Dionisio Jesús “Chucho” Valdés es la gran estrella del jazz cubano y parte ya del Olimpo mundial del género, en un cielo donde casi todos los dioses son norteamericanos. Tiene piel negra más que mulata, 1,94 metros de altura y unas manos grandes como guante de béisbol, pero gráciles como de bailarín clásico. Y es el gran maestro del latin jazz, del cual fue uno de los creadores con su mítica banda Irakere de 1973 junto al trompetista Arturo Sandoval y el saxofonista Paquito D'Rivera, otras dos leyendas vivas de jazz con quienes a veces toca. Página/12 asistió al concierto de Valdés en el Palacio Paz de Buenos Aires organizado por el productor Dante Sánchez y conversó con ese músico amable y cálido, nacido en 1941 en el pueblito de Quivicán.

--Herbie Hancock contó que cuando toca encara un concierto con la seriedad de un cirujano operando con una responsabilidad enorme. Usted toca desde los tres años como un juego en una familia de músicos. En su último concierto en Buenos Aires se fue de la sala bailando solo, sin música, al ritmo de los aplausos: parecía un niño gigante, contento como si le hubiesen regalado una bolsa de caramelos. ¿Cuánto de juego tiene hoy su música y cuánto de serio trabajo? ¿Cuánto más cerca está de aquel niño en Quivicán que del “cirujano” Hancock?

--Para mí, dar un concierto es un placer tremendo; disfruto muchísimo. Me ocupo mucho de preparar las cosas para que salgan bien y el momento en que estamos haciendo el trabajo, es un disfrute total. Es muy serio lo que estamos haciendo, pero al mismo tiempo es una especie de diversión, un juego. Pero es un juego muy serio.

--En 1994 lo vi con su grupo Irakere en el Teatro Coliseo de Buenos Aires y abandonaron el escenario por el pasillo central entre los espectadores: se fueron tocando con los instrumentos en fila hacia la calle. Al año siguiente los vi en el Ronnie Scott's bar de Londres y bajaron del escenario encolumnados a tocar entre las mesas, bailando como en una conga por las calles de Camagüey.

--En todos los conciertos en esos tiempos terminábamos sacando una conga entre el público para compartir con nosotros bailando en fila, como se baila la conga; eso es muy cubano, es la expresión más grande de alegría que existe en la música cubana: la conga es la música de los grandes carnavales.

--Imagino que usted ya no piensa la música al tocarla; no creo que la racionalice de manera apolínea sino que brote de manera dionisíaca, haciendo honor a su nombre. Quizá fluya inconsciente como la respiración. Tuvo padre y madre pianistas y absorbió música como parte del aire. Usted es docente: ¿cómo transmite aquello que absorbió fuera del conservatorio?

--Primero uno tiene que pasar la etapa de los estudios convencionales. Y después, si eres improvisador, es como cuando abres la llave del agua y ella fluye natural. En este tipo de música improvisada hay cosas que leer en el pentagrama, pero luego se deja que todo fluya y salga espontáneo, sin premeditaciones para que el arte sea como un arroyo que corre, abre un camino y se desarrolla.

--¿En el jazz toca el inconsciente?

--En mi caso, yo pongo la mente totalmente plana y dejo que todas las cosas vengan natural. Y surgen cosas que me sorprenden a mí mismo, que no sé si se me habían ocurrido antes y me digo: “lástima que no puedo parar para grabar esto”. Siempre se toca algo diferente; no existen los esquemas y los clichés. Hay músicos que son predecibles: ya sabés lo que van a hacer. Los improvisadores reales son impredecibles siempre.

--En el fondo es componer en vivo

--Sí; es lo mismo que componer. Exactamente; en composición se puede premeditar y repetir, pero al improvisar no te detienes nunca. Hay cosas que las pienso y razono en ese momento y de repente, creo una idea musical. El pensamiento siempre está y uno lo deja correr. Hay muchísimas cosas que toco que me sorprenden. Para aprender esto, a mí me fue muy útil transcribir melodías y solos de improvisación de otros músicos, porque además de ser una práctica para el oído, es una forma de entender lo que hizo otro músico. Es mejor que solo escucharlo. Al transcribir te queda todo claro y uno sabe por dónde venía una escala o una sustitución. Y no es para copiarlo, sino para “saber por dónde le entra el agua al coco”, como decimos en Cuba. Yo me ponía a transcribir solos de Oscar Peterson que son complicaditos. Y de esa forma llegué a entenderlo mejor y el porqué de las cosas.

