Para recordar y homenajear a José Emilio Pacheco, a diez años de su fallecimiento, se podría intentar desarrollar, a partir de una palabrita de tan sólo cuatro sílabas -y que se utiliza para definirlo-, su condición de polígrafo (lo que significa una amplia variedad de registros, temas y actividades en donde ejerció su escritura). Es en verdad mucho esto, pero tomando el título de una antología poética de él mismo, podría hacerse el intento de abarcarlo “en resumidas cuentas”.
Pacheco -precoz y maduro a un tiempo, como lo definiera Margo Glantz- fue narrador de cuentos y novelas. Sus dos obras en este último “rubro”, Morirás lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981), devinieron clásicos, con sus temáticas tan distintas. La primera, temas históricos: la destrucción del templo de Jerusalén y la persecución del pueblo judío, el nazismo, el Holocausto y el gueto de Varsovia, y su posible conexión con México, con un personaje denominado “eme” ¿muerte, Mengele? Es una novela conjetural, de miradas e interrogantes, que se cuestiona e indaga a sí misma en tanto que ficción. La otra, tratando los cambios urbanos, en la Colonia Roma, junto con el protagonista, un joven preadolescente ardientemente enamorado de la madre de un compañero de escuela. Podría arriesgarse que, al igual que la novela breve Aura, de Carlos Fuentes, Las batallas en el desierto es uno de los libros más célebres, entrañables y sensibles de Pacheco. A lo que se debe sumar “Las batallas”, canción del grupo de rock Café Tacvba, que adoptó y adaptó la historia de la novela.
Fue prologuista y antologador: desde el clásico Poesía en movimiento (1966), con selecciones y notas de Octavio Paz, Alí Chumacero, Homero Aridjis y el mismo Pacheco, a la Antología del modernismo mexicano 1884-1921 (1970) que preparó él sólo y que cuenta con un formidable estudio introductorio.
Por otra parte, fue guionista de cine. Por ejemplo, colaboró con Arturo Ripstein: El Santo Oficio, Lecumberri (la célebre y tenebrosa cárcel), El castillo de la pureza y El lugar sin límites, una adaptación de la novela del chileno José Donoso. Todas películas que se pueden conseguir fácilmente en internet, al igual que las dos antologías mencionadas.
También fue conferencista en numerosos lugares e instituciones -dio una serie dedicada a Jorge Luis Borges en 1999, en el centenario de su nacimiento-, y profesor universitario en su país y en Estados Unidos, Canadá e Inglaterra.
Y más: cronista, periodista literario, ensayista y crítico cultural. Podría recordarse, entre decenas de publicaciones, que en 1957 junto a Monsiváis dirigen juntos el suplemento de la revista Estaciones, abierto a escritores jóvenes.
Y si hablamos de poesía y traducción, fina y destacada labor, tenemos decenas de títulos de obras propias, una veintena, y otro tanto de autores de varios idiomas que tradujo, destacándose los Cuatro cuartetos de Eliot.
Al dar un discurso en una premiación a Pacheco en 2009, Margo Glantz dijo: “es increíble lo que aún anda disperso. ¿Cómo no reunir en diversos volúmenes los múltiples textos que a lo largo de los años han visto la luz en diversas revistas y volúmenes? ¿Cómo no coleccionar las conferencias que sobre literatura mexicana ha dado en El Colegio Nacional, en El Colegio de México, en la UNAM, en la Universidad de Maryland, entre otras instituciones? ¿Y sus importantes ‘Inventarios’?”.
Años después, en 2017, se publicaría finalmente Inventario: Antología, reuniendo la columna semanal que llevó adelante Pacheco -de manera casi ininterrumpida- por más de cuatro décadas: de 1973 a 2014.
Para Juan Villoro, en el prólogo titulado “El libro imposible”, “Inventario” fue “la enciclopedia” que Pacheco fue escribiendo. Y dice que, previo a la existencia de internet, “con Carlos Monsiváis compartió el mérito de ser uno de los primeros ‘motores de búsqueda’ del país, estableciendo asociaciones entre las formas más variadas del saber”.
Y fue la corrección, lo que Villoro denomina “afán perfeccionista”, lo que le impidió a Pacheco reunir sus textos y poder poner así un punto final a su “Libro de libros”.
La antología, en tres tomos, suman 2000 páginas. Es sólo un tercio de todo lo que publicó Pacheco allí, que son más de 1900 notas. De ese tercio se extractan a continuación algunos nombres y temas, ilustrando la cantidad y variedad de cuestiones que trató. En el tomo I aparecen: Salvador Allende, Neruda, Chesterton, Rimbaud, Petrarca, Rosario Castellanos, Federico Gamboa y su diario, Oscar Wilde, Thomas Mann, Octavio Paz, Borges y García Márquez, Rilke, Pound, Hannah Arendt, Jack London, Juan Rulfo, Sacco y Vanzetti, Robert Lowell, Rodolfo Walsh, Carlos Fuentes, Rousseau, Tólstoi, Horacio Quiroga, Góngora “y la guerra literaria”, Emiliano Zapata, Tina Modotti, James Joyce y su correspondencia, José Revueltas, Salvador Díaz Mirón, Carlos Pellicer, Quevedo, Amado Nervo y Ramón López Velarde, Simón Bolívar, Flaubert, Hemingway, Alfonso Reyes y Juan Ramón Jiménez, Efraín Huerta, Kafka y Hitler, y Mussolini.
En el tomo II figuran: Marco Polo, Truman Capote, Rubén Darío, Borges nuevamente, José Revueltas, Carlos Monsiváis, Jules Laforgue, Lord Byron, Salvador Novo, Francis Ponge, Manuel Puig y Walter Benjamin. Y en el tomo III: las Memorias de Victoriano Huerta, un “affaire Donoso” en México donde Pacheco se hace responsable por una errata que lo provoca, Vargas Llosa y Azorín, Victor Hugo, Gerardo Diego, Enrique Lihn, Arnaldo Orfila Reinal, José Hierro, José Agustín Goytisolo, “Nabokov, Lolita y Borges”, Sergio Pitol, Freud y Kubrick, Günter Grass, Rafael Alberti, Dumas, Coetzee, “Sor Juana, Nervo, Chumacero, Alatorre: En la noche del Virreinato”, Ricardo Piglia, Jorge Semprún, Parra y Segovia, Antonio Tabucchi, Álvaro Mutis y Alice Munro.
Las últimas notas fueron “Adiós a Juan Gelman” y “La travesía de Juan Gelman”. Pocas semanas después, este gran polígrafo y autor fundamental de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI, reconocido con el Premio Cervantes, fallecía tras sufrir un accidente doméstico.
Como dijera Cristina Pacheco, compañera de toda la vida del escritor y lamentablemente fallecida en diciembre pasado, autora de libros de cuentos y entrevistas, y conductora de programas culturales en TV por décadas, “en las palabras está la vida”.
En todos y en cada uno de sus libros, en cada una de sus palabras, podremos encontrar a José Emilio Pacheco; a su inteligencia, sensibilidad y creatividad: su vida.
Este texto fue leído -y adaptado para esta nota- en la charla homenaje que se realizó en el Centro Cultural Arnaldo Orfila Reynal en una mesa con Luisa Valenzuela, Roger Colom y Héctor Orestes Aguilar, a diez años de la muerte de José Emilio Pacheco.