¿Cómo se sigue? Le hago esa pregunta a mi conciencia y la esparzo en un grito directo al inconsciente colectivo.

Ensayo formas de huir, de fingir, de olvidar, de fijar, de canalizar.

Recuerdo cuando en la escuela me enseñaron a rezar el Rosario. Casi una burla para una familia bastante agnóstica, sin sacramentos vigentes y que no tuvo otra opción que anotarme ahí para que no perdiera el año escolar. La cadencia de la repetición y aferrarse firmemente a cada cuenta del collar para que el mensaje llegue claro al final de ese Cristo crucificado, que vaya a saber si sigue ahí atento a esta humanidad que lo vuelve a matar.

Mi abuelo paterno se llamaba Rosario y emigró desde Sicilia a esta tierra que le dió todo porque la otra estaba siendo diezmada por la guerra y el hambre.

Siempre me pareció una coincidencia alegre que, habiendo tantos lugares en el mundo, viniera a parar a una ciudad homónima. Lugar sin fundación, que le debe su nombre a la Virgen del Rosario, que azarosamente o no, dicen que eligió este lugar para quedarse. Quizás en otros planos ya conozcan este destino escrito o simplemente, nos abocamos a que las palabras se enreden y den este resultado sin azar, absurdo, no fundante.

Trato de buscar explicaciones y suena el teléfono, es mi amiga que me cuenta que le cobraron punitorios en la renovación del alquiler y no le respetaron la fecha, que es del 1 al 10. Ella también es de acá, nació en Rosario, vivió y conoció lo que es jugar en la calle y seguramente también fue testigo del ritual de la reposera en la vereda. Ella se crió en la zona oeste. En esa área, esta semana mataron a dos personas, un chófer de colectivo de la línea K y un empleado de estación de servicio y hace dos meses a otro chófer de la línea 116. Del otro lado de la ciudad, en zona sur, asociada identitariamente a Messi, asesinaron a dos taxistas. Sin contar los hechos infinitos de inseguridad que se volvieron tan naturalizados como el Padre Nuestro.

"Soy 100% rosarina", me gusta decir cuando me preguntan por mí origen. Mi papá siempre se afianzó a su lugar de nacimiento y yo seguí su enunciado como quien pronuncia la palabra sagrada. Aún desafiando la oportunidad planteada por mi mamá de irnos a Cañada Rosquín y vivir una vida más apacible. Hoy ellos no están y digo "menos mal". Lejos quedó la Rosario del puerto pujante, sus casas bajas y la vida al aire libre.

Se acentúan las historias de rufianismo y parece que los fantasmas de Chicho Chico y Chicho Grande rondan el presente buscando venganza ¿Acaso se puede escapar del destino?

 

Karma que deja Pichincha, que ahora rebosa de luces LED y cervecerías artesanales para meterse en lo no nombrado, lo olvidado, lo prohibido: los barrios. Allí empezaron a escasear las oportunidades y a crecer la droga. Una ecuación que deja todo excluido y que señala a los más vulnerables. Los otros, esos, no viven acá o nunca adoptaron a Rosario como parte suya. Si la conocieran, no la lastimarían. Ninguna ciudad, ni ningún rincón del mundo, merece la destrucción, sin embargo, como en la época de mí abuelo, seguimos escapando del derrumbe y el Rosario, se nos va de las manos. En los márgenes del alma, ningún dios puede oír.