Todos necesitamos un lugar a donde escapar. O un lugar a donde volver. Un espacio otro que sirva como una pequeña fuga de la rutina, de la vida cotidiana que aplasta, del asfalto caliente del verano, del olor a pis viejo que se concentra en algunas calles de Buenos Aires, de las obligaciones, las presiones, los consumos, la violencia, las tensiones, el ruido, el asco, las trompadas, los robos, la cerveza tibia, el trabajo, el ruido del bondi, el subte en hora pico, la basura que se acumla en las veredas. Siempre hay que tener un lugar a donde escaparse y quizás, para la artista Gal Vukusich, ese espacio sea Santa María de Punilla, la localidad ubicada en las Sierras de Córdoba, el pueblo que sirvió como punta del hilo del cual tiró para crear Villa Pampi, su exhibición más reciente, que puede visitarse en la galería Piedras hasta el mes de abril.

A través de diferentes formatos –dibujos hechos con alambres de aluminio de distintos colores, cadenas con chucherías y mostacillas que cuelgan del techo, esculturas de leña y otras de piedra y madera–, Vukusich registra cada rincón de ese pueblo cordobés. La forma en la que lo hace pone el foco en algunas características de la localidad: sus cruces, sus iglesias, su río, sus flores, su cielo estrellado, los perros que se pasean sueltos por los patios. No es una mirada totalizadora la de esta artista, sino más bien pequeña, que solo trata de plasmar en este conjunto de obras eso que tiene alrededor suyo. Un mundo íntimo construido por la naturaleza del paisaje y los chicos que fuman porro en la orilla del Cosquín, abajo de un árbol.

En Villa Pampi hay una casa familiar, hay devoción religiosa y hay un mundo de de ferias de artesanos, que se mezclan con la cultura del rock y el aguante, la naturaleza agreste y las sombras de las cruces de los cementerios. Estos son alguno de los elementos que aparecen en esta muestra. Vukusich hilvana con sus hilos de aluminio todos los ecosistemas que viven en esa localidad. Los junta, los resignifica y los transforma en obras que tienen la levedad de un juego de niños y la oscuridad que arrastran las tragedias y la muerte.

HILOS DE METAL

Santa María de Punilla empezó a tomar relevancia cuando Manuel Puig y Leopoldo Torre Nilsson estrenaron la adaptación al cine de Boquitas pintadas, la novela que el escritor había publicado años antes en un formato de folletín de 16 entregas. El motivo por el cual se rodaron escenas de la película en esa localidad cordobesa, fue que allí estaba el hospital en el que se trataban los pacientes con tuberculosis, enfermedad que padece el protagonista de la novela de Puig. A ese sanatorio acudieron cientos de pacientes cuando la tuberculosis hacía estragos en los cuerpos de las personas ya que se suponía que el aire puro de las sierras de Córdoba ayudaba a transitar y curar esta infección. Todo esto se transformó en un recuerdo cuando se volvió masiva la aplicación de la BCG, la vacuna que previene esta enfermedad. Actualmente, el Hospital Santa María de Punilla es un edificio abandonado, un recuerdo de la degradación de los cuerpos.

Muchas familias construían casas en ese lugar, para que sus parientes enfermos pudieran ir a respirar ese aire limpio. También para que pueda visitar este hospital, construído en 1900 como una “estación clim​​atérica” pura y exclusivamente para los pacientes con tuberculosis. Entre las personas que hicieron casas para familiares con esa infección, estaba el abuelo de Gal Vukusich, que se encargó de levantar una casa –a la cual llamó Villa Pampi– en la que pudiera instalarse su hermana. Sin embargo, la enfermedad fue más veloz que la generosidad y la mujer, Pampi, falleció antes de que pudiera siquiera intentar mejorarse con el aire de las sierras de Córdoba.

Con el correr de los años –y ya con la tuberculosis fuera del mapa–, Villa Pampi se transformó, sobre todo, en una casa de veraneo para la familia de Vukusich y, para la artista, en el escenario ideal para crear obras. Lo que se ve en su exhibición son los alrededores de esa casa, lo que sus ojos recorren cuando se habita ese espacio. En este sentido, las obras que Vukusich presenta en la galería Piedras tienen un fuerte componente íntimo, pero no por la historia familiar que atraviesa esta producción –de esto casi no hay rastro–, sino por el punto de vista desde el cual la artista crea sus imágenes: solo mira lo que tiene cerca, lo que hay alrededor, lo que la ventana de una casa familiar le deja ver.

Los materiales que usa Vukusich también son los que están alrededor de la casa. Para los dibujos, la artista usó distintos ¿hilos? de aluminio de colores. Las formas creadas con este metal se apoyan sobre bastidores de madera recubiertos de seda negra. De esta manera, el mundo de la feria de artesanos se cuela en la escena del arte contemporáneo. Vukusich hace ingresar al cubo blanco a la artesanía, pero no a cualquiera, sino la de los feriantes que habitan destinos turísticos, los que cubren tablones con esa misma seda negra y crean joyas con ese mismo aluminio.

