que no se tiene argumentos y disimular las noticias que favorecen al enemigo; principio 10, de transfusión: la propaganda siempre parte de algo preexistente ya instalado, odios o prejuicios tradicionales; principio 11, de unanimidad: convencer a mucha gente de que “piensa como todo el mundo”.
Un párrafo largo, pero vale la pena. No todo se puede comprimir, no todo se puede mandar a un link. El listado produce escalofríos porque reconocemos muchas de las cosas que venimos padeciendo desde hace veinte años y que nos han arrastrado hasta este disparate trágico. Veinte años tienen muchos pibes que lo votaron.
Para esta región, el imperio se vale hasta del prototipo del realismo mágico: las explicaciones sobre la realidad en estos lugares siempre ha exhibido un plus distorsionado para dar cuenta, precisamente, de la distorsión del poder, de su inmovilidad.
El único cambio que vale la pena y que expresa la necesidad latinoamericana de los de abajo es que el poder cambie de caras y de nombres, pero sobre todo de beneficiarios. Lo que decía Milei y no hizo. Su farsa. El único cambio que vale la pena es el que va hacia un escenario en el que haya muchas más legisladoras como Natalia Zaracho, luchadores, aspirantes al poder popular, en condiciones de igualdad con representantes de otros sectores. Mondino, Lula tampoco terminó el secundario.
Lo demás es propaganda iletrada y repetitiva ofrecida a cobayos sin defensas. Y todos somos cobayos sin defensas cuando no entendemos el mundo en el vivimos, ni el mundo en el que viven los otros.