En agosto del año 1961 hacía ya un tiempo que Arturo Frondizi había asumido la presidencia del país, y no sólo se había opuesto a que retiren a Cuba del sistema interamericano, sino que se estaba reuniendo con el Ché Guevara. El futuro cercano estaba raro y Jorge venía oteando el horizonte con un interés muy parecido a la ansiedad. Entonces pensó que algo había que hacer. Agarró los pensamientos que pudo arrebañar y con sus pocos trece años a cuestas, se acercó a la Federación Juvenil Comunista, pero “era un momento efervescente y yo era muy crítico, tanto que a los diecisiete me fui”.
Tuvo la misma incomodidad crítica que lo acompaña hasta hoy y que hace que a los setenta y seis años de su edad, vuelva a pensar que “algo hay que hacer”. Y de nuevo -una vez más de tantas veces- puso manos a la obra porque “no hay tiempo, el hambre no espera y nos están hambreando. Los chicos comen poco, los viejos no comen y no alcanza con sentarse a lamentarse con la monserga de que es un problema estructural. Hay que juntar comida y ayudar a comer”.
Pero antes de ahora pasaron otras cosas.
A los dieciocho años, ya en la universidad, encontraría una puerta a su vocación, formando parte de la editorial La Rosa Escarlata, junto con José Luis Mangieri, Juan Gelman y otros escritores que trabajaban en la inminencia del destino tan propio como colectivo. Entre dictaduras, persecuciones, desapariciones y palabras, Jorge Gurvanov mantuvo su compromiso político navegando los márgenes, orientado siempre por su propia brújula que lo llevaba hacia donde se pudiera hacer algo concreto “en lo nacional, en lo popular, en lo latinoamericano, porque Argentina no tiene destino sólido si no entiende que está atado a Latinoamérica”. Y encontró su vocación militante: la editorial, la publicación de libros. Y siempre hacer lo que se pueda, cómo ahora proveer los comedores populares que están vacíos.
Mientras habla corrige el singular, recurriendo al plural mayestático, y su interlocutor se pregunta en que momento fue incluido en este proyecto de los comedores “que están ahí. No es un proyecto, no es un modelo. Es una forma que puede reproducirse, es muy sencillo, no tenés ni que salir de tu barrio. Los comedores están, pero vacíos. Es juntar y llevar a los comedores. El hambre no espera y sucede mientras muchos de nosotros estamos comiendo en casa. Pero claro que no es solo eso. Es volver a sentarse a comer a la mesa común, y en esa misma mesa tenemos que hablar de por qué tenemos que comer ahí y no en nuestra casa y en familia, con la plata que nos ganamos trabajando. Eso es una acción política. Comer es un hecho político”. Y la frase no es un slogan sino el resultado de una historia anterior a la suya, Cuando su madre, Mindla, llegara escapando del hambre y las calamidades de la guerra, con su nombre polaco y con apenas dos años, a la Argentina. La misma Mindla que mucho tiempo después escondiera y diera en su departamento de Once, refugio, un balcón para mirar el cielo y comida, a los que huían de la dictadura de Ernesto Geisel, de Brasil, allá por 1974. Y entonces claro que comer es un hecho político.
No es la primera vez que Gurvanov piensa que hay que hacer algo y lo hace. En el año 2002 fue parte de asambleas barriales para recuperar empresas. Un momento de depresión en que parecía que todo se desbarrancaba lo llevó a encontrar una ventana: poner su capacidad operativa en ser parte de las empresas recuperadas. En una de esas asambleas un compañero le dijo que lo conocía, que sabía que tenía una editorial y que la imprenta Chilaverte estaba jodida: “No tienen luz, los trabajadores están abandonados a su mala suerte y la fábrica está tomada, pero hipotecada. Todo es zozobra y abandono”. Y le preguntó si se podía hacer algo. Alcanzó con eso para que de nuevo piense que algo había que hacer y ese algo era imprimir los libros ahí y entonces “se juntaron mis dos militancias, la política y la editorial”.
Cuando se habla de los comedores como proyecto social, él vuelve a corregir: “es social y político, fuera de las cuestiones burocráticas y orgánicas de los partidos. Acá hay gente que está muy desencantada de eso, y que entienden que la política es hacer. ¿Dónde están los dirigentes? Esto es sin apoyo de las dirigencias, no los buscamos porque no se busca lo que no existe. Acá juntamos unos mangos entre todos y salimos a buscar comida. Así que no se dónde está la dirigencia, pero sé que acá no”. “Acá” es San Vicente, Ezeiza, el barrio 9 de julio a ambos lados del Camino de Cintura, donde el hambre se campea junto con otras calamidades que propone el sistema, porque “el capitalismo se ocupa en potenciar lo peor de nosotros, el egoísmo, el individualismo, la avaricia. Lo peor de nosotros. La soledad individual que propone el sistema hace eso, pero cuando vas al barrio, cara a cara, eso se modifica. Allí está el amor, el cariño, la solidaridad. Nuestro trabajo es despertar eso, que está ahí. La gente tiene la necesidad de salir de ahí. En los barrios hay potencialidades enormes, pero hay que ir, hay que estar”.
Jorge putea y se entusiasma con la misma intensidad y a veces en la misma frase. Mueve las manos, apunta cosas imaginarias con los dedos, se enoja, se desenoja, condena y comprende sin que haya ninguna contradicción en eso. Le sucede con su propia clase social: “En las clases medias hay un eco muy favorable, incluso en gente que no está dispuesta a meter los pies en el barro pero quiere hacer, dentro de sus posibilidades. Incluso gente que ni siquiera es progresista, es más, hay gente que votó a Milei pero entienden lo que está pasando”. Y sin despegarse vuelve sobre los plurales remarcando que “yo soy uno más. Digamos que soy el que puso la idea y ayuda a conseguir recursos y voy al barrio, pero entro y salgo sin ensuciarme los zapatos. Importantes son los compañeros que están ahí, que viven ahí, que caminan y todos los días, todo el día, se embarran ahí, que saben mejor que nadie las necesidades porque las viven. Vos estás hablando conmigo, muy bien, pero exactamente a esta hora hay compañeras preparando comidas en sus casas, porque no tenemos una institución, los comedores son en casas de compañeras. así se dividen las tareas. Cada uno hace lo que tiene que hacer”.
El ultimo entusiasmo de la charla viene con la ansiedad de quien necesita que se entienda que “esto es fácil de reproducir, es muy elemental, esto se hace con muy poco, y la idea es reproducirlo, ¿se entiende que es fácil y hasta con poca plata? Es un momento dramático. Estamos reviviendo el ´82, el 2002, es eso pero mucho peor y la falta de política nos trajo hasta acá” y entonces las manos cambian de lugar y los dedos se meten entre sus canas tratando de que se entienda. Mira sus libros. Mira el techo, mira el piso y suelta “el hambre no espera, y hacer esto no es difícil. Es fácil. La tarea es multiplicar…”