--La armonía es quizá la parte más intelectual de la música. Y el ritmo sería más una cuestión física. La vertiente más latina del jazz no se diferencia mucho del que sale de EE.UU. en términos de armonía, sino en la rítmica. Incluso en otros géneros de diferentes países, los afrodescendientes tienen un tratamiento distinto de la rítmica con mayor swing, soltura, fluidez y complejidad. Sobre todo comparando con las escuelas musicales más estructuradas de tradición europea, más allá de que Miles Davis dijo que conocía músicos afro que no tenían swing. Sabemos que la música no viene en la sangre sino en la cultura. ¿Ese tumbao cubano que es la base del son, solo se adquiere en la calle? ¿Es necesario bailarlo antes?

--Pienso que ese tumbao está en la herencia, en la raíz, en lo que tú estás viviendo y respirando. Eso te entra y se convierte en algo natural que tú lo haces por instinto. Incluso hay gente que no son músicos y sienten muy bien los tumbaos porque nacen escuchándolo. Las tres partes más importantes de la música son melodía, armonía y ritmo; en ese orden. La parte nuestra siempre dije que fue más rica en ritmo que en armonía, aunque algunas personas se molesten. Pero para mí es verdad: nosotros somos más fuertes en ritmo que en armonía. ¿Y las melodías? Sí: tenemos muy buenas melodías. El proceso que hice con Irakere fue añadir la riqueza armónica del jazz y de los impresionistas como Debussy y Ravel; tomando esos elementos y poniéndolos sobre la base rítmica y melódica, logramos la gran diferencia con los demás. La parte rítmica nos sobraba; la parte armonía la teníamos, pero teníamos mucha influencia del jazz y habíamos pasado por el conservatorio estudiando a Debussy, Bach, Mozart y a todo el mundo. Entonces, al añadirle ese ingrediente al ritmo, la música crece y se manifiesta más amplia y universal. Cuando la armonía es más rica, la melodía está obligada a ser más rica también.

--Uno escucha la clave --el ritmo base-- del candombe, y es casi la misma que la de la salsa o el son, con una variante en la acentuación. Ese ritmo viene de África: los esclavos lo llevaron a Cuba y al Río de la Plata, lo único que pudieron traer encadenados: su cultura. Impacta pensar que ese ritmo --con las variaciones que pueda haber tenido a lo largo de siglos-- quizá haya sido creado por una persona en una aldea X del África. Y sigue sonando hasta hoy como un latido ancestral.

--Una de las veces que estuve en Sudáfrica fui a un lugar donde estaban danzando y empecé a oír la clave cubana. Pero esa gente jamás estuvo en Cuba y yo decía: “por supuesto que eso salió de aquí y llegó para allá” ¡Era la clave cubana! Que tiene muchas variantes, pero el corazón de la clave, aunque cambie un poco la métrica, es el mismo. La clave de la bossa nova al principio era muy parecida a la cubana; lo mismo, pero con otro acento. Hoy la clave cubana se diferencia en una corchea; hay diferentes tribus de África: en Congo, Nigeria, Dahomey. Y todo eso traía el mismo ingrediente, el cual está vivo en Cuba a través de las generaciones de hijos de africanos que han mantenido sus costumbres. El mejor ejemplo es el Conjunto Folclórico Nacional.

--Charly García dijo que “la música es armonía, melodía y ritmo; y lo que hay ahora es ritmo”.

--¡Je je je je je! Yo diría que esa música es efectos; todo muy electrónico; son efectos electrónicos, para mí eso es muy plástico.

--A alguno le sonará conservador pero no lo es en absoluto: a juzgar por una parte de lo que se escucha hoy, da la sensación de que quizá la música se esté muriendo. Es metafórico, desde ya: lo que está es cambiando. Pero es cada vez más simple, lisa y liviana. Esto quizá sea reflejo de muchas cosas que la exceden, pero la reducción a los más básico y casi sin sorpresas, es difícil verla como una evolución enriquecedora. Básicamente se crean climas musicales en los que, a veces, la música es casi secundaria y prima la espectacularidad visual. Mi impresión es más bien que cierta música “nueva”, envejece. Creo que cierta música actual es conservadora.

