Portada de Wall of Eyes, el nuevo disco de The Smile

La grieta es Tik Tok. Para el lanzamiento del nuevo disco de The Smile, el director Paul Thomas Anderson montó una suerte de performance: citó a unos treinta o cuarenta niños de la Newington Green Primary School de Londres en la sala de actos del establecimiento. Sin la supervisión de los docentes, se acomodan y siguen conversando sin parar. De pronto, Thom Yorke toca la primera nota y la banda encara “Friend of a Friend” con el mismo compromiso o incluso aún más que si estuviera en el Carnegie Hall. Los niños primero cruzan miradas. Después, casi al instante, se aburren. Pelean entre ellos. Se sacan los mocos. El efecto no tiene nada de comedia: es conmovedor a mil escalas pero no dan ganas de reírse. Promediando el tema, Yorke sale bruscamente del trance. “Todo ese dinero, ¿adónde fue a parar?”, se pregunta. De pronto, los niños entienden. Los músicos entienden. Nosotros, que recién escuchamos un discurso de Caputo, también entendemos. “Al bolsillo de alguien”, responde. “Un amigo de un amigo”. Ni ganas de aplaudir.

Según se mire, la historia de The Smile es corta o es larga. La versión más extensa comienza en el lejano 2009, cuando Jonny Greenwood casi tira la toalla. A pesar de su feroz auto-conciencia, Radiohead se había convertido en un elefante de cristal demasiado grande para poner una pata atrás de la otra. El guitarrista venía de correr sus límites con la banda sonora de There Will Be Blood y, todo parece indicar, la experiencia le había otorgado un nuevo sentido de la libertad. Vamos, reclamaba, ¡necesitamos algunas notas equivocadas! No todos estaban dispuestos a tocarlas.

Un par de años después, grabando para la película The Master, Greenwood conoció a un baterista londinense con una formación imposible: de Napalm Death a John Zorn, pasando por el grunge y todo el descalabro conceptual de los Residents. Era Tom Skinner. Así, mientras Radiohead se lanzaba de cabeza en el larguísimo proceso de A Moon Shaped Pool (2016) y la revisión de su propio archivo, ambos sellaron una alianza en el exilio. Para cuando llegó la pandemia, Greenwood tenía miles de riffs en la cabeza. Si bajo ninguna circunstancia iba a esperar a que terminara la cuarentena, menos que menos iba a sentarse hasta que Ed O’Brien terminara su disco solista.

¿Habrán armado un grupo de whatsap? Salteando todo el bureau administrativo de Radiohead, Greenwood convocó a Yorke y al productor Nigel Godrich. “No teníamos mucho tiempo, pero sólo queríamos terminar algunas canciones juntos”, dice el guitarrista. “Fue un proceso muy de arrancar y parar, pero se sintió como una forma muy feliz de hacer música”. Llegado un punto, tomaron su nombre de un poema de Ted Hughes y comenzaron a ensayar con todo el protocolo vigente. Finalmente, en mayo de 2021, hicieron su debut oficial como parte de la grilla virtual de Glastonbury: canciones brumosas sobre la muerte de la televisión y gente que escucha voces frente a un público compuesto por cero personas. ¿Alguien dijo apocalíptico?

Con el envión de A Light for Attracting Attention (2022), el trío salió de gira por Estados Unidos y cubrió buena parte de Europa. Sumó al saxofonista Robert Stillman para algunos tramos de su show, expandió los alcances de su tour hasta México y fue incorporando canciones nuevas en el repertorio. La gimnasia les dio músculo. Bromas internas. Espacio para jugar adentro de toda esa música. Para cuando publicaron su concierto en el Montreux Jazz Festival, quedó clarísimo que The Smile era una banda por derecho propio. Ahora, si se les daba la gana, podían ser parecidos a Radiohead.

La punta del ovillo fue “Bending Hectic”: una especie de suite donde Greenwood juega en el límite de la tonalidad y Yorke murmulla como si se estuviera durmiendo al volante. Poco a poco, a medida que ingresan las cuerdas de la London Contemporary Orchestra, se revela la matriz de su violencia. El protagonista se desbarranca en la ladera de una montaña italiana (¿el Monte Pellegrino? ¿el Gran Paradiso?) y, después de un crescendo orquestal, la canción se parte en dos. Como el auto. Como un árbol alcanzado por el rayo. ¿Alguien dijo “A day in the life”?

“Grabamos este segundo disco en Abbey Road, pero precisamente por eso tratamos de no meternos con el influjo de los Beatles”, renegó Yorke. “El hecho de meter un barrido de afinación en la mitad de 'Bending Hectic' fue simplemente porque queríamos que eso sucediera, no porque quisiéramos imitarlos. Eso es lo extraño de Abbey Road: es el mejor estudio de Londres, pero tiene ese elemento turístico en el que la gente entra sólo para decir que estuvo ahí. Para tipos como nosotros, que venimos trabajando ahí desde los años noventa, es un poco deprimente. Sobre todo, porque es un lugar fantástico”.

Wall of eyes, el flamante disco de The Smile, también es un lugar fantástico. En todos los sentidos de la palabra. Si el debut había sido una suerte de explosión (kraut, avant-jazz, prog, noise), ahora la banda delimitó La Zona de su exploración. No para investigar menos, sino para investigar más hondo. En lugar de pasarse de un instrumento al otro, Yorke parece haberse aferrado al bajo y Stillman ya es casi un integrante más. La orquesta interviene aquí o allá y, como si no fuera lo suficientemente progresivo, hay algunos arreglos de flauta.

Consultados por sus últimas obsesiones, Yorke y Greenwood coincidieron alrededor de Tehillim: la composición de inspiración sálmica que Steve Reich escribió a comienzos de los ‘80. Sin embargo, ambos encontraron buena parte del combustible por fuera de la música. “Benjamín Labatut... acabo de terminar su nuevo libro: Maniac”, dijo Yorke. “Es excelente. Ni siquiera puedo empezar a describir sus libros, aparte de que han sido una gran influencia en las pinturas que hacemos. No puedo explicar por qué”.

Esta pintura no es el muro de Waters. No sólo porque no está construido con ladrillos, sino porque está hecho precisamente para ver del otro lado. Es el infierno auto-infringido de los paranoicos: un muro lleno de ojos donde podés elegir tu propio filtro de vigilancia. ¿Blanco y negro? ¿Singapur de Neón? ¿Granulado de los Ansiosos? El trío tiene los más extraños. Así, puede ir del rock matemático de “Read the room” a la síncopa baiana de “Wall of eyes”, pero en el fondo siempre está el mismo paisaje: un eclipse espiritual oculto por un eclipse financiero oculto por un eclipse en la comunicación de todos los hombres y mujeres de este planeta. La grieta es el otro.