Lisandro Alonso está de regreso. Casi diez años pasaron desde el estreno de Jauja, aquella epopeya borgeana sobre la pampa argentina que entrecruzaba la literatura de frontera y el fantástico argentino. Luego de consagrarse como uno de los nombres fundacionales del Nuevo Cine Argentino con La libertad, de explorar desde el silencio y la observación las vidas de los hombres de la tierra en la llanura, el litoral o la Patagonia, Alonso decidió explorar la historia de la conquista del desierto a través de la pesquisa de un padre en busca de su hija. Eso fue Jauja, con Viggo Mortensen como protagonista y Fabián Casas como guionista: un nuevo despegue, un salto hacia adelante. Una década después Eureka retoma aquellas preocupaciones sobre el pasado y los ancestros, invita a Mortensen y Casas nuevamente a sus filas, pero ahora el director conecta tres puntos neurales del continente americano para pensar el mundo contemporáneo. La tradición del western cinematográfico, las comunidades nativas de Estados Unidos y los habitantes nómades del Amazonas brasilero confluyen en el corazón de Eureka, película que pasó por el Festival de Cannes y llega en estos días a las salas argentinas. Tres lugares, tres tiempos, un pájaro y una reencarnación. Un viaje hacia la Historia y los mitos, hacia la vida que sigue latiendo pese a la indiferencia de la civilización.
“Cuando estaba filmando Jauja me quedé con ganas de seguir filmando a esos dos indios que parece que raptan a la hija del protagonista, le roban a él el caballo y el rifle, dejándolo a la deriva en un desierto donde no logra comprender lo que sucede. Esos nativos representaban una deuda pendiente. Por eso empecé a pensar de dónde provenía ese deseo, quién los había representado hasta ese momento, en qué forma, en qué países, en qué tiempo. Y lo primero que me vino a la mente fue el western norteamericano. Es el ejemplo máximo de cómo los nativos americanos no fueron adecuadamente representados, de cómo se los utilizó como una amenaza para la raza blanca, para propiciar la conquista del Oeste”, reflexiona Lisandro Alonso.Eureka encontró su germen en aquella estela que dejaba Jauja en la memoria de su creador y también en el hallazgo de la novela Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, profeta de aquella narrativa itinerante. “Lo que me interesó de esa novela, ambientada en el 1800 en California, no fue solo la matanza de indios a manos de unos forajidos blancos contratados por los pioneros mexicanos, sino el espiral de violencia que se desata cuando los blancos, no contentos con matar a los indios, comienzan a matar a los mismos mexicanos que los contrataron, para luego matarse entre ellos. Se despierta un salvajismo humano en plena frontera que tuvo como disparador la necesidad del orden y que terminó desembocando en una masacre”.
Los deseos latentes desde Jauja, la novela de McCarthy y el regreso al mundo de nativos que apareció en aquellas primeras películas como La libertad o Los muertos se unen para darle cuerpo al proyecto de Eureka. Un proyecto de larga data, que atravesó la pandemia, los recientes efectos del cambio climático, los infortunios económicos de esta nueva era. “Después de concluir Jauja tuve la suerte de que me dieran dos becas, una en Manhattan a través del Festival de Nueva York, y otra en Boston a través de la Universidad de Harvard. Entonces aproveché el tiempo que estuve en Estados Unidos para gestar un proyecto sobre comunidades nativas”, explica el director. “A través de Viggo Mortensen, un compañero de trabajo eterno, conseguí los contactos de algunas familias dispersas en la región norte que me abrieron sus puertas. Una de ellas fue la familia Lone Hill, que tenía un hijo policía y que me permitió la entrada en la reserva Pine Ridge. Viajé siete u ocho veces a lo largo de cinco años, en invierno y en verano, desde Estados Unidos y desde Argentina, para registrar y documentar el lugar y su gente. Podría haber descubierto algo similar si me hubiera ganado una beca en el Chaco paraguayo o en el Amazonas, porque yo ya tenía la idea de filmar con nativos”.
TRES LUGARES, TRES TIEMPOS
Eureka supone una melodía a través de tres movimientos. El primero se inicia con el Viejo Oeste, en blanco y negro y formato cuadrado, ambientado en un pequeño pueblo de frontera. Murphy (Viggo Mortensen) llega a la región guiado por una monja y guardando el secreto de su misión. En la taberna, entre el alcohol y las disputas de los lugareños, se entrevista con El Coronel (Chiara Mastroianni), autoridad tácita de ese mundo sin ley. Los diálogos exudan el ingenio filosófico de Cormac McCarthy bajo la pluma conjunta de Fabián Casas, el novelista Martín Caamaño y el propio Alonso, y la charla deviene en la chispa de una pesquisa. Como en Jauja, otro padre busca a su hija en el desierto, la violencia se contagia de la estridencia del artificio y un juego de misterios y engaños se gesta en un pequeño televisor. ¿Quién mira esa farsa que asoma desde un tiempo extinguido y sobreviviente en sus mezquindades e injusticias? Eureka modela con inteligencia sus saltos temporales, sus confluencias dramáticas y muda su apariencia con la fluidez de quien cambia de vestidura pero no de esencia.
