A través de chistes, poemas, diálogos y acertijos, el escritor y músico Luis Pescetti propone en El chiste de leer, su último libro, que los niños y las niñas abracen el proceso de la lectoescritura junto a la familia con una serie de estrategias para que la instancia esté más vinculada al juego y al placer que a la presión y la ansiedad: «El miedo al error nos encierra, nos quita soltura y nos aleja del conocimiento».
«El chiste de leer», que no tiene páginas numeradas y está repleto de dibujos, aire y tipografías que invitan a distintas entradas de lectura, propone en el inicio una enumeración de «Derechos de los niños que aprenden»: «Derecho a que les leamos, derecho a no ser apurado, ni empujado a avanzar. Derecho a no encajar en una norma. Derecho a que los acompañemos. Derecho a que les mostremos que nos gusta compartir este libro con ellos».
Movilizado por las dificultades que en encierro pandémico sembró en el aprendizaje de la lectoescritura y que, de alguna forma, condicionó los procesos de escolarización de los años posteriores, Pescetti decidió que quería abordar la lectoescritura desde su enfoque lúdico.
Para eso, habló con la investigadora Beatriz Diuk, que creó el programa Dale, de aprendizaje para lectoescritura, con la investigadora y especialista en lectoescritura Ana Casiva de la Fundación Varkey y leyó varios programas curriculares y los manuales de las editoriales para chicos de primer grado para empaparse del tema. También consultó con fonoaudiólogas, como Belén Diehl, y aportó, además, su experiencia como artista y como papá de Vicente y Santiago, a quienes está dedicado el libro.
"Los papás iluminamos el mundo con nuestras ganas, nuestros niños miran hacia dónde apuntamos con nuestro deseo. Pónganle carteles escritos a mano, etiquetas y nombres a lo que aman, a sus objetos cotidianos. Enseñen con lo que sea su oficio: nuestros chicos están sumergidos en ese mismo mundo. No quieren salir del agua para estudiar el océano", propone, al final, a los adultos que acompañen el proceso.
"Hice el libro pensando en las familias, como los shows. Suelo recibir comentarios del tipo `no sabés la alegría de ver a mi marido jugando con mi hijo´ o `gracias por las horas de juego compartido´. Ese es, entonces, el lugar en el que me puse para imaginar estas páginas. Para sorpresa mía, lo toman chicos que tienen ocho u once y, aunque ya leen y escriben, lo encuentran divertido. La propuesta es amplia», cuenta.
Pescetti, que recibió el prestigioso premio infantil The White Ravens -que todos los años entrega la Biblioteca Internacional de Münich- en 1998, 2001 y 2005, además de varios premios Gardel, el Grammy Latino al Mejor Álbum de música para niños en 2010, el Gran Premio ALIJA, el Konex y el Premio Casa de las Américas, se valió de chistes, acertijos y dibujos para captar a los pequeños lectores con entusiasmo y ganas.
–¿Cuál fue la fuente del material de la que se nutrió el libro?
–Todos los chistes que están fueron probados en escena en mis shows. Y la selección formó parte del disco La Mona Risa de los niños que surgió como una serie de audios que le mandaba a una mamá amiga para hacerla reír durante un tratamiento médico largo, a ella y a sus hijos. Entonces, este libro tiene como primera semilla esos audios para esta familia querida. Cuando tuve todo ese material de chistes junto -son como dos horas y media así que se puede llegar a Rosario- me puse a escribir el libro. Durante ese tiempo, encontré el proyecto de alfabetización del Conicet que lidera la investigadora Beatriz Diuk y me puse a aprender. Me puse en contacto con los curriculum de la Ciudad de Buenos Aires y de la provincia de Buenos Aires y, recién después, me puse en contacto con los libros de lectoescritura disponibles. Y descubrí que los chicos de seis o siete años, que recién están empezando con el proceso de lectoescritura, tal vez tienen hermanos y en la televisión ven series para chicos de diez u once y les gustan y se enganchan. Ven narrativas muy complejas en streaming pero, a la hora de aprender a leer, tienen que hacerlo con ejercicios de un niño gordito, amigo de un gatito, que van a una casita…Es como aprender a andar en bicicleta con una bici fija en el baño de una casa. Como lo mío es el humor, arranqué por ahí. Pero un papá contador público o un papá carpintero podría también repensar la cuestión desde su saber hacer. Los chicos se suelen enganchar con las cosas que les generan placer a los padres porque se genera una dinámica de actividad compartida. El libro vuelca los núcleos de palabras y los trucos de lectoescritura que recomiendan desde la pedagogía pero muy enmascarados con chistes y juegos, es todo implícito.
–El libro trabaja la ansiedad de los padres tanto como los conocimientos que pueden ir adquiriendo los chicos…
–¡Sí! Yo, en esa instancia, fui un papá muy ansioso. Así que el libro, en el futuro, será como un pedido de disculpas.
–¿Qué te daba ansiedad?
–Y, una cosa es alquilar un departamento y otra cosa es comprar el primer departamento. Se despiertan emociones distintas. Me daba ansiedad cuando no tenía ganas, cuando se equivocaba, cuando yo creía que no le ponía ganas…Y para colmo, no tenía ganas de leer con el material disponible. Como todo papá, salí a defender mis intereses y lo convertí en libro.
–El libro tiene mucho llamado a la acción. Leer y escribir pareciera estar muy vinculado a un hacer: dibujar, imaginar, cantar, firmar o actuar. ¿Por qué elegiste ese enfoque?
–Leer cansa. Por eso pensé que tenía que haber pausas y un lugar para quejarse. Es como el primer día de trabajo de un novato: llega un momento en que necesitás tirar la toalla porque estás agotado. Hay, de una manera muy teatral, una propuesta para reconocer el cansancio. El "Destroza tu diario" me parecía bueno pero, con la inspiración de la escuela pública, no me da para romper libros. Entonces, la invitación es a destruir páginas.
–¿Qué marcas crees que dejó la pandemia en el aprendizaje de la lectoescritura?
–Para los niños las pantallas pueden ser El Aleph, el problema es el flujo de los relatos. La pantalla es el soporte y no debe ser demonizada. Pero el desafío es cómo controlar el acceso que tienen al flujo de las narraciones. Saltear, fowardear, adelantar, acelerar, cambiar de uno a otro generan un contrato muy distinto al de la lectoescritura donde al niño no lo tenemos «agarrado». Es como si yo hiciera un show en una serie de shows, me impondría un ritmo bravo. Todo esto influye en la paciencia que puede tener al momento de practicar las letras, o para bancarse una descripción larga o la necesidad de ir al grano en una explicación compleja.
–Aprender a escribir y a leer nos deja expuestos a la equivocación. ¿Cómo hacer para que eso no termine en frustración?
–Sin error no hay creatividad. Con más margen de error uno se anima a probar cosas distintas y, además, es una forma de transmitir confianza y seguridad. El miedo al error nos encierra, nos quita soltura y nos aleja del conocimiento que efectivamente tenemos. Por eso es tan necesario atravesar ese miedo para tramitarlo.