Los dibujos metálicos de esta artista tienen una liviandad y un brillo que transforman los paisajes de Santa María de Punilla en instantáneas que resignifican hasta los lugares que podrían parecer sombríos. En una de las obras se ve un cementerio, pegado a una iglesia, pero el brillo del aluminio le saca el protagonismo a la muerte: lo que importa no es el color negro del fondo, de la tela, sino aquellos colores que aportan las cadenitas y las mostacillas que le dan origen a las figuras que habitan en ese dibujo. Vukusich le escapa a la tristeza de la tragedia, de la pérdida, al final común que compartimos todas las personas. Y para ejecutar su huída de ese laberinto sigue estos hilos metálicos coloridos.

Villa Pampi también incluye un grupo de pequeñas esculturas. Unas están hechas con pedazos de leña –tienen forma de lobo y fueron mostradas en una exhibición anterior de la artista– y otras con piedras y ramas, levemente intervenidas. Con estas piezas Vukusich incluye en su muestra ese escenario natural que ofrece la localidad cordobesa. Si con los dibujos ella suma al paisaje un brillo industrial –de la mano del aluminio–, con estas pequeñas esculturas la artista hace parte de su obra a lo agreste. Le roba a la naturaleza unas pequeñas piecitas para que su trabajo se vuelva algo orgánico, vivo.

PARTE DE LA RELIGIÓN

¿A qué dios le reza Gal Vukusich? ¿Cuál es su Dios, con mayúscula? ¿Qué dicen sus plegarias cuando mira para el cielo? ¿De quién está esperando un milagro? ¿Quién quiere que la ampare desde el más allá? ¿Cuál es su ángel de la guarda? Villa Pampi es, de alguna manera, una exhibición con un componente religioso bastante intenso y pregnante. En las obras se hace presente la imagen de la virgen que le da nombre a esta ciudad, de diferentes Iglesias y cruces.

Todos estos guiños al catolicismo que tiene este lugar son recogidos por Vukusich. La imagen de Santa María se presenta en los dibujos de aluminio. También los crucifijos y la iglesia del pueblo. Para la artista, no hay escenario sin religión, sin creencia. Sin embargo, la estética de las obras travisten la rigidez católica y la transforman en una cosa estridente, más cercana a un altar de alguna santa popular –como podría ser Gilda– que al de una virgen consagrada. Vukusich contempla la fe, pero la traiciona en la medida que la convierte en color, en un brillo pop.

Además, siguiendo en la línea de la traición, hay algunas imágenes que refieren a prácticas relativamente religiosas y relativamente paganas: en esta muestra aparece la cultura del aguante –materializada en el logo de los Rolling Stones, esa lengua que ha dado vueltas el mundo durante décadas y que se ve en las obras de la artista–, acaso uno de los actos de fe más intensos de las últimas décadas. Hasta las pequeñas esculturas de piedra pueden funcionar como tótems que habitan pequeños altares precarios, alejados de la grandeza eclecial.

Esta localidad cordobesa es, durante el verano, el escenario donde sucede el festival Cosquín Rock. Ese mundo se escurre entre las cruces y las vírgenes. La cultura del aguante, con sus hojas de marihuana hechas con alambre y sus lenguas rojas rolingas emergen en medio de esta fantasía donde se mezcla la fe, la tuberculosis y una casa familiar de veraneo. Todas las creencias se juntan alrededor de la obra de Vukusich y es su mirada del contexto en el que se mueve lo genera estas relaciones. Es la manera en la que los ojos de Gal se desplazan por Santa María de Punilla lo que determina qué entra y qué queda afuera de las obras que se exhiben en Villa Pampi.

Recorrer la muestra de Gal Vukusich es recorrer una especie de álbum familiar que retrata unas vacaciones. Las imágenes que aparecen en Villa Pampi son las que la artista decidió atesorar para sí misma y también para compartir con otros. Es un mundo íntimo, sí, pero que nunca queda exhibido del todo. Estas obras no cuentan las historias familiares de la artista, ni tampoco las que llenan de alegría y angustia esa casa de verano –las imágenes en general no cuentan historias, para eso están las palabras–. Villa Pampi es un mapa para recorrer esta geografía que la artista habita con soltura. Para que todos puedan andar por esas sierras con la misma naturalidad que ella. Para que todos puedan conocer su universo, aunque Vukusich se esfuerce por esconderlo.

Villa Pampi, en la galería Piedras

Villa Pampi puede visitarse hasta el 14 de abril, en la galería Piedras, Perú 1065. De miércoles a sábado, de 15 a 20. Gratis.