“Filmar en blanco y negro era una cuenta pendiente en mi carrera, por las tradiciones que me han precedido y por el cine que admiro, sobre todo el neorrealismo italiano”, continúa Alonso. “Entonces sentí que esta era la oportunidad y también con ello recuperar al western como representación ficcional. Por ello decidí comenzar la historia en blanco y negro, con un tamaño de cuadro en 1:33 que remite al cine clásico, y luego a través de un artilugio cinematográfico pasar al tamaño convencional actual, en color y tiempo presente. Y también a un registro más realista de la interpretación que pone en evidencia cómo el género contrastaba con la realidad que representaba, donde estaban aquellos indios a los que había omitido”. La segunda parte nos ubica en la reserva Pine Ridge, en Dakota del Sur. Allí, Alaina (Alaina Clifford) patrulla las calles durante una larga noche, lidiando con borrachos, peleas familiares, altercados en el casino de la zona. Mientras tanto, su sobrina Sadie (Sadie LaPointe), entrenadora del equipo de básquet de la reserva, testigo de la pobreza y la desolación del lugar, emprende un viaje interior que abre las puertas a un fantástico siempre insinuado en el cine de Alonso y ahora consagrado en su esplendor.
El retrato de la reserva contrasta con el artificio del western, el blanco y negro y el imaginario de Hollywood, pero aspira a una amalgama inusual entre tradiciones. Por un lado, el hiperrealismo documental de la vida nocturna en Pine Ridge, filmada en planos cerrados y en penumbra, como composiciones de un horror mudo que allí nos espera, y por el otro, el anuncio de un mundo luminoso y diáfano, sugerido en la mística de un viaje a otro tiempo, a otra dimensión. “El uso de espacios interiores de noche me permitió jugar con los contraluces y las oscuridades propias del policial y concentrar allí el clima de hacinamiento y carencia que se veía en las casas con varios habitantes, sin luz ni calefacción, la mayoría ocultos en la suciedad y la penumbra. En contraste, a medida que avanza la historia y de la noche pasa al día, los tonos blancos de la nieve invaden la puesta en escena, en sintonía con el viaje de Sadie que se acerca hacia la claridad del día. Hay un lugar propio en la película que está situado en ese espacio al sur de América, donde todavía se puede jugar con la naturaleza y vivir de la naturaleza, se pueden contar cuentos, sueños y deseos”.
El viaje trascendental de Sadie nos conduce a las tierras vírgenes del Amazonas en los años ‘70. Una comunidad nómade, los Chatinos, vive en contacto con la naturaleza mientras los sueños que pueblan sus noches se convierten en relatos de vigilia. La magia germina en la película en sintonía con el vuelo de un pájaro que surca los cielos, asoma en el contorno del encuadre, impregna la historia de un tono fronterizo entre lo real y lo imaginado. El gesto recuerda al pulso de Jauja, cuando en el descanso del capitán danés, sus fantasías se dispersan en una caverna, se mezclan los idiomas, las presencias fantasmales, surge un brote de agua entre las piedras, un desierto hostil y fascinante. En mundo del Amazonas de Eureka también está preñado de esas contradicciones, las de Jauja alimentadas por la excelsa fotografía del finlandés Timo Salminem (que en Eureka comenzó el rodaje en Estados Unidos pero debió abandonar por una fuerte neumonía), las de Eureka por la luz etérea de Mauro Herce y el sonido enrarecido de la selva. “En la parte de Brasil me interesaba utilizar el sonido para sugerir el universo de la fábula, el murmullo de los cuentos, más lúdico y no tan realista. Cuando el cacique se va a dormir aparecen las pesadillas habitadas por trenes que están extrayendo minerales del garimpo con el visto bueno de la policía. Ese es su principal temor, eso lo asalta en el sueño”.
