Desde Barcelona
UNO Rodríguez montando tren de alta velocidad rumbo al sur (Rodríguez cada vez más al ras del suelo y lento como gusano). Es un viaje largo, mucho más largo que en avión, pero Rodríguez lo prefiere así: en tren se puede temblar más tranquilo por turbulencias privadas. Y en el televisor del vagón-silencio de pronto los gusanos de la primera parte de Dune de Dennis Villeneuve. No está mal (aun en pantalla pequeña y viéndola sin sonido y leyendo subtítulos, porque Rodríguez siempre olvida auriculares) y qué bien: porque tenía ganas de volver a verla. Viajar lejos de nuevo, a Arrakis, mucho más lejos que a Sevilla, donde los mellizos argentinos Fagliacce-Stein --capos de su agencia de publicidad-- lo han enviado a la captura de un cliente que se dedica, por supuesto, a algo relacionado con el turismo: algo así como la valiosísima especia/melange de España. Con ese sol que codician vikingos y sajones pero que, últimamente, calienta demasiado. Y sequía y medidas de emergencia que impedirán llenado de muchas piscinas (en municipios donde hay más piscinas que habitantes) y que provocará que aquellos que emboquen en sus centros practicando el balconing se maten igual que aquellos que caían fuera. Así, un paisaje más J. G. Ballard terreno-entrópico que Frank Herbert eco-world-building.
DOS Y en primeras planas de periódicos continúa la desafinada space opera con pésimos efectos especiales (el "cambio de opinión" como luz mágica & industrial y los independentistas como fremen más insolados que iluminados) de lo de la Ley de Amnistía; y ese enmascarillado escándalo de corrupción en el PSOE con guardaespaldas multiuso de aspecto muy Harkonnen; y el PP siempre viendo el gusano en el ojo ajeno. Y, en las páginas culturales, alguna mención a Stanley Kubrick (cuya muerte nació hace veinticinco años) y ninguna a Adolfo Bioy Casares (ídem, tal vez porque todos están muy ocupados con la resurrección de García Márquez). En cualquier caso --en los trenes se lee más y mejor que en los aviones-- lo que relee Rodríguez (Dune sólo cubre mitad del largo viaje) es La información del muy extrañado Martin Amis. Y, ya en las primeras páginas, Rodríguez se da cuenta de que hizo la peor de las mejores elecciones. Porque La información va y viene acerca y muy cerca de la envidia/frustración literaria. Allí ("Para ser el mejor escritor primero tienes que convencerte a ti mismo de que lo eres; así, es más que natural el que los escritores se odien entre ellos. Todos compiten por lo mismo, por algo único: lo universal. Shakespeare es lo universal", apuntó y disparó Amis en una entrevista), un escritor que se cree/creyó genial y al que nadie publica: Richard Tull. El otro, su amigo desde la juventud, es Gwyn Barry: mediocre hiperfuncional que --no del todo sorpresivamente, basta con ver la composición química de las descompuestas listas de best-sellers-- alcanza categoría de súper-ventas cósmico. Y Tull tiene teoría respecto a Barry: "lo que denominaba 'teoría del gusano'. Según esa teoría, Gwyn tenía un gusano en el cerebro". Y, claro, Rodríguez leyó esta novela por primera vez a sus treinta años, cuando sus protagonistas tenían cuarenta y él aún creía llevar dentro una obra maestra. Ahora, en el reencuentro, Tull y Barry siguen siendo flamantes cuarentones mientras que Rodríguez ya tiene casi sesenta. Y eso que supuestamente tenía dentro sigue atascado en su aislado interior como voraz lombriz solitaria. Y, sí, una de las novelas inéditas de Tull que nadie quiere publicarle se titula Gusanos invisibles.
