A mitad del siglo XX, una valija viajó casi 12 mil kilómetros desde Suiza a Buenos Aires. La valija se perdió. Se volvió a intentar el traslado y otra valija llegó a destino. ¿Por qué tanto misterio? Esa valija contenía ampollas de LSD. El destinatario era el psicoanalista argentino Alberto Tallaferro, el primero en procurar ampollas de ácido lisérgico para utilizarlas en el ámbito clínico, al que le siguieron médicos, psiquiatras e intelectuales que se sumaron a la experimentación. A la par de otros países, en los años '50, en la Argentina hubo terapias psicoanalíticas en las que se experimentaba con LSD. Esta historia, tan poco conocida como apasionante, la relatan Damián Huergo y Fernando Krapp en el libro ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (Sello editorial Ariel notanpuan).
"Era algo que se estaba dando a nivel mundial. Era un tema que estaba insertado dentro del ambiente psicoanalítico. Estaba un poco en boga en el mundo de la psiquiatría. De pronto, apareció una nueva droga y se empezó a usar en pacientes psiquiátricos. Acá se estaba gestando una comunidad psicoanalítica fuerte y llegó", cuenta Krapp en diálogo con Página/12. "Nació con ese furcio de la valija, incluso con esa metáfora. Esa anécdota nos la apropiamos literariamente porque nos convocó a contar una historia enterrada dentro de la historia del psicoanálisis, al punto que estuvimos con psicoanalistas que estudian la historia del psicoanálisis en la Universidad de Buenos Aires y casi no entraba en los diseños curriculares de las materias. También rastreábamos libros de historia del psicoanálisis y era una anécdota muy menor si es que aparecía. Dentro de los primeros testimonios, recibimos la historia de la valija que terminó enterrada en un basural de Retiro y fue como una metáfora materializada. Entonces, conceptualmente nos propusimos trabajar con la idea del desentierro", completa Huergo.
-Hoy suena un poco incrédulo que un psiquiatra que quiera recibir LSD para trabajar en análisis con sus pacientes primero experimente consigo mismo, ¿no?
Fernando Krapp: -Sí, pero quizás hoy en día a algún psicoanalista le interesa pasar primero por la experiencia de algún psicofármaco, de psicoactivo previamente, como para saber qué tipo de efectos tiene. Además, hoy en día, hay otro tipo de información que circula sobre las drogas, están institucionalizadas desde otro lugar. Hay mucha más data. En aquella época, sí había algo un poquito más mesiánico con respecto a esto. Es distinta la narrativa que hay alrededor. Cambió mucho.
Damián Huergo: -En ese sentido, los autoensayos eran un requisito del laboratorio para enviar las remesas de LSD, dentro de una serie de medidas protocolares que te explicaban cómo usarlo. Uno conoce el LSD desde otro lado, no desde un instructivo de cómo usarlo. Pero enviaban estas valijas con una serie de protocolos de cómo utilizarlo, cómo narrar la práctica, etcétera, y uno de esos requisitos era al autoensayo.
-También suena raro ahora que las terapias puedan durar ocho o doce horas cuando en psicoanálisis no se manejan esos tiempos.
F.K.: -Sí, cambió mucho. Igual cambiaron también los tiempos de la terapia. En un momento, quizás se hacía terapia toda una semana. Hoy en día, vas una vez por semana o cada quince días, de acuerdo a cómo te da el bolsillo. Entiendo que hay terapias alternativas al psicoanálisis, donde se hacen cosas de este estilo, como internarte un fin de semana con ayahuasca en medio del campo. Esas prácticas se siguen haciendo. Yo creo que lo que pasó fue que ese tipo de terapias se fue derivando hacia una cosa que hoy en día conocemos como terapias alternativas.
D.H.: -Igual, hay que pensar que eran como una mixtura de las sesiones breves y las sesiones largas.
-Sí, no todas las sesiones eran de ocho horas. Ustedes las llaman "sesiones prolongadas".
D.H.: -Es como lo llama Alberto Fontana, que después de la prohibición reemplazó el LSD con otras drogas, como insulina, ketamina o después también con derivaciones artísticas, con masaje, con música, pero mantienen el formato de sesiones prolongadas. Esto era esporádico. Nos contaban que, como mucho, llegaban a tener tomas de LSD tres veces al año.
-Alberto Tallaferro publicaba anuncios en los diarios para convocar a una mayor cantidad de pacientes. ¿Es porque se lo consideraba un enfoque novedoso?
F.K.: -Yo creo que Tallaferro vio un poco la veta comercial, en una época previa a la prohibición: esto se podía llegar a usar, se podía a convocar a más gente. Entonces, veían dos cosas: era algo como para investigar y tener material de investigación científica, pero al mismo tiempo, había un interés comercial.
-Claro, porque porque el ácido funcionaba como coadyuvante de la psicoterapia, ¿no?
D.H.: -Acá fue como lo usó el grupo en la Argentina. En un primer momento, se usó como psicomimético; es decir, para reproducir psicosis. Hay un texto, que nosotros lo nombramos, en el que se muestra que trabajaban el LSD como psicomimético, que es como se venía usando internacionalmente. Después, hubo una camada que lo usó como coadyuvante de la psicoterapia y en las sesiones en sí. Cuando digo “psicomimético” tiene que ver con que estaban muy interesados en entender cómo funcionaba la locura, incluso si se podía curar. Después, pasó a ser un coadyuvante para las terapias. La idea principal era cortar los tiempos, bajar los mecanismos de defensa, llegar a regresiones más rápido que con un bloqueo de lenguaje y después con ampliación de la comunicación por otros lados.
F.K.: -También con la idea de que te permitía llegar al inconsciente. Era casi como si fuera una interpretación de los sueños, pero con ácido.
-¿Cómo se puede explicar que si el efecto del psicoanálisis en los sujetos es caso por caso el empleo del ácido lisérgico provocaba un efecto similar en distintas personas?
D.H.: -Ellos escribieron bastante y, dentro de sus escritos, se ocupaban mucho de darle lugar a que cada viaje tenía también su propia singularidad. Y que dependía de la historia que traía cada paciente hasta la intervención del psicoanalista en ese viaje, y también de la conformación del grupo en el cual lo estaban haciendo. Entonces, no homogeneizaban ni decían "con el ácido te va a pasar esto". Sí encontraban algunos rasgos generales como aceleración del tratamiento, ampliación de percepciones, pero las experiencias no eran homogéneas ni tampoco tenían la misma valoración. Había testimonios de todo tipo. Se individualizaba bastante porque, además, lo que pasaba en las sesiones grupales, después se lo seguía trabajando individualmente en cada terapia. Entonces, una vez que bajaba la marea, ¿qué quedó? Y eso volvía a trabajarse en las terapias de modo individual.
F.K.: -Los efectos se pueden categorizar, como la despersonalización, por ejemplo. Vos podés tener efectos que son iguales para todos, pero la reacción que tiene un cuerpo o una psiquis es lo que, en realidad, a ellos les importaba como singularidad. Es como que todos tengamos una Ferrari, pero cada uno va a hacer un viaje distinto cuando se vaya a algún lado.
-Una vez realizada la sesión con empleo de LSD, ¿el psiquiatra o el psicoanalista brindaban algo así como un narcodiagnóstico?
F.K.: -Hacían un estudio personalizado. Cada uno bajaba a tierra qué tipo de efectos había tenido y qué primeras imágenes se despertaban, qué sueños. Todo eso está vinculado con la propia historia de cada uno. Lo que vos tardás en querer develar en una terapia común, para ellos se acortaba mucho.