Y sí, se nos viene una jodida. A los pobres, las clases medias, y también a la industria del cine. Pero éste es un texto optimista. Todos los que nos acusan de ladrones, nos gritan que pongamos nuestros talentos al servicio del mercado o nos extingamos, nos desprecian con que hacemos películas que no tienen ningún valor, nos están confirmando lo contrario. Con el crecimiento de la expresión de su ira cruel nos señalan que lo que hacemos tiene una importancia diría que capital. Porque esta gente vino a romper, en lo posible para siempre, una manera de estar en el mundo. Luchan contra los “subsidiados” y quieren un país subsidiario. Lo que siempre se llamó una colonia. Y para eso necesitan destruir lo que nos mantiene orbitando sobre nuestro propio eje. La industria. El trabajo. La moneda. La educación. La cultura. Las películas. El presidente del INCAA dijo: “Si no fuera imposible por ley, al INCAA ya lo hubiéramos cerrado”. “Vamos a privatizar la Enerc”. “Nos vamos a deshacer del Gaumont”. “No vamos a financiar festivales”. “Vamos a despedir muchísima gente”.
No quieren optimizar, necesitan que desaparezca toda aquella cinematografía que no se abalance sobre las tetas del mercado. Y que desaparezca todo aquello que pueda colaborar con que esas películas disidentes del nuevo dios se multipliquen y crezcan. Dicen que no quiere zurdos ni kirchneristas cerca. Dicen que no van a financiar películas que rocen temas políticos. Y para ejercer esa censura van decidir a dedo a quienes seleccionarán los proyectos que alguna vez puedan llegar a tener un eventual apoyo, por mísero que sea. No quieren mecanismos democráticos.
Decidieron que los cineastas somos enemigos, un escollo que hace falta erradicar. Tanto odio por nuestras películas, esas “que no ve nadie” (pero circulan por los más importantes festivales del mundo), sugiere que les dificultan el trabajo de aniquilar una nación que, con sus miles de problemas, no se rindió, y sigue intentando sostener valores comunitarios, de solidaridad, justicia social, independencia económica, soberanía cultural, una sociedad que encuentre en la manufactura no solo una herramienta de crecimiento empresario, sino un medio de relacionar capital y trabajo que no excluya de la ecuación a los trabajadores.
Nos están diciendo a los gritos que somos tan importantes como las universidades, los medios públicos. Productores de un valioso capital simbólico. Nos tienen que destruir para terminar de vender la patria, para que se extreme cada vez más la concentración económica. Por eso no quería dejar de señalar que los que laburamos en el cine, muchos de los cuales somos unos pobres neuróticos que dudamos todo el tiempo del sentido de nuestro trabajo, debemos encontrar en estas salvajadas una confirmación de nuestro valor. Hay que filmar, sirve, hay que juntarse, desarrollar planes de lucha, hacer asambleas, seguir filmando, salir a la calle. Porque esta gente de mierda se va a ir, y nuestras películas que no ve nadie quedarán para siempre, y van a servir no solo para la resistencia, sino también para la reconstrucción.
* Director.