CONSTANTES Y CONTINUIDADES
Eureka marca una firme continuidad con la obra anterior de Lisandro Alonso. “Desde mi primer largometraje empecé filmando a los descendientes de los que primero pisaron la tierra”, recuerda. Y agrega, refiriéndose al hachero de La libertad: “Misael es chileno, descendiente de mapuches y de otras comunidades indígenas de la región, vive en la naturaleza con un hacha como los primeros habitantes del mundo. Podría haber existido hace dos mil años o quizás dentro de doscientos tal como va el mundo. Después en Los muertos filmé con Argentino Vargas, que vivió en una casa de barro a orillas del río, con dos mujeres y muchos de sus 24 hijos, allí mismo donde pescan y cazan. Esos personajes no son muy diferentes de los que habitan en la reserva Pine Ridge en Dakota del Sur y aparecen en Eureka. La única diferencia es que la comunidad que está confinada a la reserva no puede hacer uso de los recursos de la naturaleza en la que viven”, señala el director. Pine Ridge es el lugar más pobre de los Estados Unidos, una reserva que alberga entre 40 y 70 mil habitantes, datos aproximados porque nunca fueron censados. Viven seis meses del año con 30 grados bajo cero, el desempleo es del 80%, el porcentaje de alcoholismo y drogadicción está en valores similares, y el promedio de vida es de 50 años. “A solo 10 kilómetros, en el estado de Nebraska, el promedio de vida es de 70 años. En 10 kilómetros se pierden 20 años vida de una población abandonada por el desinterés político y humano. Ese nivel de injusticia es el que quiero poner en discusión, más allá de si creo en sus rituales o en su mística”.
Uno de los temas que sobrevuela el retrato de la vida en Pine Ridge es el suicidio adolescente, el más elevado de toda América. Alaina sale a recorrer las calles de la reserva y en la ruta encuentra a una mujer varada. Su auto parece averiado y pide ayuda. Pero Alaina debe seguir el protocolo policial, pedirle que levante las manos, llevarla al complejo deportivo a la espera de un auxilio. La mujer no es otra que Chiara Mastroianni, a quien conocimos en la piel del El Coronel bajo las claves del western y que aquí se encuentra de viaje en Estados Unidos con el propósito de filmar una película sobre la reserva. Un poco como el propio Alonso, convertido en personaje de su propia historia, dando cuerpo y voz a sus primeras inquietudes, a sus interrogantes sin respuesta. “El personaje de Chiara Mastroianni tiene algo de mi propia experiencia. Cuando viajaba a la reserva, a ver rostros, gestos, a tomar fotos, notas, a pararme en la estación de servicio, que es el café del pueblo, también pensaba qué personaje podía ubicar en el lugar que resulte eco de mi propia mirada. Es inevitable que el personaje de Mastroianni piense lo que piensa cuando llega al lugar, porque si ponés en Google el nombre Pine Ridge lo primero que te aparece es suicidio adolescente, metanfetamina, alcoholismo, desempleo, diabetes, muerte. Hay muchos prejuicios alrededor de la reserva, de hecho muchos me dijeron ‘no vayas a filmar ahí que es peligroso, te van a pegar dos tiros y vas a salir mal’. No pasó nada de eso”.
El silencio ha sido una de las constantes en la obra del director de Eureka, casi como reacción a la verborragia de cierto cine argentino que impregnó los tiempos de la primera democracia. Al igual que los nuevos cines de los ‘60 abrazaron el lenguaje coloquial y los acentos regionales como reacción a cierta uniformidad lingüística del clasicismo, las nuevas corrientes apostaron por lo impuro, lo local, lo anómalo. El Nuevo Cine Argentino ahondó en la jerga del conurbano en películas como Pizza, Birra, Faso, en la cadencia salteña en las películas de Lucrecia Martel, o en cierto culto al silencio en el cine de Martín Rejtman, más cercano a la perplejidad de la comedia, y en el de Alonso, síntoma de la soledad y el aislamiento de sus personajes. “Nunca le tuve miedo al silencio en mis películas, de hecho la mayoría de ellas están pobladas de silencios. Por ello siempre me refugié en personajes aislados, que no tienen con quién dialogar, tal como pasa en La libertad, Los muertos, Liverpool. En la reserva, el sonido dominante es la comunicación entre Alaina y la central de policía a través de la radio. Me interesaba esa dinámica, la recepción de las órdenes del dispatcher, la forma automática en la que ella contesta de acuerdo al protocolo policial, y los pensamientos que no puede expresar. Se percibe el tedio, el cansancio, la impotencia que se traduce en su rostro, en sus gestos, en sus mudas reflexiones. El silencio contribuye a la intención de la película de comprender ese mundo oculto a la vista”, concluye el director.