--A veces la música cambia para mejor y a veces para peor. Y para peor no me gusta. Nunca he rechazado los cambios. A lo largo de las generaciones, creo que todo se puede superar. Pero esa música, así mismo como está, se podría hacer mucho mejor, sobre todo con los textos.

--Usted es muy versátil. En el Palacio Paz tocó Bésame mucho, un preludio de Chopin deconstruido con swing; tocó El Manisero; un tango de composición propia --previo pedido de disculpas por el “atrevimiento-- y evocó a Thelonius Monk. Con Irakere alguna vez reversionaron de manera explosiva el standard Stella by starlight, rebautizándolo “Estela va a estallar”. ¡No se salva nadie de la irreverencia cubana! De dónde sale esa necesidad de hacerla estallar a Estela.

--Estela estalló con el ritmo. Déjame decirte: en el jazz los temas son canciones que se tocan instrumentales y se improvisa. Con nuestra versión de ese tema de Víctor Young, por primera vez en Cuba se escribió un sólo de 32 compases, donde en lugar de ser un solo de piano o de saxofón, fue de percusión con las congas, el timbal y la batería, todos tocando al unísono y dialogando entre sí... eso no se había hecho antes. Ahí fue que dije “ahora Estela va a estallar” con este solo de percusión. Y cuando terminaba, la gente explotaba, tanto en Cuba como en Londres.

--Usted estudió composición con Leo Brouwer y tiene música escrita con arreglos orquestales como la Misa Negra. ¿Cuándo comienza a darse en Cuba ese cruce tan profundo entre lo académico y lo popular que en otros países parece contranatura?

--Ya eso venía hacía mucho. Hubo compositores como García Catula que escribió una obra sinfónica con raíces cubanas, también Pablo Ruiz Castellanos y Amadeo Roldán. Desde un grupo de jazz como Irakere yo escribí la obra Shaka Sulu con orquesta sinfónica, que fue un disco en 1981.

--La música popular cubana dio músicos que eran pianistas de mucho vuelo como el cantante Bola de Nieve, que se definía a sí mismo como “un negro triste que siempre está contento”.

--Bola era un excepcional pianista, muy amigo del compositor Ernesto Lecuona. Era un cantautor y una especie de Louis Armstrong cubano con una voz ronca, pero tan expresivo que fue único. Sus canciones las canta otro y no es lo mismo.

--¿Qué papel juega George Gershiwn en música cubana?

--Para nosotros es superimportante. Vino a Cuba varias veces. En su Obertura Cubana usa la clave cubana y tomó un tema cubano muy popular; añade un fragmento de ese tema a la melodía. Le encantaba la música cubana y conoció a Lecuona en Los Ángeles cuando el cubano dirigió Rapsodia in Blue y el Concierto en Fa de Gershwin, quien se le acercó y le dijo “su interpretación de mi obra ha sido magnífica”. Lecuona, sorprendido, le preguntó: “¿Usted cómo se llama?”. Gershwin se llevó a Lecuona para su casa y Ernesto le tocó danzas cubanas; hicieron una amistad muy grande.

--A usted le encanta tocar a Gershwin.

--Yo lo he tocado en mi casa nada más. No me he dedicado a conciertos clásicos.

--En algunos conciertos usted ha hecho citas de Un americano en París.

--Sí, es cierto. Y de Rapsodia in Blue.

--¿Cuánto hay en su jazz de Rachmaninoff, Prokofiev y Scriabin? ¿Ha estudiado mucho a los rusos me imagino?

--Los compositores rusos del Grupo de los 5, todos; especialmente Nikolai Rimski-Kórsakov, uno de mis favoritos. El libro Gestación de Kórzakov es uno de los mejores libros de orquestación que es hayan escrito en la historia. He escuchado mucho a Prokofiev y Shostakovich y los respeto, pero el neoromanticismo de Rachmaninoff es donde se eleva la música con los Conciertos para piano Nro. 2 y Nro. 3 y las Variaciones sobre un tema de Paganini; son obras que parece que están escritas por dioses. Para mí son muy grandes los rusos. ¡Tremendos! Y como pianista: Horowitz.

--¿Cuál es la actualidad de Chucho Valdés? Aquí escuchamos su faceta solista ¿Hacia dónde va?

--Estoy escribiendo mi primer concierto para piano y cuarteto de jazz con orquesta sinfónica. Estoy rompiendo algunas estructuras en este trabajo. No rompiendo, pero cambiando ciertas estructuras. Después de la edad que tengo y haber estado siempre arriba de la música, creo que puedo hacer algún aporte. Ya veremos si es cierto.