TRES Y en La información Tull se dice que "Los escritores son una pesadilla. Los escritores son una pesadilla de la que no se despierta. Llenos de vida cuando están solos, complican la existencia de quienes están a su alrededor. Ahora lo sabía; ahora que no era escritor. Ahora que solo era una pesadilla... Los escritores son, también, personas sensibles... A todo hombre sensible le estaba permitida su crisis de la mediana edad: cuando se descubre la certeza de la muerte, hay que sufrir una crisis. Si en la mediana edad no se tiene una crisis, entonces esa es la crisis de la mediana edad". Muy gracioso. Y qué triste: Rodríguez --por callejuelas de Sevilla-- está teniendo su crisis de los tres cuartos de edad. Y por ahí todos hablan ya de lo inminente de la Semana Santa y de si lloverá durante las procesiones y de ese póster oficial que muestra a un Jesucristo un poco delicado y muy desvestido para las agusanadas mentes preocupadas por el pecado. Por la noche, insomne, Rodríguez no cuenta ovejas sino cuenta gusanos. Primero, el ya mencionado y dunero Shai-Hulud. Después, en fila, el gusano de biblioteca (tanto más apropiado que el ratón), los gusanos software, ese gusanito parlante enemigo del Capitán Marvel (DC y no Marvel), el Gusano Blanco de Stoker y el Gusano Conquistador de Poe, el gusano gigante en la Beetlejuice a la que ya se le viene segunda parte (en Barcelona se inaugura la mega-expo de Tim Burton; aunque Rodríguez no cree que vaya a ir: su hijo ya está grande y él está minúsculo), la casi lisérgica oruga de la maravillosa Alicia, el De Vermis Mysteriis de Bloch & Lovecraft & King, el consular gusano en los bajos fondos de una volcánica botella de mezcal, el viral gusano en las pupilas del ganado (nematoda) o en esas novelas-en-serie de vampiros zombificados, el mítico y vikingo Gusano de Midgard y el Gusano Mortal Mongol y el gusano escocés que tal vez sea Nessie, los gusanos en The Wall de Pink Floyd y --los más importantes-- los hipotéticos y metaversales agujeros de gusano que pueden llevarte a una dimensión alternativa en la que Tull y Rodríguez son exitosos colegas íntimos y Amis ganó merecido Nobel de Literatura.
CUATRO Y en un momento terrible de La información de Martin Amis (a quien nunca le concedieron premio importante; lo mismo que a Vladimir Nabokov, uno de sus héroes; a su otro héroe, Saul Bellow, le dieron todos los disponibles), la esposa cada vez más ex de Tull le pregunta si no va siendo hora de que deje de pensar en escribir. Y Tull le responde con un "No puedo dejar las novelas". ¿Por qué?, pregunta su esposa. Y la respuesta, pensada por Tull pero no atreviéndose a decirla ni en voz alta ni en puntas de pie es: "Porque... porque entonces me quedaría con la experiencia, con la experiencia inmediata, intraducible. Porque entonces me quedaría solo con la vida... Porque entonces sólo tendría eso. Días. Vida". Fue entonces cuando Rodríguez se prometió buscar otro libro en la estación de tren, para el viaje de vuelta, para sí, matar el gusanillo. Expresión que, según la RAE, vale tanto para calmar el apetito y la sed como para el remordimiento por el mal obrar o el deseo de hacer algo que quién sabe... El "gusanillo de la conciencia" y todo eso. Así que Rodríguez --siempre al borde del desmayo, el gusanillo es también un modelo de colador y él está cada vez menos colado por casi todo/nada-- se compra la nueva novela de Haruki Murakami: sus blues son fantásticos y adolescentes y prima(les) y le quedan más lejos. Y en la pantalla del vagón de vuelta otra vez Dune; y en la ventanilla, llegando a Barcelona, el macizo de Montserrat luce como el espinazo de un gusano gigante. Y Rodríguez recién ahora se da cuenta de algo: en la película se muestra en detalle cómo los fremen se suben, pero nunca cómo hacen para bajarse del Shai-Hulud.
"Paren el gusano, me quiero bajar", piensa Rodríguez.
Pero --días, vida, pesadilla, sensible-- nadie le hace caso.