RESISTIR, PREVALECER
La elección de los actores es otro gesto sustancial de Eureka. En sus tres partes atraviesan registros interpretativos diferentes pero complementarios. En el western, el tono es estilizado, heredero de los géneros de Hollywood y de las tradiciones asimiladas y reinventadas en el cine europeo. La elección de actores como Viggo Mortensen o Chiara Mastroianni supuso la combinación de Hollywood, con sus géneros y sus estrellas, y el cine europeo, condensado en el linaje que expresa la hija de Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni. En la historia en Pine Ridge, la dirección de actores evoca el trabajo de Vittorio de Sica en sus primeras películas neorrealistas como El lustrabotas o Ladrones de bicicletas: la observación como norma, la espera de las acciones, el punteo de las emociones. Y en Brasil, en planos más abiertos y definidos por las luz del día, los registros atesoran una presencia y al mismo tiempo sugieren un mundo invisible, contenido en las imágenes pero nunca explícito en ellas. Exige imaginación y fantasía, como el lenguaje de los nómades chatinos que requiere traducción y ajuste, una sensibilidad que problematiza la comunicación con el mundo.
“En Pine Ridge, la mayoría de la gente tenía buena predisposición para aparecer en la película pero tienen tantos problemas que el horario del rodaje era lo de menos. A veces quedábamos en encontrarnos a las 10 de la mañana y no venían porque tenían el hijo preso, o la madre había tenido un accidente, o alguien había tenido una sobredosis porque no pudo resistir la noche. Cuando acompañaba a Alaina a patrullar de noche siempre pasaba una cosa tras otra, cuando no se había incendiado una casa, se peleaban unos borrachos, o había un accidente, o problemas con las drogas. Más allá de la pobreza, la drogadicción o el alcoholismo, el problema es que los nativos tienen su identidad perdida. No saben qué hacen ahí, quiénes son verdaderamente. No tienen pasaporte de Estados Unidos, todas sus tradiciones, su lenguaje y creencias están abandonadas. No hay idea de futuro, nadie sale ni entra al lugar, solo los que se están escapando del afuera para esconderse. Los que tienen algún sueño de otra vida no saben cómo conseguirla. Es una tierra de nadie”.
Eureka fue una película de pequeños milagros, de accidentes que esquivaron la tragedia e impulsaron el viaje hacia un destino de ventura. Primero fue el parto prematuro de Alaina, y la internación de ella y su bebé para urgente atención, que dejó huérfano al rodaje. Sadie entonces asumió mayor protagonismo, la relación con sus ancestros asumió la vocación de transito espiritual. “Encontré en ese pedido de ayuda de Sadie a su abuelo y a su conexión con los antepasados y con las tradiciones una forma de reinvención, de reencarnación, de viaje metafórico que la conecta con otras realidades”, agrega Alonso. Y en ese tren de búsquedas asoma la figura de Roberto Minervini, un director italiano que filmó un tríptico imprescindible sobre la región de Texas en los últimos años: The Passage (2011), Low Tide (2012), Stop The Pounding Heart (2013). Y que se convirtió en un mágico salvador de la película. “A Roberto lo conozco desde hace más de diez años. Él trabajó siempre en Estados Unidos, filmó en regiones marginales, con gente que está fuera del sistema, ajenos al llamado sueño americano. Lo llamé para pedirle que venga a codirigir conmigo la parte en Estados Unidos, se entusiasmó con el proyecto y eligió entrar como productor. Cuando llegó al rodaje justo se había desmayado Timo Salminen por el frío y su reciente neumonía, así que le pedí que agarre la cámara. Roberto no le tiene miedo a nada”.
Lisandro Alonso ha construido un mundo propio y al mismo tiempo compartido. En sus primeras películas, filmó las voluntades más extremas, las de la supervivencia épica, la de la integración con una naturaleza nunca domesticada. Su cámara fue el espejo de un registro nunca acabado en la imagen sino sugerido en una muda trascendencia, que se encarna en un plano aéreo o en el caminar errante de un pájaro. Sus criaturas solitarias luego se hicieron parte de la historia, engranajes de una tradición. Con Jauja y la colaboración de Casas consiguió expandir su propia estética, albergar en un puño los relatos del mundo. Con Eureka, esa violencia derramada en el desierto pampeano se diseminó en América, encontró en Pine Ridge la dolorosa expresión de miserias e injusticias. Pero sus personajes nunca se rinden, viajan por el tiempo y habitan el cosmos, mutan su forma y celebran su alma, enaltecen su voluntad ante lo imposible. Como dejaba testimonio William Faulkner en su cuento “Mañana”: “Los humildes e invencibles de la tierra: soportar y soportar y soportar una vez más, mañana, mañana y mañana”.
Eureka se estrena en el jueves la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (jueves 14, viernes 15, sábado 16, domingo 17, miércoles 20, jueves 21 y sábado 23 a las 20 horas; viernes 22 a las 17 horas) y en el Showcase Belgrano (jueves 14 a las 21.30 y domingo 17 a las 16.30 horas).