--Hablemos de jazz. ¿Lo vio tocar a Miles Davis?

--Lo he visto en varios festivales en Europa. Un artista de un nivel muy alto, un músico que evolucionó toda su vida. Siempre lo admiré muchísimo en todas las etapas.

--¿Su experiencia más intensa cuando tocó con algunos de los más grandes?

--En el Lincoln Center de Nueva York con Chick Corea. Fueron dos días de sold out; eso está en Youtube. Y con Herbie Hanckok también. Con ellos aprendí muchísimas cosas. Esos son los maestros de verdad. Además con Kenny Barron que es fantástico.

--Ensayaron un poco y a tocar.

--Lo emocionante y lo creativo era: “vamos a tocar tal tema en tal tono, y ya”. Sin planificaciones; ahí es donde sale todo lo mejor. Lo más puro.

--¿A Keith Jarret lo vio en vivo?

--Nunca lo pude ver. Tuvimos algunos festivales donde él toco un día antes o después. Pero toda su música la tengo aquí en mis stands.

--Quizá el gran pianista de la historia del jazz.

--Yo pienso lo mismo. Hay muchos pianistas que han hecho cosas; Jarret es un pianista muy completo, ha tocado desde Bach a Shostakovich y lo hizo muy bien. Tiene un rango musical, un abanico muy amplio; y como compositor es muy prolífico. El mejor sonido del piano que a mí me encanta, es Bill Evans.

--Los músicos --que son los que saben— siempre se quedan con Evans.

--Yo me quedo con todos pero mi favorito es Bill Evans por la cosa de la expresión y la emotividad del sonido que él tenía, que era único. Yo tuve la suerte de conocerlo en el Carnegie Hall en el Festival de Newport con Irakere. Tocaron Bill Evans, Mcoy Tyner, Mary Lou Williams... esa fue una noche en que yo me pellizcaba ¡ja ja ja ja!

--Bill Evans fue una especie de Debussy del jazz.

---Es un Debussy, pero el sonido que él lograba era puro; esa es la palabra: puro. Tiene un concierto en vivo en Paris; en ese concierto es que te saca de esta galaxia.

--El Concierto de Colonia de Keith Jarret fue grabado con piano mal afinado. Y el músico estaba con dolor de espalda y mal dormido. Estuvo a punto de suspender la presentación por la calidad del piano.

--Sí pero él borró los problema que podía tener el piano porque tuvo unos niveles de creatividad que muy pocos han tenido, ese concierto es un clásico. ¡Imaginate tú si llegaba a estar bien!

--Compuso en vivo una obra maestra en 1 hora y 6 minutos.

--Y todo fresco, fluido; ese fue un día en que lo tocó la varita mágica.

--¿Algún recuerdo de su Irakere con Paquito D'Rivera y Arturo Sandoval?

--Tengo que rebobinar medio siglo. Sí, ya sé: fue la primera vez que tocamos en un baile. Irakere era número 1 en popularidad y número 1 en música de concierto afrocubana. Fuimos a tocar en un baile, pero la gente no bailaba y estábamos muy tristes. Decíamos “no le está gustando al público, nadie baila”. Pero resultó ser que el público estaba tan emocionado con lo que estaba oyendo, que en vez de bailar se ponían a mirar a los músicos como en un concierto. Estaban muy impresionados cuando tocaba Arturo con la trompeta, o Paquito el saxo, o la sección de ritmo y la guitarra eléctrica. Ellos nunca habían visto una banda así y preferían mirar en lugar de bailar. Al principio nos pasó muchas veces. Creíamos “no gustó”. Pero después nos decían “gustó tanto que preferían mirarlos“. Era impensable en Cuba que el público no bailara. Eso solo pasó con el más popular de la música bailable: Benny Moré llenaba los bailes y la gente se hipnotizaba mirándolo a él y no bailaba, porque el tipo era genial.

--Moré bailaba también.

--¡Uf! Bailaba muchísimo, creaba un hipnotismo.

--El jazz es una música siempre joven.

--¡Siempre siempre siempre lo fue y lo será!

--Uno envejece si se vuelve conservador y empieza a repetirse; el jazz no puede repetirse. Nadie ha tocado nunca una pieza dos veces igual.

--No no; eso sería inadmisible. No hay nada menos conservador que el jazz.